III Domingo de Pascua 04-05-2025 Que este tiempo pascual nos lleve a renovar nuestro amor a Jesús, “hasta el final”

Que este tiempo pascual nos lleve a renovar nuestro amor a Jesús, “hasta el final”
Que este tiempo pascual nos lleve a renovar nuestro amor a Jesús, “hasta el final”

El texto comienza mostrando la desesperanza de los discípulos después de la muerte de Jesús, para luego llegar al encuentro personal con Él, personificado en el diálogo de Jesús con Pedro

Cuando la pesca los desborda por lo abundante que es, el discípulo amado lo reconoce: “es el Señor”. Inmediatamente Pedro se arroja al agua a su encuentro.

El contexto es una comida preparada por Jesús que recuerda la última cena, signo inequívoco de la presencia de Jesús entre ellos

Todo esto prepara el momento cumbre del texto: el diálogo con Pedro. Por tres veces Jesús le pregunta si lo ama, Pedro responde afirmativamente las tres veces

Es un texto prototipo de la llamada que Jesús sigue haciendo hoy a todas las personas que van comprendiendo su camino. No se está exento de la infidelidad, pero siempre con la posibilidad de renovar el amor.

Después de esto, Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban junto Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: "Voy a pescar". Ellos le respondieron: "Vamos también nosotros". Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: "Muchachos, ¿tienen algo para comer?". Ellos respondieron: "No". Él les dijo: "Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán". Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dio a Pedro: "¡Es el Señor!". Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua.

Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla. Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: "Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar". Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió.

Jesús les dijo: "Vengan a comer". Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: "¿Quién eres?", porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado.

Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos. Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?". Él le respondió: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis corderos". Le volvió a decir por segunda vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". Él le respondió: "Sí, Señor, saber que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas". Le preguntó por tercera vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?". Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: "Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras joven tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras". De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: "Sígueme" (Juan 21, 1-19)

Continuamos con las apariciones de Jesús a sus discípulos después del acontecimiento de la Pascua, pero, en esta ocasión, el texto comienza mostrando la desesperanza de los discípulos después de la muerte de Jesús, para luego llegar al encuentro personal con Él, personificado en el diálogo de Jesús con Pedro.

En el primer momento, los discípulos que habían sido llamados a ser “pescadores de hombres”, parecen reconocer su fracaso y retoman su antiguo oficio, yendo a pescar. El texto nos informa que esa noche no pescaron nada. Es entonces cuando se aparece Jesús en la orilla y los invita a echar las redes de nuevo. Ellos no lo reconocen en el primer momento, pero cuando la pesca los desborda por lo abundante que es, el discípulo amado lo reconoce: “es el Señor”. Inmediatamente Pedro se arroja al agua a su encuentro.

Continua la segunda escena del texto, cuando Jesús ya tiene las brasas puestas con pan y les dice que lleven el pescado que acaban de pescar. El contexto es, entonces, una comida preparada por Jesús que recuerda la última cena, signo inequívoco de la presencia de Jesús entre ellos. Ninguno de los discípulos pregunta nada, pero todos saben que es Jesús en medio de ellos. Todo esto prepara el momento cumbre del texto: el diálogo con Pedro. Por tres veces Jesús le pregunta si lo ama, Pedro responde afirmativamente las tres veces -el número tres nos lleva a recordar las tres negaciones de Pedro, también calentándose junto a unas brasas-, como queriendo reparar lo acontecido antes. La tercera vez Pedro añade: tú lo sabes todo, como queriendo apoyarse no solo en su sincero deseo de responder afirmativamente, sino en el mismo Jesús que, sabiendo bien lo que Pedro ha hecho, sigue preguntándole con el mismo amor de la primera llamada. Jesús, por su parte, le pide, ante cada respuesta, que “apaciente sus ovejas”. Finaliza el texto con las palabras de Jesús sobre la realidad de Pedro, primero joven que le sigue con entusiasmo, pero hace su voluntad muchas veces y, después, siendo viejo donde ya realmente habrá aprendido en qué consiste el seguimiento y su fidelidad lo llevará, como a Jesús, a donde no quiere. Nosotros ya sabremos que será al martirio. Todo se cierra con la invitación de Jesús: “sígueme”.

Esta fue la tercera vez, según este evangelio -aunque este último capítulo se considera un añadido posterior- que Jesús se apareció a los discípulos. Pero es un texto prototipo de la llamada que Jesús sigue haciendo hoy a todas las personas que van comprendiendo su camino, recordando que el seguimiento tiene como base la relación personal de amor entre cada persona y el mismo Jesús, pero siempre, con la misión de anunciar el evangelio a todos, de hacer presente el reino con los que los rodean. La eucaristía ha de ser signo de ese llamado de Jesús, en medio de la comunidad y para la comunidad. El seguimiento no está exento de la infidelidad, pero siempre con la posibilidad de renovar el amor. Que este tiempo pascual nos permita renovar el amor para un seguimiento más fiel, hasta el final.

(Foto tomada: https://combonipca.org/?p=3424)

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