"Nos dejó un sacerdote que 'curaba' y un poeta que soñaba con un mundo diferente" Juan Ignacio Vara empezó el 2025 muriéndose (tras cuatro décadas en las 'misiones vascas' de Ecuador)
Falleció en Bilbao un amigo cura, Juan Ignacio Var, que pasó muchos años en Guayaquil. Sacerdote, poeta, escritor, profesor universitario y misionero vasco en lo que fue prelatura de Los Ríos, hoy diócesis de Los Ríos
"Era, ante todo, un sacerdote entregado a su visión de la vida y de la fe. Un literato y poeta con una formación extraordinaria. Un don de gentes especial. Un hombre libre. Y, sobre todo, bueno
"Diría que era un ejemplar de los que la Iglesia formó y no supo o no pudo aquilatar, como tantos otros de su tiempo. Es que, a veces, la maquinaria eclesiástica tritura personas y personalidades"
"Juan Ignacio dejó muchos años y muchos amigos y amigas en ecuador"
"Diría que era un ejemplar de los que la Iglesia formó y no supo o no pudo aquilatar, como tantos otros de su tiempo. Es que, a veces, la maquinaria eclesiástica tritura personas y personalidades"
"Juan Ignacio dejó muchos años y muchos amigos y amigas en ecuador"
| Anastasio Gallego
Si, el 1 de enero, Juan Ignacio Vara nos dejó.
Juan Ignacio, para nosotros Juancho, era un cura vasco que vino al Ecuador por los años 60, oyendo el llamado de la Iglesia, como otros varios curas de las diócesis del País Vasco para hacerse cargo de la Prelatura de Los Ríos, con don Víctor Garaigordovil a la cabeza como obispo. Él llegó a trabajar en el Seminario Intermisional de Ambato, otro campo de los “vascos”: formar sacerdotes de los Vicariatos y Prefecturas de las provincias amazónicas.
Como buen chicarrón del norte le encantaba el canto y la música de las TUNAS. No en vano, como estudiante de Camillas, formó parte del famoso coro de este centro de estudios. Y eso es una de las cosas que hizo Juancho en Ambato, además de sus clases de literatura y ética.
Luego vino a Guayaquil. Aquí le conocí. Formaba parte de un grupo de sacerdotes, diocesanos y religiosos, que habían tomado parte en la preparación de la famosa Conferencia de obispos en Medellín, Colombia, y, posteriormente en la elaboración de un documento para la aplicación del Concilio y Medellín, a Ecuador: OPCIONES PASTORALES PARA ECUADOR.
O sea, se conocía el Concilio Vaticano II y Medellín casi de memoria. El formó parte del grupo de asesores de los Sínodos diocesanos de Riobamba, Cuenca y Los Ríos. Por eso, cuando el Papa Francisco convocó el Sínodo, para él era “pan comido” pues conocía de cerca las transformaciones de las Iglesias que habían comenzado casi 30 años antes la experiencia sinodal.
Daba clases en la facultad de Literatura, y de ética y teología en otras facultades como las de Leyes, Medicina y otras. Y ayudaba en parroquias, además de ser uno de los fundadores de un hospital para enfermos incurables o terminales.
Son varias las generaciones de alumnos de la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil que tuvieron a Juan Ignacio de profesor. Todos coincidía siempre en lo mismo: humano,
En la Semana Santa y otras semanas, colaboraba en los espacios rurales confiados a las diócesis vascas. Normalmente volvía a la ciudad con problemas estomacales. Eran los tiempos en los que el consulado español tenía los ojos puestos los ojos en los “curas vascos de Los Ríos” que creaban comunidades eclesiales de base, cooperativas arroceras, vivienda social, concientización, etc. Juan Ignacio era el “intelectual” del grupo, así como lo era Ángel Salvatierra , vasco también, en la reflexión teológica.
Y creó y dirigió un folleto titulado SUCEDE EN LA IGLESIA, que buscaba que se conociera lo que ocurría en Iglesia. Se repartía en muchas parroquias de la ciudad y del campo. Como había dirigido un tiempo la imprenta de la Universidad Católica conocía el tejemaneje de las publicaciones.
Además, casi desde el principio, era radioaficionado.
Un día se planteó si debería volver a España. Varias personas le dijimos que cuanto antes mejor. Todavía estaba en edad de hacer nuevos amigos. Había pasado muchos años en Ecuador, lejos de los temas de su país natal y sus procesos (sus compañeros de seminario ya estaban casi jubilados), cuidar su salud y ayudar, porque “es el único campo de trabajo en el que no hay paro” y a cualquier obispo le vendría bien otro cura con experiencias distintas, capacidad intelectual y humana. Además, las diócesis vascas habían decidido retirarse de Ecuador y dejar el trabajo pastoral en manos de sacerdotes, religiosas y laicos ecuatorianos.
Desde Bilbao me llegaba, a mí y a una verdadera cadena, de manera puntual, el comentario del evangelio dominical y la consabida pregunta: “¿cómo está Ecuador? porque recibo opiniones de varios lados”.
Le costaba entender lo que está pasando en Ecuador. El 2 de enero fue el entierro de cuatro chicos de 11 a 15 años, muertos e incinerados a manos de militares. Y llevamos más de 4.000 muertos ¿a manos de…? Mejor no preguntes…esto ya no lo entendía Juancho.
Él había conocido la violencia en los arrozales y bananeras. Bastaría releer el informe de la diócesis que envió el Obispo Jesús Martínez de Ezquerecocha a la Santa Sede. Pero todos sabían quiénes eran los responsables de la violencia. Ahora, no. Por eso Juancho no lo entendía.
Pero queda en el recuerdo de muchos estudiantes, hoy profesionales, la figura del P. JUAN IGNACIO.
Si tuviera que hacer un “perfil” de Juan Ignacio, diría que era, ante todo, un sacerdote entregado a su visión de la vida y de la fe. Un literato y poeta con una formación extraordinaria. Un don de gentes especial: había quien no lo tragaba por su firmeza, exigencia profesional y sentido crítico. Y había quienes, los más numerosos, acudían a él por consejos, consultas y criterios. Un perfeccionista en lo que hacía. Un hombre libre. Y, sobre todo, bueno.
Diría que era un ejemplar de los que la Iglesia formó y no supo o no pudo aquilatar, como tantos otros de su tiempo. Es que, a veces, la maquinaria eclesiástica tritura personas y personalidades. Ya lo decía el teólogo hispano-venezolano Felicísimo Martínez, “La Iglesia, como institución, pide fidelidad a la doctrina y lealtad a la institución”.
Juan Ignacio no fue un mártir ni mucho menos, pero sí un hombre libre, con un inmenso amor a la Iglesia y a la gente. Que quería y se dejaba querer; que como poeta uno tenía que tener claro si hablaba con el poeta-literato o con el cura, porque era un sacerdote que “curaba” y un poeta que soñaba con un mundo diferente. Basta ver la cantidad de libros, poesías, apuntes de clase y artículos.
Si hubo un cura en el Concilio, hubo también muchos curas, laicos y religiosas de la Iglesia y País Vasco que trataron de que el Concilio no fuera una pieza de museo, ni Medellín, ni Pueblo, ni Aparecida. Testigos son los innumerables mártires que dejaron su vida, o mejor, se la quitaron por fidelidad al Evangelio. Juan Ignacio dejó muchos años y MUCHOS AMIGOS Y AMIGAS EN ECUADOR.
Etiquetas