“YO ME ACUSO…”
“No sé con certeza si lo que aquí y ahora pretendo hacer será, o no, una confesión.. Creo que es preferible no entrar en detalles –cómo, cuando, de qué manera, cuantas veces, con quien o con quienes…- , que exigen los teólogos y moralistas “confesores” Si nos fiáramos de ellos, tal y como oficialmente debiéramos, con todo eso del dolor de corazón, propósito de enmienda y reparación, lo que se dice sacramental-sacramental a pocas confesiones podrían aplicárseles tal carácter y calificación. El rito y la costumbre les roban veracidad y contenido a las mismas, y la mayoría son otras tantas ceremonias “piadosas” de la religión católica y de sus “practicantes”.
“En este “Yo me acuso”, cito algunos de los “pecados”, o sensaciones de pecado, que me preocupan y que, en ocasiones, me privan de recibir la Comunión en las misas, pese a haberme antes herido el pecho proclamando el perdonador “por mi culpa, por mi grandísima culpa”
“Al igual que a tantos otros miembros activos de la Iglesia, católica, apostólica y romana, yo no creo en la que institucionalmente encarna la del Opus Dei, dándome además la impresión de que ella difiere en gran parte de la que vive y enaltece el papa Francisco, con tan directas e intensas pretensiones de reforma.
“Es superior a mis fuerzas creer que el clericalismo, y más el jerárquico, acapare y defina a la Iglesia. Ni el, -o los- “misterios”. Ni la falta de transparencia. Ni los signos y señales de riqueza. Ni su adicción al poder, en esta vida ni en la otra. Ni sus “doctores” en teología sagrada, tanto dogmática como moral. Ni en los ejemplos de no pocos cardenales y obispos. Ni en su liturgia imperial esperpéntica. Ni en su cielo y tampoco en su infierno.
“Rechazo frontalmente las discriminaciones que se registran en la Iglesia, además “en el nombre de Dios”, en relación con otras creencias “paganas”, y aún “cristianas”, por mucho que se predique y se rece a favor de que se unan los “hermanos separados”, y el imposible ecumenismo se abra paso por la caridad. Cualquier impresión que se aliente catequísticamente de que los católicos somos los buenos y los “elegidos”, y no los demás -cristianos o no-, constituye un nuevo rechazo del que no quisiera privarme.
“Me parece impropio, irracional, injusto y hasta inmoral, el comportamiento “oficial” que se mantiene todavía en la Iglesia, respecto a la marginación de la mujer, por mujer. Jesús se comportó con ella con sumo respeto, amor y veneración. Principios “patriarcales” decrépitos, fundamentados y argumentados solo en la fuerza bruta viril, se impusieron en culturas decrépitas, y “por los siglos de los siglos” anidaros en la Iglesia, al margen de la realidad de la vida y de la historia, sobre todo, presente. Las razones aportadas son falaces de por sí, y sin consistencia. Ni Jesús ni María hicieron referencia alguna al mito de “Eva”, que hace a la mujer responsable de todos los males que acontecen en el mundo. Los seres humanos –hombres y mujeres- medianamente inteligentes, discurren y comienzan a actuar ya hoy, de distinta maneras, sin burdas, inelegantes e injustas discriminaciones.
“”Yo me acuso” de que, a la vista de comportamientos jerárquicos historiados en la Iglesia, antes y ahora, con castigos tan graves para sus teólogos “disidentes”, a institución tan “sagrada” como la eclesiástica, no le sea permitido firmar la “Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas” (20 – XII- 1948), cuyo artículo 10 establece que “toda persona tiene derecho, en condiciones de plena igualdad, a ser oída públicamente y con justicia, por un tribunal independiente e imparcial, para la determinación de sus derechos y obligaciones, o para el examen de cualquier acusación contra ella, en materia penal”.
“En el artículo 11,1, insiste así mismo en que “cada persona acusada de delito, tiene derecho a que se presuma su inocencia, mientras no se pruebe su culpabilidad, conforme a la ley y en juicio público en el que se le hayan asegurado todas las garantías para su defensa”. Sin tener que recurrir a tiempos y a procedimientos inquisitoriales, el sistema está plenamente vigente, y avergonzaría citar no pocos casos, con nombres y apellidos, y con sus correspondientes e irreparables castigos.
“Yo me acuso”, padre, de dudar de la “eclesiastidad” de la Iglesia, en la que sus hombres, -y no también sus mujeres-, eligen al papa. También me confieso de mi disconformidad con que de la Iglesia esté desterrada a perpetuidad la democracia, así como de la hipocresía que entraña el hecho de que la misma jerarquía proclame que ella -la democracia- es el mejor sistema para el gobierno y la administración de los pueblos, de la ciudadanía e instituciones.
“No me acuso” de no creer en milagros y milagrerías requeridas para beatificaciones y canonizaciones, ni de la dispensa de los y ellas, en casos concretos.
“En este “Yo me acuso”, cito algunos de los “pecados”, o sensaciones de pecado, que me preocupan y que, en ocasiones, me privan de recibir la Comunión en las misas, pese a haberme antes herido el pecho proclamando el perdonador “por mi culpa, por mi grandísima culpa”
“Al igual que a tantos otros miembros activos de la Iglesia, católica, apostólica y romana, yo no creo en la que institucionalmente encarna la del Opus Dei, dándome además la impresión de que ella difiere en gran parte de la que vive y enaltece el papa Francisco, con tan directas e intensas pretensiones de reforma.
“Es superior a mis fuerzas creer que el clericalismo, y más el jerárquico, acapare y defina a la Iglesia. Ni el, -o los- “misterios”. Ni la falta de transparencia. Ni los signos y señales de riqueza. Ni su adicción al poder, en esta vida ni en la otra. Ni sus “doctores” en teología sagrada, tanto dogmática como moral. Ni en los ejemplos de no pocos cardenales y obispos. Ni en su liturgia imperial esperpéntica. Ni en su cielo y tampoco en su infierno.
“Rechazo frontalmente las discriminaciones que se registran en la Iglesia, además “en el nombre de Dios”, en relación con otras creencias “paganas”, y aún “cristianas”, por mucho que se predique y se rece a favor de que se unan los “hermanos separados”, y el imposible ecumenismo se abra paso por la caridad. Cualquier impresión que se aliente catequísticamente de que los católicos somos los buenos y los “elegidos”, y no los demás -cristianos o no-, constituye un nuevo rechazo del que no quisiera privarme.
“Me parece impropio, irracional, injusto y hasta inmoral, el comportamiento “oficial” que se mantiene todavía en la Iglesia, respecto a la marginación de la mujer, por mujer. Jesús se comportó con ella con sumo respeto, amor y veneración. Principios “patriarcales” decrépitos, fundamentados y argumentados solo en la fuerza bruta viril, se impusieron en culturas decrépitas, y “por los siglos de los siglos” anidaros en la Iglesia, al margen de la realidad de la vida y de la historia, sobre todo, presente. Las razones aportadas son falaces de por sí, y sin consistencia. Ni Jesús ni María hicieron referencia alguna al mito de “Eva”, que hace a la mujer responsable de todos los males que acontecen en el mundo. Los seres humanos –hombres y mujeres- medianamente inteligentes, discurren y comienzan a actuar ya hoy, de distinta maneras, sin burdas, inelegantes e injustas discriminaciones.
“”Yo me acuso” de que, a la vista de comportamientos jerárquicos historiados en la Iglesia, antes y ahora, con castigos tan graves para sus teólogos “disidentes”, a institución tan “sagrada” como la eclesiástica, no le sea permitido firmar la “Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas” (20 – XII- 1948), cuyo artículo 10 establece que “toda persona tiene derecho, en condiciones de plena igualdad, a ser oída públicamente y con justicia, por un tribunal independiente e imparcial, para la determinación de sus derechos y obligaciones, o para el examen de cualquier acusación contra ella, en materia penal”.
“En el artículo 11,1, insiste así mismo en que “cada persona acusada de delito, tiene derecho a que se presuma su inocencia, mientras no se pruebe su culpabilidad, conforme a la ley y en juicio público en el que se le hayan asegurado todas las garantías para su defensa”. Sin tener que recurrir a tiempos y a procedimientos inquisitoriales, el sistema está plenamente vigente, y avergonzaría citar no pocos casos, con nombres y apellidos, y con sus correspondientes e irreparables castigos.
“Yo me acuso”, padre, de dudar de la “eclesiastidad” de la Iglesia, en la que sus hombres, -y no también sus mujeres-, eligen al papa. También me confieso de mi disconformidad con que de la Iglesia esté desterrada a perpetuidad la democracia, así como de la hipocresía que entraña el hecho de que la misma jerarquía proclame que ella -la democracia- es el mejor sistema para el gobierno y la administración de los pueblos, de la ciudadanía e instituciones.
“No me acuso” de no creer en milagros y milagrerías requeridas para beatificaciones y canonizaciones, ni de la dispensa de los y ellas, en casos concretos.