San Juan 1, 1-18 : el Evangelio del domingo según la IA “Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron”

El Bautismo de Jesús
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En un mundo que necesita urgentemente esperanza y sentido, este pasaje nos recuerda que Cristo es la Palabra definitiva que da plenitud a nuestra existencia. Nuestra misión como cristianos es recibir esa Palabra, dejarla transformar nuestra vida y compartirla con alegría y valentía en nuestra realidad cotidiana

El prólogo del Evangelio según San Juan (Jn 1, 1-18) es uno de los textos más profundos y teológicamente ricos del Nuevo Testamento. Este pasaje no solo introduce el evangelio, sino que ofrece una síntesis de la misión de Cristo y la revelación del misterio de Dios. En el contexto actual, este texto nos invita a reflexionar sobre aspectos fundamentales de nuestra fe y su significado en la vida diaria.

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“En el principio existía la Palabra” (Jn 1,1)

El inicio del prólogo nos remite a Génesis 1, marcando un paralelismo con la creación. Aquí, Juan enfatiza que Cristo, como el Logos (Palabra), es eterno y coeterno con Dios. En un tiempo en el que la sociedad busca constantemente fundamentos sólidos para su existencia, este versículo nos recuerda que Cristo es el origen y el centro de todo. No estamos ante una realidad casual o caótica; hay un plan divino donde la Palabra tiene la última palabra.

Al principio existía la Palabra
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“Y la Palabra se hizo carne” (Jn 1,14)

Esta frase constituye el corazón del prólogo y de nuestra fe cristiana. Dios, en su infinito amor, no permanece lejano, sino que se encarna en Jesús para compartir nuestra humanidad. En un mundo que a menudo enfrenta crisis de sentido, divisiones y deshumanización, la encarnación de Cristo es un llamado a reconocer la dignidad intrínseca de cada persona. Dios no solo se acerca, sino que asume nuestra fragilidad para redimirla.

En el ámbito actual, esta realidad nos invita a actuar de forma encarnada en nuestras relaciones: no basta con palabras o promesas abstractas, sino que debemos comprometernos concretamente con los demás, especialmente con los más vulnerables, como Cristo lo hizo.

“Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron” (Jn 1,11)

Este versículo refleja la resistencia humana a abrirse al misterio de Dios. En un contexto donde la indiferencia religiosa o el rechazo a la fe son comunes, este rechazo no es nuevo, pero sigue siendo un reto para los creyentes. Nos invita a preguntarnos: ¿cómo acogemos a Cristo en nuestra vida? ¿Reconocemos su presencia en los demás, especialmente en aquellos que parecen alejados o que piensan diferente?

Jesús asciende a los cielos
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“A cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios” (Jn 1,12)

El prólogo nos recuerda que la filiación divina no es un derecho adquirido, sino un regalo que se recibe por la fe. En una sociedad que tiende a valorar el individualismo y la autosuficiencia, este versículo subraya que nuestra identidad más profunda se encuentra en nuestra relación con Dios. Somos hijos, no por mérito, sino por gracia, y esto nos llama a vivir con humildad y agradecimiento.

Una luz en medio de las tinieblas

El prólogo describe a Cristo como “la luz verdadera” que “alumbra a todo hombre”. En un tiempo donde el desánimo, la injusticia y la desesperanza parecen oscurecer el horizonte, este texto nos desafía a ser reflejo de esa luz. Como discípulos, estamos llamados a iluminar el mundo con obras de amor, justicia y verdad, mostrando que la oscuridad nunca podrá vencer a la luz.

Conclusión

San Juan 1, 1-18 nos invita a meditar profundamente en el misterio de la encarnación y en el amor transformador de Dios. En un mundo que necesita urgentemente esperanza y sentido, este pasaje nos recuerda que Cristo es la Palabra definitiva que da plenitud a nuestra existencia. Nuestra misión como cristianos es recibir esa Palabra, dejarla transformar nuestra vida y compartirla con alegría y valentía en nuestra realidad cotidiana.

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