COMULGAR CON RUEDAS DE MOLINO

Son muchas las parcelas de la convivencia en las que los fieles y los administrados perciben la sensación de ser tratados como tontos, bobos, mentecatos o memos por parte de quienes detentan alguna autoridad sobre ellos. Es esta la única y desoladora explicación que se encuentra al analizar comportamientos, leyes, normas, prédicas y exhortaciones con las que se nos comunican justificando sus actividades. La sensación de ser considerados y tratados como miembros carentes de cualquier capacidad de discernimiento y lucidez mental, prevalece sobre cualquier otra, por muy alargados y nutridos que se crean tener los órganos sensoriales y las percepciones intelectuales.
Los segmentos de la convivencia en los que despunta en mayor proporción esta circunstancia, y en los que se suele fijar la atención con más acentuada notoriedad y asombro, son los relacionados con la política y con la religión. Por lo que respecta a esta última hacemos en esta ocasión algunas – pocas - consideraciones.

. Destaca de manera a veces hasta ofensiva que el tratamiento doctrinal y disciplinar que en el terreno religioso se imparta, pueda ser considerado con tan soberana convicción como si los fieles- pocos, muchos o todos- se instalaran en la fase de infantiles a perpetuidad. Arropados en celajes de misterios, y en algún que otro término pseudo- teológico, y con la pretensión de ser ellos sus intérpretes más o menos oficiales, con la seguridad de que jamás habrán de ser interrumpidos en sus aseveraciones y sin ninguna posibilidad de ser ni siquiera cuestionadas por el Pueblo de Dios, y sin diálogo, el hecho es que “comulgar con ruedas de molino” resulta ser “santo y seña” que confirma e imprime carácter en reuniones y asambleas litúrgicas o para- litúrgicas .

. Franquear los sacrosantos confines del “Amén” por parte de todos, o de cada uno de los miembros del Pueblo de Dios, es –sigue siendo-, poco menos que impensable. Si en cualquier etapa de la historia de la Iglesia tanta pasividad descalificaba a los “fieles” cristianos, en los tiempos actuales en los que por fin, y al menos en otros terrenos, se comienza ya a rendir cierto culto a los instrumentos democráticos, la disimetría y la discordancia tornan inviable cualquier intento de comprensión y entendimiento por parte de los miembros de la Iglesia.

. La comprobación de esta realidad, más o menos generalizada dentro de la institución eclesiástica, contribuye a fomentar una situación de temor que se dice “reverencial” respecto a la jerarquía, cuya sola lejanía la incapacita para ser y actuar en calidad de “ministros del Señor”. El temor, por muy “reverencial” que se intitule, difícilmente llegará ser salvador y a resonar como “palabra de Dios”. Todo pueblo, y más si este es Pueblo de Dios, al que defina o caracterice el temor, colicúa como pueblo y se descarría de Dios.

. “Tomar el nombre de Dios en vano” y “jugar con Dios”, son pecados capitales que han de adscribírseles a no pocos miembros de la jerarquía y cuyas consecuencias debilitan de modo incontrovertible la acción divina sobre el “pueblo de su elección”. Desde esta perspectiva, y en planteamientos globales con connotaciones religiosas, es de lamentar que todavía se sigan detectando tantas y tan graves situaciones de beligerancia, preguerra y guerra, a consecuencia de interpretaciones oficiales u oficiosas de las religiones, con inclusión de la cristiana.

. Aterra otear el horizonte de la historia, y de la vida presente, y alcanzar la convicción asentada en datos, razones – sinrazones y argumentos revestidos de dogmatismos absurdos, de que “no habrá paz en el mundo, si antes no la hay entre las religiones”. Por aquello de que “por los frutos los conoceréis”, el panorama religioso es acongojante hoy, sobre todo teniendo presentes los medios tan masivamente mortíferos con los que puede contar cualquier aspirante a iluminado, o a redentor.

Con Dios, con el cielo y el infierno, con el pecado –la salvación, la condenación y las indulgencias-, y con tantos otros conceptos supremos, es execrable jugar, y menos en beneficio de ideas e intereses propios, o de civilizaciones, culturas o grupos.
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