Fe y política
En todo ejercicio electoral a algunos les surge la pregunta de sí la fe tiene relación con la política o si estas dos realidades han de estar separadas. Aunque podemos encontrar diversas respuestas -y no es este el espacio para argumentar con suficiente profundidad este tema-, podemos decir que los seres humanos tenemos una dimensión política, ineludible de dejar de lado porque aunque nos mantengamos al margen o no se preste ninguna atención a ese aspecto, eso ya supone una toma de posición. Somos seres políticos, vivimos con otros, tomamos decisiones para organizarnos, constituimos estructuras para garantizar la convivencia y el entendimiento entre las personas, sabemos que la corresponsabilidad no nace espontáneamente sino, por el contrario, supone un trabajo de acercamientos y motivaciones, de negociación de intereses y de acuerdos compartidos.
Por su parte la fe ha de permear toda nuestra vida si es la fe en Jesucristo quien se encarnó en esta historia y la asumió decididamente en todos sus aspectos. Por tanto, fe y política no pueden estar separadas en la vida cristiana sino que han de vivirse con la implicación mutua de hacer la fe efectiva en las realizaciones políticas y la política posibilidad de encarnar nuestras convicciones y opciones más profundas.
Las elecciones son un ejercicio puntual y específico de la dimensión política que vivimos y no son ajenas a la fe. Sin embargo, en un país creyente -como creemos es el nuestro-, es difícil entender que se apoyen políticas de guerra o se acepte la honestidad “legal” sin tener en cuenta la “moral” (a menudo vemos que políticos y personalidades públicas se proclaman inocentes porque salen de la cárcel por vencimiento de términos o porque no se puede probar legalmente que cometieron una irregularidad siendo evidente la inmoralidad de los hechos que se juzgan). Lamentablemente el texto bíblico “dad al Cesar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,21) se utiliza a veces para justificar la separación entre lo civil y lo religioso cuando, en realidad, no es ese el sentido de ese pasaje bíblico. Es otro el contexto del mundo judío y otra la preocupación de los fariseos al hacerle la pregunta a Jesús de sí debían pagar el impuesto. Jesús no está separando el poder terreno del divino sino que sale de la trampa que le quieren poner sus adversarios. Su respuesta se sitúa en la primacía absoluta de Dios en la vida del creyente y del rechazo a toda idolatría ya que esa moneda tenía la imagen del César y la inscripción “hijo de Dios”. Por tanto, la fe no puede estar ajena a la dimensión política sino que está llamada a permearla y a mostrar a través de las opciones políticas el compromiso con los valores de la justicia, la paz y la vida digna para todos los hijos e hijas de Dios.
Son las elecciones una buena oportunidad para reflexionar muy a fondo, desde nuestra experiencia de fe, a que país le apostamos y cómo contribuimos para hacerlo realidad. Nuestro voto no ha de ser simplemente un ejercicio ciudadano –importante y necesario- sino también una opción creyente en la que se juega nuestro seguimiento de Cristo y la responsabilidad social y política que conlleva.
Por su parte la fe ha de permear toda nuestra vida si es la fe en Jesucristo quien se encarnó en esta historia y la asumió decididamente en todos sus aspectos. Por tanto, fe y política no pueden estar separadas en la vida cristiana sino que han de vivirse con la implicación mutua de hacer la fe efectiva en las realizaciones políticas y la política posibilidad de encarnar nuestras convicciones y opciones más profundas.
Las elecciones son un ejercicio puntual y específico de la dimensión política que vivimos y no son ajenas a la fe. Sin embargo, en un país creyente -como creemos es el nuestro-, es difícil entender que se apoyen políticas de guerra o se acepte la honestidad “legal” sin tener en cuenta la “moral” (a menudo vemos que políticos y personalidades públicas se proclaman inocentes porque salen de la cárcel por vencimiento de términos o porque no se puede probar legalmente que cometieron una irregularidad siendo evidente la inmoralidad de los hechos que se juzgan). Lamentablemente el texto bíblico “dad al Cesar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,21) se utiliza a veces para justificar la separación entre lo civil y lo religioso cuando, en realidad, no es ese el sentido de ese pasaje bíblico. Es otro el contexto del mundo judío y otra la preocupación de los fariseos al hacerle la pregunta a Jesús de sí debían pagar el impuesto. Jesús no está separando el poder terreno del divino sino que sale de la trampa que le quieren poner sus adversarios. Su respuesta se sitúa en la primacía absoluta de Dios en la vida del creyente y del rechazo a toda idolatría ya que esa moneda tenía la imagen del César y la inscripción “hijo de Dios”. Por tanto, la fe no puede estar ajena a la dimensión política sino que está llamada a permearla y a mostrar a través de las opciones políticas el compromiso con los valores de la justicia, la paz y la vida digna para todos los hijos e hijas de Dios.
Son las elecciones una buena oportunidad para reflexionar muy a fondo, desde nuestra experiencia de fe, a que país le apostamos y cómo contribuimos para hacerlo realidad. Nuestro voto no ha de ser simplemente un ejercicio ciudadano –importante y necesario- sino también una opción creyente en la que se juega nuestro seguimiento de Cristo y la responsabilidad social y política que conlleva.