Hablemos bien de los credos.... perdón, de los creyentes.
Dirán que somos esto y lo otro cuando nos enfrentamos a la religiosidad institucionalizada, a la creencia ritualizada o a la superstición irracional. Calificarán con aquello de incrédulos, ateos, irreligiosos, irreverentes y todo cuanto signifique segregación antónima de su fe…
| Pablo Heras Alonso.
Sin embargo y a pesar de todo eso, seguiremos fieles a nuestros principios humanistas: respetar a la persona y sus bienes, propugnar y propiciar su prosperidad y felicidad, cooperar al desarrollo de las aptitudes, reconocimiento de cualquier bondad, etc. etc.
Nos oponemos a las ideas religiosas, pero defendemos el buen hacer y la valía de sus personas; estamos en contra de los credos, pero admiramos sus realizaciones sociales; repudiamos ese mundo cerrado y exclusivista, pero reconocemos la valía de muchos de sus miembros; pensamos de su doctrina que es un cuento sin fin, pero admiramos la maravillosa aportación literaria que ha producido... Lo uno no es obstáculo de lo otro ni por ser valiente se debe dejar de ser cortés.
Asimismo, nos opondríamos con todas las fuerzas a aquellas ideologías que propician la quema de edificios religiosos, asesinato de sus miembros sólo por ser creyentes, extorsión y rapiña de sus activos y propiedades... y en lo que de nosotros dependiera, estaríamos defendiendo a las víctimas.
Lógicamente, también estamos en contra de esos creyentes de otras religiones fanáticamente entregados a la quema de iglesias y asesinato de fieles cristianos, y hasta obispos, a los que hemos asistido en los últimos lustros. Pero, queja normal de aquellos creyentes del pasado, deberíamos denunciar la destrucción de mezquitas en territorio cristiano (¿Córdoba, Sevilla y tantísimos pueblos de la geografía española antes y después de 1492, por ejemplo?) o a la expropiación de sinagogas para uso propio (¿Toledo?).
Creo que esto es elemental en cualquiera que defienda la vida y la persona; en cualquiera que trate de construir en vez de destruir... Pero, repetimos, todo ello sin adjurar de las convicciones que tenemos.
No es temor, es convicción de que cualquier creyente agrupado en pandillas crédulas terminará haciendo esto si tiene la oportunidad de hacerlo. No son las personas normales, las que piensan por su cuenta y las que tienen convicciones humanistas las que propenden más a actos de ese calibre sino los que se sienten animados por la fuerza, la ira o la venganza que ellos bautizan como “divina”.
Cualquiera que se diga “razonante, humano, persona, pensador” abominará de tales actos de barbarie. Provengan de donde provengan.
¿Qué es entonces lo que une a un creyente y a una persona normal? Pues… más de lo que parece. Quizá un 95% de su actividad y de su pensamiento. Por más que pretendan secuestrar la vida, sustituir el pensamiento, encauzar las ideas o trazar el camino de la moralidad, siempre quedará por encima el hombre, la persona.
Si analizamos Evangelios y Epístolas hay un porcentaje muy alto de pensamiento compartido. Precisamente porque pertenece y surge del hombre, algo que es universal y permanente. Abro al azar las Epístolas de Pablo de Tarso y copio:
Por lo demás, hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de noble de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta (Fil, 4,8)
¿Quién no va a estar de acuerdo con esto? ¿No es pensamiento universal, por humano? ¿No podría haberlo escrito el mismo Sócrates y pasando por Séneca y Gracián llegar hasta el mismo Savater o Antonio Marina?
Sucede que el creyente y la persona que piensa tienen más en común que diferencias excluyentes mutuas. Pero los creyentes pretenden poner por delante la cáscara de sus convicciones, la pantalla de bondad que no admiten en la persona normal o reconocen un “minus” de esa bondad –no tienen la gracia santificante— en las acciones que las personas normales realizan.
Se nos ha achacado con frecuencia aquí que siempre estamos atacando a la Iglesia católica, que qué poco nos metemos con el Islam (curiosamente no se refieren al Protestantismo o al Judaísmo, tan en declive como el catolicismo)... ¡Error craso de comprensión! Si por un desliz de pensamiento me considerara “ateo”, yo sería un ateo católico.
Pero no es ése el caso. Repudiamos cualquier creencia que lastre al hombre y por la que se sienta impelido a obrar de determinada manera, más si tal conducta entra en colisión con lo que une a las personas. No sólo nos referimos a la creencia católica, que es una más: hablamos de todas. Podrán divergir en dogmas o prácticas puntuales, pero todas proceden de un mismo impulso, todas son iguales.
Se cree lo que se quiere y se cree porque se quiere. Creer es dimitir de uno mismo para que sean instancias superiores, que no existen como realidad óntica y sí por delegación, las que decidan por uno mismo. En el fondo, una forma más de despersonalización, un alivio para las decisiones y una variedad positiva de pereza mental.