“PORQUE ME DA LA GANA…”
Tal vez por aquello de que “toda autoridad viene de Dios, el término “gana” de tan extendida y desarrollada expresión, se robustece y vigoriza con el atributo de “real” – regia, palaciega y soberana-, con lo que su perentoriedad resulta irrefutable e incontrovertible.
. “Porque me da la real gana”, aunque en ocasiones, como para adecentar un tanto su aspereza y tosquedad se pida perdón y se ofrezcan mendaces disculpas, es frecuente norma de vida y de comportamiento entre los humanos. De la constatación del hecho a la reafirmación de que sus palabras, y todas y cada una de sus sílabas, son marcas y signos de la precaria calidad de la educación recibida, media solo un paso, que además se salva con naturalidad y franqueza, admitidas por la sociedad con normalidad y aquiescencia.
. “Porque me da la gana”, sea esta “real” o no tanto, clama a grito abierto que cualquier sistema, ley o principio de educación oficial, familiar o convivencial al uso, conducirá necesariamente a su fracaso total. La gana – mi gana- -“deseo, voluntad o apetito”-, jamás podrá ser, y convertirse, en régimen o procedimiento educador, por lo que el desarrollo integral de la persona y de los colectivos que se intente, será tarea imposible, por ser y estar radicalmente viciado.
. Convertir la gana –la mía o la de los míos-, en código o constitución, es una aberración más entre las que convivimos y en la que depravados planteamientos de carácter político, económico, social, profesional, laboral y hasta religioso, nos obligaron a aceptar como irremediables, y aún como “favorecedores” del bien de la colectividad, solo por el hecho de que ellos mismos habrían de ser sus ínclitos beneficiarios de verdad.
. De entre las soluciones universalmente elegidas como antídotos para eliminar, o paliar, los desastrosos efectos de la influencia de la vigencia del principio del “porque me da la gana”, cuanto contiene, manifiesta y enarbola el término “democracia” resulta ser el más apreciado. Pero quede clara y limpia constancia de que desdichadamente no siempre la democracia es de por sí salvadora, al haber sido, y ser, profanada por tantos, haciendo uso de los procedimientos de la misma en su propio beneficio, sin que el pueblo- pueblo sea su protagonista.
. Cuando el pueblo no puede ser, ni ejercer, de pueblo, porque a sus componentes no se les permitió y estimuló en el quehacer de convertirse y actuar como personas responsables y libres, sin acoquinamientos, desconfianzas y miedos, pubescentes, menores de edad a perpetuidad, o aprendices a novicios, es inviable la existencia y efectividad de cualquier sistema que aspire a ser catalogado como democrático. Alardean ya muchos de haber conseguido este paraíso de la convivencia y, esto no obstante, malviven, engañados entre redes de manipulaciones y edulcorados despotismos limítrofes con las dictaduras más restrictivas.
. En contextos aproximadamente “religiosos”, la razón del “porque me da la gana” sobreexcede toda calificación de grosería y ordinariez y, en ocasiones, hasta llega a cortejar la periferia de la irreverencia, de la execración y de la blasfemia, al exigir la interpretación de que la gana –real o no-, carece de otra exegesis que no sea la de la identificación de que “esa, y no otra, es la voluntad de Dios…”
. Los casos son altaneramente frecuentes en el ejercicio de la autoridad dentro de la Iglesia. La “real gana” jerárquicamente predicada y exigida como expresión de la voluntad de Dios, carece de toda sustentación evangélica. Ensoberbece, enajena y endiosa. Dios es Dios y su voluntad – la “gana” de Dios- y no la de los humanos, por altos grados de jerarquismos que hayan alcanzado, será ley y norma de vida y de comportamiento humano y cristiano. Tal aseveración demandaría otra liturgia, con gestos, locuciones, declaraciones y ejemplos distintos y distantes de los regulados en los rituales y en los catecismos. El evangelio es la “palabra” por antonomasia, con la que Dios, en Cristo Jesús, se manifiesta y evidencia como argumento y testimonio de religión y de vida.
. No es estéril la insistencia de que en el marco eclesiástico sobran sinrazones y prácticas de “porque me da la gana”, y “porque esta, y no otra, es la voluntad de Dios”, lo que ha justificado aquí y ahora su recordatorio.
. “Porque me da la real gana”, aunque en ocasiones, como para adecentar un tanto su aspereza y tosquedad se pida perdón y se ofrezcan mendaces disculpas, es frecuente norma de vida y de comportamiento entre los humanos. De la constatación del hecho a la reafirmación de que sus palabras, y todas y cada una de sus sílabas, son marcas y signos de la precaria calidad de la educación recibida, media solo un paso, que además se salva con naturalidad y franqueza, admitidas por la sociedad con normalidad y aquiescencia.
. “Porque me da la gana”, sea esta “real” o no tanto, clama a grito abierto que cualquier sistema, ley o principio de educación oficial, familiar o convivencial al uso, conducirá necesariamente a su fracaso total. La gana – mi gana- -“deseo, voluntad o apetito”-, jamás podrá ser, y convertirse, en régimen o procedimiento educador, por lo que el desarrollo integral de la persona y de los colectivos que se intente, será tarea imposible, por ser y estar radicalmente viciado.
. Convertir la gana –la mía o la de los míos-, en código o constitución, es una aberración más entre las que convivimos y en la que depravados planteamientos de carácter político, económico, social, profesional, laboral y hasta religioso, nos obligaron a aceptar como irremediables, y aún como “favorecedores” del bien de la colectividad, solo por el hecho de que ellos mismos habrían de ser sus ínclitos beneficiarios de verdad.
. De entre las soluciones universalmente elegidas como antídotos para eliminar, o paliar, los desastrosos efectos de la influencia de la vigencia del principio del “porque me da la gana”, cuanto contiene, manifiesta y enarbola el término “democracia” resulta ser el más apreciado. Pero quede clara y limpia constancia de que desdichadamente no siempre la democracia es de por sí salvadora, al haber sido, y ser, profanada por tantos, haciendo uso de los procedimientos de la misma en su propio beneficio, sin que el pueblo- pueblo sea su protagonista.
. Cuando el pueblo no puede ser, ni ejercer, de pueblo, porque a sus componentes no se les permitió y estimuló en el quehacer de convertirse y actuar como personas responsables y libres, sin acoquinamientos, desconfianzas y miedos, pubescentes, menores de edad a perpetuidad, o aprendices a novicios, es inviable la existencia y efectividad de cualquier sistema que aspire a ser catalogado como democrático. Alardean ya muchos de haber conseguido este paraíso de la convivencia y, esto no obstante, malviven, engañados entre redes de manipulaciones y edulcorados despotismos limítrofes con las dictaduras más restrictivas.
. En contextos aproximadamente “religiosos”, la razón del “porque me da la gana” sobreexcede toda calificación de grosería y ordinariez y, en ocasiones, hasta llega a cortejar la periferia de la irreverencia, de la execración y de la blasfemia, al exigir la interpretación de que la gana –real o no-, carece de otra exegesis que no sea la de la identificación de que “esa, y no otra, es la voluntad de Dios…”
. Los casos son altaneramente frecuentes en el ejercicio de la autoridad dentro de la Iglesia. La “real gana” jerárquicamente predicada y exigida como expresión de la voluntad de Dios, carece de toda sustentación evangélica. Ensoberbece, enajena y endiosa. Dios es Dios y su voluntad – la “gana” de Dios- y no la de los humanos, por altos grados de jerarquismos que hayan alcanzado, será ley y norma de vida y de comportamiento humano y cristiano. Tal aseveración demandaría otra liturgia, con gestos, locuciones, declaraciones y ejemplos distintos y distantes de los regulados en los rituales y en los catecismos. El evangelio es la “palabra” por antonomasia, con la que Dios, en Cristo Jesús, se manifiesta y evidencia como argumento y testimonio de religión y de vida.
. No es estéril la insistencia de que en el marco eclesiástico sobran sinrazones y prácticas de “porque me da la gana”, y “porque esta, y no otra, es la voluntad de Dios”, lo que ha justificado aquí y ahora su recordatorio.