El hombre se hace creador.

Un año cualquiera de la década de 1950, quizá tenía yo siete u ocho años, edades en las que los recuerdos ya comienzan a quedar fijados en la memoria. Me llevaron al pueblo de mi padre, en lo profundo de la tierra de Lara, Burgos. Entre otros recuerdos, uno quedó fijo en mi memoria, el de una única bombilla en la cocina, en la planta baja. Para subir a dormir, usábamos un candil.

Ese recuerdo me inducía a decir que yo había nacido en el Neolítico. Alguien diría que eran los efectos depauperantes de la Guerra Civil, pero no, en los pueblos pequeños tal evento bélico no supuso una quiebra en el modo de vida de sus gentes. Todo era como había sido. La subsistencia dependía de la tierra y de los animales, como durante siglos había sido desde el Neolítico.

¿A qué viene este exordio de experiencia personal? Pues para dejar constancia de que en el lapso de una vida, la humanidad ha pasado del Neolítico a una nueva Era. Cierto que no ha sido un paso repentino. Un adelanto fue  la industrialización del XIX que quebró los sistemas de producción anteriores, pero nada que ver con el cambio del siglo XX, por otra parte también el más mortífero de la historia humana.

El nombre de esta Era da igual. Los cambios que han incidido en la vida doméstica han sido fabulosos: la luz y la electricidad aplicada, los medios de transporte, el automóvil, la televisión, los artilugios culinarios como la lavadora o el lavavajillas, la calefacción, el teléfono, el móvil, el GPS, los satélites de comunicaciones, la medicina… Y dejamos aparte aquellos que suponen preeminencia de unos determinados países sobre otros.

En consonancia con ese modo de vida, las creencias. En ese “neolítico”, ahí estaba la diminuta iglesia que daba alimento espiritual a sus pocos habitantes. Y en la escuela, el catecismo, que había que aprender de memoria. El cura venía del pueblo cercano, cuando venía. Reafirmaba las cuatro verdades de la fe y ahí terminaba su misión. El pueblo se mantenía en las cuatro verdades de la fe. 

Según el Antiguo Testamento, judíos y cristianos han “sabido” que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. A partir de esa afirmación, surgió la cultura de Occidente. Los judíos se quedaron detrás y el cristianismo invadió Europa. Pero seguía siendo, en cuanto a medios de producción y posible cambio social, el Neolítico.

A este cambio de “era” le ha seguido un paulatino cambio de mentalidad, por no decir abiertamente un cambio en las creencias, de tal modo que esa universal creencia de que Dios creó el mundo y al hombre a su imagen y semejanza, se está diluyendo en una evanescencia inconcreta. En muchos aspectos, se está llegando de manera sibilina a la afirmación de Marx de que ha sido el hombre el que ha creado a los dioses a su imagen. O está desapareciendo Dios. 

No es nuevo este proceso, porque tanto el humanismo renacentista como la Ilustración o el llamado “Siglo de las Luces” daban los primeros pasos en esa dirección, sin, por supuesto, negar la existencia de Dios. Hoy es distinto. El cambio de Era presupone o genera un cambio en la consideración del mundo del espíritu. El hombre se siente creador, de sí mismo y del mundo.

Ya no sólo el cambio producido en la sociedad por la técnica que nos ha hecho independientes de la naturaleza. Hay algo más, mucho más. El conocimiento del mundo, del Universo, de la materia, incluso del mismo hombre, su biología y psicología, ha llegado a tal profundidad que más que conocimiento es verdadera creación de un mundo nuevo, una nueva Era. Pensemos en las teorías confirmadas de la evolución, la relatividad, el átomo, la física cuántica y, sobre todo, el avance espectacular de los últimos años en Inteligencia Artificial que puede invadir todo.

Desde luego que es una nueva visión del mundo, pero ¿puede convertirse en otra realidad creída más allá de la física, realidad espiritual, que se puede confundir con otra forma de religión? La materia desmenuzada que trasciende hacia lo espiritual. La Inteligencia Artificial que sobrepasa al Dios del Antiguo Testamento y lo crea de nuevo en otra esfera material e intelectiva. Ese Dios antiguo se convierte en un elemento literario nada más, destripado por el hombre.

Volver arriba