ORTODOXIA  vs. HETERODOXIA: UNA DICOTOMÍA PERVERSA /1

La ortodoxia es la quimera de quienes jamás han pensado (Alfred Loisy)

Aquello que constituye el núcleo y tema central del cristianismo, a diferencia de otras religiones de salvación, no es su doctrina moral, como a menudo se piensa, particularmente entre teólogos que   siguen una línea más moderna y progresista, sino su doctrina dogmática, especialmente los dos dogmas básicos de su Credo, la Trinidad y la encarnación de Jesucristo, al que ahora conciben  como la humanización de Dios, sin la metafísica griega de Nicea y Calcedonia..

En efecto, es su dogmática bajo forma ortodoxa lo que fundamenta su moralidad. En ello insistió repetidas veces el teólogo conservador Joseph Ratzinger (papa Benedicto XVI), al afirmar que el cristianismo no es un simple moralismo. Si prescindimos de los dogmas de fe, la teoría moral se convertiría en una ética puramente laica y autónoma, dejando por ello de ser cristiana.

El secularismo, lo mismo que el relativismo moral, fueron considerados por Ratzinger los principales enemigos actuales de la religión cristiana. El primero porque desconecta la vida moral de su dimensión sagrada y trascendente, y el segundo porque niega el valor absoluto de la moral cristiana, que tiene origen divino. La caridad en cuanto virtud, por ejemplo, desvinculada de la fe, dejaría de ser cristiana, para convertirse en mera filantropía laica, al estilo ilustrado. El mismo Lutero sostenía que sin dogmas de fe el cristianismo desaparece.

Desde la perspectiva de la filosofía de la religión, que es crítica y no dogmática, la cuestión fundamental dirigida al cristianismo es el problema epistemológico de la verdad, que va unido a su presunta procedencia divina. La filosofía se pregunta por la pretensión dogmática de ser la religión y la fe verdadera, entre otras innumerables creencias religiosas, lo que constituye el fundamento de su moralidad. Ser verdadera religión no implica ser la religión verdadera, una hipótesis convertida en  axioma por  los teólogos cristianos a partir de su fe personal y comunitaria.

Por otra parte, la perversa lógica dual que enfrenta la ortodoxia a la heterodoxia deriva de la naturaleza excluyente de la fe, que divide la humanidad entre creyentes y no creyentes. Esta división dicotómica de fieles e infieles  recorre sus textos sagrados y es defendida igualmente por los otros dos monoteísmos, el judaísmo y el islamismo, religiones también del Libro y  teocráticas como la cristiana.

De los textos evangélicos procede un falso dilema que refleja el supremacismo de la fe cristiana, lo que tuvo consecuencias nefastas a lo largo de su secular historia. Tal dilema supone que “si no estás a favor de Cristo, estás en contra”, si no eres cristiano, eres anticristiano” y “si no eres creyente y haces crítica, ya eres anticreyente”. Todas ellas son claras falacias lógicas, por excluir una tercera opción posible.

De modo similar, desde la convicción dogmática de fe, muchos creyentes actuales suponen  falazmente que “si no eres teísta, eres antiteísta o ateo”, excluyendo una tercera  alternativa y plural: la de ser escéptico, agnóstico, indiferente,  librepensador o la actitud honesta del historiador que trata de indagar la verdad, opciones todas coherentes con el pluralismo democrático.

La preocupación por la ortodoxia, por las creencias correctas o la recta doctrina proclamada en los diversos concilios desde Nicea (325) al Vaticano I (1870), se convirtió en columna vertebral de la religión cristiana, al separar dogmáticamente las creencias verdaderas de las falsas. Esta oposición dialéctica de ortodoxia y heterodoxia o herejía, que se hizo equivalente a la antítesis epistemológica entre verdad y falsedad, recorre toda la historia cristiana hasta la actualidad.

La pretensión de poseer la verdad en régimen de monopolio condujo de hecho a la persecución no solo de los errores, sino también a la exclusión o eliminación  de innumerables  grupos y  personas erradas. Seguir la ortodoxia, implicaba necesariamente perseguir la heterodoxia y los heterodoxos, especialmente los heresiarcas, cristianos disidentes y creadores de interpretaciones diferentes de las mismas verdades de fe (Arrio, Sabelio, Nestorio, Eutiques, Pelagio, Prisciliano, Abelardo, Occam, Lutero, Loisy y muchísimos otros).

El número de herejías  a lo largo de la historia es enorme, ya desde los primeros siglos cristianos. Florecen de forma espontánea como las ramas de un frondoso y gigantesco árbol, desde la época antigua a la moderna y actual. Cada época tiene sus propias heterodoxias, vinculadas a un determinado contexto histórico  y con una problemática que los historiadores suelen denominar crisis. Así, se habla, por ejemplo, de crisis arriana, crisis nestoriana, crisis monofisita,  crisis pelagiana etc., en referencia a las  disputas generadas en torno a la diferente interpretación de las verdades de fe por parte de los expertos.

Desde el punto de vista sociológico, la ortodoxia pertenece a la gran Iglesia y la heterodoxia a las numerosas sectas o grupos minoritarios, que florecieron como ramas del tronco eclesiástico, siendo  dirigidas por un líder carismático o heresiarca.

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