Moral (V). Razones de nuestra conducta moral (II)
Constatamos la existencia de aprovechados y tramposos. Y que los hay en la misma proporción entre los creyentes y los no creyentes (en realidad las estadísticas dicen que se da algo menos entre los no creyentes, pero S. Paul asegura que, de eliminarse el sesgo inherente a formación cultural e ingresos, la diferencia deja de ser significativa).
Supongo que los taoístas darían otra explicación, ya que dan en relacionar las prohibiciones, el ejercicio atemorizador y la represión moral con la promoción del efecto contrario al pretendido.
¿Es que ese sentimiento moral (kantiano en la forma, humeano en el fondo) no nos acompaña desde la cuna? ¿Es que no tenemos un guía interior que, al estilo de la conciencia (a la que quería sustituir Pepito Grillo) o el daimón de Sócrates, nos hace sentir el buen sabor de lo correcto y el amargo del fracaso al optar por lo incorrecto? A mucha gente, desde luego que sí.
Estimo que un desarrollo normalizado, en ambiente de amor familiar, de juego y relaciones fraternas y amistosas, sin grandes privaciones, que facilite la maduración personal y la integración social, etc., lleva a desarrollar esa empatía -cuya base es innata compartimos más del 95% de nosotros- que asociamos a la conducta equitativa y solidaria, y, también al efecto contagioso de las emociones de otros (de alegría o felicidad, de dolor o sufrimiento) sobre nuestro propio sentir. Esto es, facilita que seamos capaces de amar.
Pero cabe el aprendizaje opuesto. La desensibilización que elimina ese sustrato innato. Tal puede ser el fruto del desafecto familiar, de una vida dura y llena de carencias desde la infancia; el efecto de una sociedad competitiva y alienante (el “mundo sin corazón” que denunciara Marx).
Cierto que también, como todo aprendizaje, depende del ejercicio de la razón, pero ésta actuará “justificando” el propio sentir; y la alienación, incluso la pérdida de la propia sensibilidad no deja de ser motor de emociones o sentimientos. El de frustración es uno de ellos. Un correcto desarrollo emocional promueve la capacidad anti-frustración que conocemos como resiliencia.
Cuando amas, deseas el bien de la persona amada. Pero tu propio sentimiento amoroso y constructivo tiene un relevante efecto gratificador directo. El beneficio es mutuo y bidireccional. Quienes atacan el egoísmo como inmoralidad relacionada con la búsqueda del propio placer parecen desconocer que buscar la propia satisfacción no tiene nada de inmoral y que hay placeres espirituales (emocionales o mentales) no menos relevantes que los relacionados con la satisfacción de los instintos más primarios o sus derivaciones pasionales.
Una de las principales causas de que el desarrollo de un niño no sea armónico es la represión autoritaria o asociada al miedo religioso; por supuesto que la otra, hoy más en boga, es el consentimiento (hiperprotector o indulgente, servil, hipergratificador, ejecutivo…).
Epicuro y Aristóteles siguen teniendo razón. ¿Qué hay del sacrificio desinteresado y del altruismo? Que cuando un esfuerzo se realiza por amor o con el agrado de ver nuestro producto en el otro, quien lo realiza no se estima merecedor de esos calificativos.
El resultado puede parecer idéntico, pero es preferible –y mucho más educativo para el receptor- ver que alguien disfruta dándote, que a otra persona que muestre entender su sacrificio vital como una condena, o una renuncia al disfrute de la vida en pro de su salvación eterna.
El conocimiento de estas facultades pro-vida es lo que Sócrates, Aristóteles y Epicuro relacionaban con la buena (y sabia) conducta y con la satisfacción (y el correcto desarrollo) personal.
¿Por qué tanta gente parece predispuesta a ignorarlas? Hay una asociación instintiva entre el placer propio directo y la sensación de bienestar más obvia. Y, por si fuera poco, se nos incentiva esa misma idea, al tiempo que se nos predica la conveniencia de la renuncia.
Varias fuerzas en pugna y una contradicción que se alienta desde el exterior y puede hacer estragos en nuestro interior, en especial cuando no se es maduro, llevando a confundir tener con ser. Desconocer la posibilidad de desarrollar un sentimiento de satisfacción y estabilidad personal más pleno, hace que se opte por metas como la evasión, el prestigio social, la acumulación de bienes, o la sensación de triunfo asociada al poder o al dominio de otras personas.
No son pocas las fuentes que tratan de persuadirnos de que éstas son las señales del éxito; el fin de la vida al que hemos de dedicar todo nuestro esfuerzo, si queremos evitar ser necios o perdedores. “No desaproveches tu oportunidad”; los otros son tus rivales; todo triunfo es esencialmente material, cuando no tenencia –propiedad o dominio- de personas…
¿Qué entendemos por “logro”? ¿Cuál es nuestra meta? Hay un bombardeo antieducativo y consumista en una sociedad competitiva y materialista. Una promoción –tal vez incluso una predicación ilusa- de que el egoísmo conduce a grandes placeres, además de a posibles vicios esclavizadores.
¿Cabe aún plantearse qué motivo tiene un ateo para ser moral, para no ser egoísta, para no aprovecharse de los demás, hacer trampas, robar, violar…? Los de cualquier ser humano, sea creyente o no. Las conductas no varían, y me temo que tampoco las excusas presentadas para justificar cualquier resultado. (A menudo de tipo: “si no lo hago yo, lo haría otro”.)
¿Cree usted que, de algún modo, tienen “mejores sentimientos” los cristianos?
He tratado de mostrar que nuestras convicciones morales deben poco o nada a los libros sagrados y las prédicas que a un sustrato emocional bastante independiente de ellos. En realidad, juzgamos los principios morales insertos en los libros y los discursos desde unos principios que llevamos con nosotros. Y aquéllos difícilmente nos promoverán un “buen corazón”.
Observación final (sobre eventuales desarrollos temáticos). Llegado a este punto, considero que hay temáticas interesantes ligadas a la presente, y que han sido propuestas en este mismo lugar. Entre ellas:
1) la (supuesta) superioridad de la moral cristiana;
2) la (supuesta) base cristiana de lo que conocemos como “humanismo” y derechos humanos. Temas que me sugieren otros:
3) ¿Qué moral tenían los grupos y poblaciones humanas precristianas?;
4) filosofía y moral (y filósofos morales);
5) génesis de la moral cristiana;
6) ¿qué filosofías o creencias religiosas devienen especialmente generadoras de moral social?
7) El humanismo en la historia y el desarrollo de los Derechos Humanos.
8) ¿Qué se opone a que los nuevos DDHH se extiendan y generalicen su desarrollo?
9) ¿Son nuestros países occidentales un ejemplo de moralidad social e internacional?
Como se ve, el tema es complejo, muy plural, da mucho juego y admite derivaciones interesantes.
¿Empezamos por la antropología?