25 años de la muerte del cardenal de la Transición Bausset: "Tarancón acabó con la unión de la Iglesia y el Estado en una España con tics franquistas"
En su libro Recuerdos de juventud, Tarancón confesaba que en la sublevación de Franco se veían "intereses poco claros cristianamente"
Con una actitud del todo prepotente, fueron los rebeldes los que exigieron “a los obispos la publicación de una pastoral colectiva que justificara el movimiento desde el punto de vista cristiano”, para así “conseguir que el Vaticano y la jerarquía eclesiástica mundial reconociera la justicia de la sublevación”
Este 28 de noviembre conmemoramos el 25 aniversario de la muerte del cardenal Tarancón, en un año, el 2019, donde hemos recordado los 90 años de su ordenación presbiterial y los 50 de su creación como cardenal. Por eso es necesario reivindicar y dar a conocer al obispo que acabó con la unión de la Iglesia y del Estado español, dejando de lado el nacionalcatolicismo y que favoreció la renovación del Vaticano II en una Iglesia como la española, con tics franquistas.
Hace unos días, con motivo de la exhumación de Franco del Valle de los Caídos, se volvió a hablar del papel decisivo de Tarancón en la separación de la Iglesia y el Estado. Pero también es interesante conocer la postura que tenía Tarancón en relación a la sublevación fascista, que él vivió en Galicia, mientras era uno de los impulsores de la Acción Católica.
En su libro Recuerdos de juventud, Vicent Enrique Tarancón recuerda el momento del alzamiento militar, en julio de 1936, y aunque reconocía, en un primer momento, que “la sublevación militar nos parecía a todos providencial”, ya que “no solo era una guerra justa, sino una guerra santa”, pronto se dio cuenta que no eran “claras las manifestaciones de los militares que dirigían la guerra” y que “entre las derechas que habían ayudado a la sublevación, había intereses poco claros cristianamente”. Y es que, como dice Tarancón en este libro, “los políticos de derecha, mirando sus intereses económicos, predicaban una guerra para acabar con los que pretendían arrebatarles sus riquezas”.
Tarancón se daba cuenta que los franquistas querían “servirse de la Iglesia, no de que quisieran servir el cristianismo
En aquellos primeros meses del alzamiento, Tarancón veía que “los dirigentes de la sublevación y el mismo Franco no actuaban al principio por motivos religiosos”. Además, como dice el cardenal de la Transición, “tampoco tenía sentido religioso la postura de los falangistas, que recelaban de la Iglesia”, ya que ésta “no admitía los regímenes fascistas”. Aunque los insurrectos hablaban con entusiasmo de “la España católica”, Tarancón veía que eso no era sino “una mera táctica, no un convencimiento real de la importancia del cristianismo o del interés en defender los valores religiosos y morales”.
Con una actitud del todo prepotente, fueron los rebeldes los que exigieron “a los obispos la publicación de una pastoral colectiva que justificara el movimiento desde el punto de vista cristiano”, para así “conseguir que el Vaticano y la jerarquía eclesiástica mundial reconociera la justicia de la sublevación”. Y como no podía ser de otra manera, los obispos apoyaron lo que les pedían los insurrectos, “no solo por coacción, lo hemos de reconocer, sino también por convencimiento”. Muchos obispos y sacerdotes “se encontraban perplejos, casi en un callejón sin salida”, ya que se sentían “obligados en conciencia a apoyar decididamente a uno de los dos bandos en lucha”. Y es que la sublevación fascista era vista por la Iglesia oficial como “una guerra en defensa de la religión y de la libertad de la Iglesia”. Pero muy pronto, como reconoce Tarancón en este libro, “comenzamos a dudar de la recta intención cristiana” de muchos de los insurrectos, “que ejercían una influencia indudable en el desarrollo de la guerra y de las ventajas religiosas de la victoria de los “nacionales”. De hecho, como dice Tarancón, algunos cristianos “comenzábamos a inquietarnos. Temíamos que la Iglesia no saliese fortalecida de la contienda”. Incluso llegamos “a temer que la libertad de la Iglesia quedara muy limitada”, como así fue durante los cuarenta años de dictadura, “si se imponían los criterios de los dirigentes de mayor influencia en la zona nacional”.
En este libro, Tarancón nos ofrece el resumen de una larga conversación que tuvo un grupo de sacerdotes (preocupados por la situación que veían en la zona “nacional”) con el obispo de Tuy, Antonio García y García. Y es que los sacerdotes se daban cuenta que se estaban “cometiendo en diversos puntos de la zona nacional, barbaridades, se dirimían venganzas personales y se quitaba la vida a muchos, sin un juicio previo”. Como decía Tarancón, “los militares no frenaban los abusos y se quedaban tranquilos diciendo que eran cosas de la guerra”.
Tarancón recelaba de los falangistas, que “muy exaltados, mayoritariamente, no nos ofrecían ninguna garantía”. Y es que la postura de los seguidores de Primo de Rivera “era completamente pagana”, ya que estaban influenciados por los regímenes fascistas.
Tarancón tampoco veía bien que obligaran a la Iglesia “a tomar parte activa en la exaltación “patriótica” del pueblo, es decir, que predicáramos “la guerra santa”, y nosotros nos sentíamos molestos por esta imposición”.
Además, Tarancón se daba cuenta que los franquistas querían “servirse de la Iglesia, no de que quisieran servir el cristianismo. Y esa postura la veíamos peligrosísima”. Los insurrectos fascistas, como adivinaba Tarancón (y como así fue) “ayudarían a la Iglesia mientras pudiesen servirse de ella”. De hecho, el Vaticano, ante la adhesión de los obispos españoles al régimen de Franco, como reconocía Tarancón, “no aprobaba la postura de la Iglesia en España a favor de uno de los bandos”. Y aunque la postura del Vaticano “subjetivamente nos molestaba”, como reconocía Tarancon, “nos hacía dudar”.
Por eso Tarancón se dio cuenta de que el régimen franquista utilizaría a la Iglesia y se aprovecharía de ella mientras pudiese. De aquí que fue él quien encabezó, con el apoyo del papa Pablo VI, un movimiento para desvincular a la Iglesia del régimen y llegar así a la independencia de la Iglesia del Estado.
Por eso en este 25 aniversario de la muerte del cardenal Vicent Enrique i Tarancón, es necesario reivindicar y valorar, de nuevo, su figura y su papel decisivo en la construcción de una Iglesia independiente, desligada del franquismo y también su apuesta por una Iglesia renovada, fiel al Vaticano II.