EL ESPÍRITU SANTO Y LOS “NEGROS”

Mientras que Espíritu Santo solo hay uno, que trinitariamente hay que escribir y expresar con todas sus letras mayúsculas, negros-negros hay muchos. Muchísimos. Con generosidad, el diccionario le dedica a este término, profusas y profundas aplicaciones y usos, en la diversidad de los modos particulares de entender y enjuiciar personas y comportamientos. De entre estas acepciones, destacan “dicho de una persona cuya piel es de color negro, es decir, que su superficie no refleja ninguna radiación visible, consecuentemente con ausencia de todo color”. Con similar capacidad de interpretación general, y sin otra explicación, en el lenguaje popular son inteligibles con fiabilidad, expresiones como “verlo todo negro”, “estar en la lista negra de alguien”, “ser la oveja negra” y hasta “tener/tocarle a alguien la negra”.

Pero, para tranquilidad de algunos y algunas, estas aplicaciones tienen poco que ver con el Espíritu Santo. Lo tiene, y mucho, la acepción que entraña la palabra “aplicada a la persona que trabaja anónimamente para lucimiento y provecho de otro, especialmente en trabajos literarios”. En esto sí que tiene que ver el Espíritu Santo.

Me explico. En los cenáculos, ámbitos y espacios literarios en su pluralidad de temas , asuntos y esquemas, no es infrecuente constatar la presencia y actividad del “negro”, supliendo con su investigación, trabajo y redacción a quien después se ha de limitar a colocar su firma, enriqueciéndose con su autoría, no solo económicamente sino, sobre todo, con la honra y la fama que ella presupone y lleva consigo, hasta con la consecución de los correspondientes títulos universitarios, si se trata de tesis o estudios especiales. Como “el rincón de los negros” es conocido el lugar de la Biblioteca Nacional de Madrid en el que los “amanuenses” les preparan los –“sus”- trabajos a quienes no disponen de tiempo, ni de sapiencia, pero les sobran influencias y medios de fortuna.

Aunque apenas si el Espíritu Santo haya de relacionarse con el tema en tales áreas, no está de más contar y actualizar tal información, que ayuda a desvelar determinados secretos y a poner profesionalmente a cada uno en su sitio, a favor de la verdad, lo que no dejará de ser un preciado valor tanto cívico como religioso.

Pero con lo que, hasta teológicamente, se relaciona con el Espíritu Santo, es cuando los protagonistas de los “rincones de los negros” hayan de afrontar, y afronten, temas y cuestiones religiosas, de las que algunas de ellas hasta podrán formar parte principal de enseñanzas y doctrinas “oficiales” de la misma Iglesia. A los fieles cristianos, crédulos o no tanto, responsablemente les puede –y les debe- asaltar la “tentación” de formularse preguntas, que habrán de ser respondidas “por quienes corresponda”.

¿Con quien o quienes está de verdad, e ilumina, el Espíritu Santo, del que se nos adoctrina que es el inspirador necesario de tal o cual enseñanza?. ¿Está con el “negro” de turno? ¿Está acaso con quien pone la firma al final del texto?. ¿Está con quien leerá lo que se escribe y proclama? ¿Estará “en” y “con” todos, y, en ciertos casos y “lecciones”, se ausentará? Con la correspondiente documentación, oral y escrita, se sabe que, en multitud de ocasiones, los inspiradores y redactores de Cartas Pastorales y de Encíclicas, no fueron sus firmantes, sino sus “negros”.

El tema no es baladí. Ni insignificante o anecdótico. Tiene substancia y enjundia. Del estudio y conocimiento de la elaboración y del proceso seguido para la publicación de ciertas doctrinas, dependerá en gran parte, y certeramente, su correcta interpretación.

Metido de lleno en el berenjenal de cuestiones “literarias”, no quiero dejar sin comentar lo extremadamente difícil -hasta martirial- que nos supone a escritores y “escribidores”, escribir y publicar en los inclementes, y frecuentes, tiempos de censura. Esta –la censura- tanto la civil-incivilizada, como la eclesiástica – antieclesial, además de la empresarial, constituye un atentado contra la persona, contra la profesión, la conciencia y la convivencia. Al tratarse de la Iglesia, su calificación no sería otra que la de un “grave pecado” .
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