Teología política en el hoy de nuestra sociedad Es hora de arrancar caretas: ¿el PP natural aliado de la Iglesia?

¿El PP natural aliado de la Iglesia?
¿El PP natural aliado de la Iglesia?

El PP no puede ver con buenos ojos un proyecto de convivencia social reestructurado desde la igualdad, la justicia, la libertad y la primacía de los últimos... Un partido conservador busca, primero de todo, mantener su nivel superior de bienestar, de privilegios y de dominación

Entonces, ¿cómo el PP compagina sus decisiones con las pautas del Evangelio en aquellos puntos que tocan sus intereses económicos? ¿Su defensa de la religión es por fidelidad o por cálculo y conveniencia?

Las reflexiones aquí expresadas, de tiempo atrás, tienen validez plena para el momento actual

En buena parte, la derecha y la izquierda, una por unas razones y otra por otras, sostienen que la religión es un asunto privado y que, por tanto, no debe incidir en la vida pública.

Debo mencionar, para ser justo, la tendencia de un socialismo europeo y latinoamericano, hoy mayoritaria que, sin dejar de afirmar el carácter privado de la religión, subraya con fuerza su dimensión pública.

Por el contrario, los movimientos religiosos eoconservadores, con faz pública en el neoliberalismo, defienden su vinculación con la religión para la moral privada del matrimonio y la familia y largan fuera a la religión cuando de cuestiones sociopolíticas se trata, a no ser que –y es otra de sus opciones- se apoderen de ella como factor ideológico legitimante de su política e intereses.

Por supuesto, no pretendo dirigir el voto de nadie, lo cual no está reñido con que yo, ciudadano católico, analice el significado de algunos hechos, protagonizados por el PP en nuestra sociedad y que se prestan a una valoración. Y digo de antemano que, para mí y para millones de católicos, la religión no tiene por qué ser “opio”, aunque lo haya sido muchas veces; ni tiene por qué ser relegada al jardín de la interioridad o privatizada forzadamente, por más que muchas situaciones históricas ilustren el contubernio de ella con el poder.

Para mí, es obvio que la fe, con ser una cosa íntima, incide en la totalidad de la persona y en esa totalidad está como parte importante la vida social y pública.

Por eso, me resulta natural que, en las manifestaciones contra la guerra, se encuenren en las calles miles y miles de ciudadanos católicos, movidos por imperativos de solidaridad y de ética natural y, también, de ética evangélica, suscribiendo con naturalidad las palabras de A. Einstein: “Nos sublevamos contra la guerra porque todo hombre tiene derecho a la vida, lo compele a matar a otros, cosa que él no quiere. La guerra contradice de la manera más flagrante las actitudes psíquicas que nos impone el proceso cultural , y por eso nos vemos precisados a sublevarnos contra ella; lisa y llanamente no la soportamos más. La nuestra es una intolerancia constitucional, una idiosincracia extrema, por así decir”·

RIP

Con esta perspectiva resultan incompatibles las palabras de ciertos católicos que en ocasiones han afirmado “No crearles la guerra ningún problema de conciencia”; expresión de un catolicismo integrista que hace alianza con las tesis básicas del neoliberalismo.

Si ellos no tienen problemas de conciencia, es lógico suponer que será porque han sustituido los principios de la ética cristiana por los de la ética neoliberal y, entonces, no es extraño que puedan apartarse del sentir de la mayoría y de las mismas palabras del Papa Juan Pablo II, como ocurrió con la guerra de Irak.

En esta postura se pueden entrever seguramente los resultados de una educación cristiana ferozmente individualista, ajena a las cuestiones candentes de la sociedad. ¡Como si a Jesús de Nazaret lo hubiese fulminado un meteorito atmosférico y no la conspirada alianza del poder religioso y político de su sociedad, que lo vieron como peligroso y opuesto a su programa e intereses! “Este hombre no nos conviene, debe morir”.
Esta forma de pensar resulta, para un cristiano crítico y de nuestro tiempo, lamentablemente anacrónica.

Históricamente la religión cristiana ha ido más de la mano del capitalismo que del socialismo. Oficialmente, casi hasta el concilio Vaticano II, la alianza del cristianismo con el capitalismo era vista como natural y querida por Dios, y la alianza con el socialismo como innatural y reprobable. Han sido siglos de modelación de las conciencias que dieron como resultado un talante católico conservador y reaccionario.
No en vano, resonó en la cristiandad por activa y pasiva que comunismo y socialismo eran incompatibles con la religión cristiana, que la sociedad de clases respondía a la voluntad de Dios, que la existencia de ricos y pobres era fruto de su voluntad y que el cambio de ese modelo era un atentado contra la ley natural y divina.

Concilio Vaticano II

La convocatoria del Vaticano II obedecía sobre todo a saldar el desfase de la Iglesia con el mundo moderno, a liberarla de una teología y espiritualidad medieval y barroca, a inculturarla en la revolución antropológica y social moderna y, sobre todo, a reivindicar su opción profética a favor de los empobrecidos y en contra los empobrecedores.

Hay, por lo demás, un hecho histórico reiterado: las revoluciones se han hecho siempre sin la Iglesia o contra la Iglesia, no con la Iglesia. Quizás la revolución sandinista fue la primera que gozó del apoyo y legitimación eclesiástica.

Afortunadamente, con el concilio Vaticano II floreció una nueva teología y espiritualidad cristiana, plasmada sobre todo en la teología de la liberación, que reformulaba profundamente la presencia y compromiso de los cristianos en la sociedad. Se puede calificar de copernicano el giro que en este punto se ha dado en muchas partes confirmado en multitud de movimientos, luchas, testimonios y mártires a favor de la justicia y de la liberación.

"Se entiende así que el PP, derecha política, busque como consorcio suyo natural a la derecha eclesiástica. Es lo suyo: un modelo de sociedad primordialmente económico, profundamente polarizado entre fuertes y débiles, movido por el egoísmo, el lucro y por la ley de la competencia más agresiva"

El PP no puede ver con buenos ojos un proyecto de convivencia social reestructurado desde la igualdad , la justicia, la libertad y la primacía de los últimos.

Este proyecto es profundamente evangélico, con enormes repercusiones en la vida pública, por reclamar

-Unas relaciones sociales de fraternidad (todos vosotros sois hermanos);

-De efectivo compartir los bienes (lo tenían todo en común);

-De desidolatración del poder (entre vosotros el que quiere ser el primero que sea el último);

-De amor veraz y palpable en el prójimo (la fe que no se muestra en obras y amor al prójimo es muerta y diabólica).

Es hora de quitarse las caretas

Un partido conservador busca, primero de todo, mantener su nivel superior de bienestar, de privilegios y de dominación. Por más que se diga, sus promesas de respetar la religión son, de hecho, aparentes. Ya no sorprende por tanto la paradoja de que el PP se manifieste muy sensible a las orientaciones de la Iglesia, del Papa en primer lugar, cuando se trata de temas de moral matrimonial-familiar y sexual, y se muestre frío o indiferente a las orientaciones de la ética social y de las palabras del Papa. Y no han faltado dirigentes políticos, que reclamaban no dar el voto a partidos que estableciesen una regulación civil sobre situaciones conflictivas del aborto, divorcio, control de natalidad, homosexualidad, parejas de hecho, etc. que no fueran acordes con las normas de la Iglesia.
 El PP ha hecho gala, para muchos de estos casos, de fiel sometimiento a la Iglesia. De la misma manera, ha dado un trato de favor a la Iglesia en la cuestión de la religión en la escuela y en otras cuestiones de pago al clero, de exención, de privilegios indebidos, etc.

Esto creaba, en no pocos ambientes, la sensación de que el PP era un partido respetuoso con la enseñanza y moral de la Iglesia. En la guerra contra Irak la luz llegó hasta el fondo. El Gobierno del PP de entonces, con la totalidad indivisa de sus diputados, desoyó la voz mayoritaria del pueblo, del marco legal de las Naciones Unidas, del Consejo de Seguridad y del Papa; optaron por la voz del emperador y no la del Papa Juan Pablo II.

Entonces: ¿cómo el PP compagina sus decisiones con las pautas del Evangelio en aquellos puntos que tocan sus intereses económicos? ¿Su defensa de la religión es por fidelidad o por cálculo y conveniencia?

En todo caso, es hora de arrancar caretas y de no permitir la desfachatez de que se siga abrigando o exhibiendo la convicción de que el PP garantiza los valores de la religión y es natural aliado de la Iglesia católica.

Lobo con piel de oveja
Lobo con piel de oveja

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