HIJOS Y MÁS
Son múltiples y de distintos colores, litúrgicos o para –litúrgicos, los signos y las manifestaciones cuya contemplación y análisis proporcionan a los demás elementos válidos para juzgar acerca de la bondad de los cristianos, en su calidad y condición de miembros de la Iglesia.
. De ellos se suele decir que son “buenos” cuando son y ejercen como “practicantes”, desglosando tal terminología con la asistencia a la misa, procesiones y rezos, peregrinaciones, actos de culto en general, inscripción en Cofradías y Hermandades o movimientos de espiritualidad y, lógicamente, sin olvidarse de colocar la “cruz” de la Declaración de la Renta, subscripción a “Cáritas” y a favor del mantenimiento de la Iglesia o parroquia en la que ellos y sus familiares frecuentan los actos de piedad y de culto.
. El añadido de las lecturas bíblicas y otras que les pongan al día de noticias relacionadas con el Papa, los obispos, los sacerdotes y las de carácter religioso en general, alabando preferentemente a los adscritas y tradicionales de todo la vida , y penitenciando a los dimanantes de la “Teología de la Liberación” y áreas cercanas, aún con el refrendo expreso del Papa Francisco, no siempre, ni mucho menos, son características de la condición de “buen cristiano”, en estos “peligrosos” tiempos de tantas “ y desoladoras mudanzas”
. Hay quienes aseguran que, al margen, o sobre, las referencias expresas clericales de cuanto se relaciona con el culto, la “bondad” de los cristianos y no cristianos radica, consiste y se expresa preferentemente en el trato de igualdad que se les proporciona al resto del personal, en el respeto a sus creencias, en la disponibilidad ante sus necesidades en el cuidado y atención en colaborar en las obras sociales y cumplimiento de sus obligaciones cívicas y municipales, dando por supuesto, por encima de todo, la fiel y escrupulosa observancia de las leyes laborales como empresarios o en calidad de funcionarios, obreros o profesionales.
. La frecuente coincidencia en la calificación de “buen cristiano” con cuanto huela a incienso, a convocatoria de campanas o a cuanto precise de vestes o hábitos talares, reglas, normas o disciplinas especiales ajenas al resto de la colectividad, no es garantía de la bondad y de la religión que se predica y refleja en el evangelio y de la que Jesús nos legó multitud de ejemplos, tanto personal como colectivamente.
. El tema de la catalogación “oficial” del “buen cristiano”, y a su vez, de “buena persona”, con explícita mención para la familia, es merecedor de reflexión más extensa. En un afán honesto por concretarla, adelanto que la norma generalizada de “los hijos que Dios quiera”, identificando a Dios con la naturaleza y sus leyes biológicas, precisa de una revisión profunda y urgente. El fin primordial –casi exclusivo para algunos- del matrimonio como sacramento, experiencia y marco eminente de vida cristiana , no es el número de hijos, elevándolo al máximo y por encima de cualquier otro valor o circunstancia personal, familiar o colectiva, por respetable que sea.
. Es el amor, más que la procreación como tal, lo que habrá de inspirar y guiar la conducta de los esposos en el supremo ejercicio de su paternidad – maternidad ciertamente cristiana y con dimensión consciente y sustantivamente religiosa. La doctrina elaborada y difundida por el Padre de la Iglesia Oriental san Juan Crisóstomo, con nítidos conocimientos bíblicos y humanos, reconociendo que “si al principio se instituyó y potenció realmente el matrimonio para la procreación de la prole y esta se extendiera por todo el mundo por mar y por tierra, poblado este, su motivo principal habrá de ser la satisfacción del amor sexual”. La perspectiva oriental de tu teología - “donde no hay amor no hay matrimonio”-, sobre la de la procreación a ultranza, de la de San Agustín, es bien patente, congruente y digna y, en definitiva, profundamente religiosa.
. El vulgar e irrespetuosamente conocido y reconocido como “conejismo” familiar, no siempre, ni mucho menos, es de por sí suprema y elocuente expresión de familia cabalmente buena, cristiana y religiosa.. No siempre son los hijos fruto y consecuencia del amor que justifica la relación hombre- mujer o mujer-hombre. Aún en las mismas familias en las que en los últimos tiempos testimoniaban su religiosidad con los índices de natalidad más numerosa, por su pertenencia a determinados movimientos piadosos, sus directores espirituales moderan su insistencia, haciendo primar sobre ellos otros factores, sin que la tranquilidad sufra grave quebranto… Del levísimo repunte de natalidad que se aprecia últimamente en España no sería procedente, ni veraz, ni legítimo deducir esperanzas de su superación de “egoísmos” familiares y sociales, sin vinculación religiosa alguna.
. De ellos se suele decir que son “buenos” cuando son y ejercen como “practicantes”, desglosando tal terminología con la asistencia a la misa, procesiones y rezos, peregrinaciones, actos de culto en general, inscripción en Cofradías y Hermandades o movimientos de espiritualidad y, lógicamente, sin olvidarse de colocar la “cruz” de la Declaración de la Renta, subscripción a “Cáritas” y a favor del mantenimiento de la Iglesia o parroquia en la que ellos y sus familiares frecuentan los actos de piedad y de culto.
. El añadido de las lecturas bíblicas y otras que les pongan al día de noticias relacionadas con el Papa, los obispos, los sacerdotes y las de carácter religioso en general, alabando preferentemente a los adscritas y tradicionales de todo la vida , y penitenciando a los dimanantes de la “Teología de la Liberación” y áreas cercanas, aún con el refrendo expreso del Papa Francisco, no siempre, ni mucho menos, son características de la condición de “buen cristiano”, en estos “peligrosos” tiempos de tantas “ y desoladoras mudanzas”
. Hay quienes aseguran que, al margen, o sobre, las referencias expresas clericales de cuanto se relaciona con el culto, la “bondad” de los cristianos y no cristianos radica, consiste y se expresa preferentemente en el trato de igualdad que se les proporciona al resto del personal, en el respeto a sus creencias, en la disponibilidad ante sus necesidades en el cuidado y atención en colaborar en las obras sociales y cumplimiento de sus obligaciones cívicas y municipales, dando por supuesto, por encima de todo, la fiel y escrupulosa observancia de las leyes laborales como empresarios o en calidad de funcionarios, obreros o profesionales.
. La frecuente coincidencia en la calificación de “buen cristiano” con cuanto huela a incienso, a convocatoria de campanas o a cuanto precise de vestes o hábitos talares, reglas, normas o disciplinas especiales ajenas al resto de la colectividad, no es garantía de la bondad y de la religión que se predica y refleja en el evangelio y de la que Jesús nos legó multitud de ejemplos, tanto personal como colectivamente.
. El tema de la catalogación “oficial” del “buen cristiano”, y a su vez, de “buena persona”, con explícita mención para la familia, es merecedor de reflexión más extensa. En un afán honesto por concretarla, adelanto que la norma generalizada de “los hijos que Dios quiera”, identificando a Dios con la naturaleza y sus leyes biológicas, precisa de una revisión profunda y urgente. El fin primordial –casi exclusivo para algunos- del matrimonio como sacramento, experiencia y marco eminente de vida cristiana , no es el número de hijos, elevándolo al máximo y por encima de cualquier otro valor o circunstancia personal, familiar o colectiva, por respetable que sea.
. Es el amor, más que la procreación como tal, lo que habrá de inspirar y guiar la conducta de los esposos en el supremo ejercicio de su paternidad – maternidad ciertamente cristiana y con dimensión consciente y sustantivamente religiosa. La doctrina elaborada y difundida por el Padre de la Iglesia Oriental san Juan Crisóstomo, con nítidos conocimientos bíblicos y humanos, reconociendo que “si al principio se instituyó y potenció realmente el matrimonio para la procreación de la prole y esta se extendiera por todo el mundo por mar y por tierra, poblado este, su motivo principal habrá de ser la satisfacción del amor sexual”. La perspectiva oriental de tu teología - “donde no hay amor no hay matrimonio”-, sobre la de la procreación a ultranza, de la de San Agustín, es bien patente, congruente y digna y, en definitiva, profundamente religiosa.
. El vulgar e irrespetuosamente conocido y reconocido como “conejismo” familiar, no siempre, ni mucho menos, es de por sí suprema y elocuente expresión de familia cabalmente buena, cristiana y religiosa.. No siempre son los hijos fruto y consecuencia del amor que justifica la relación hombre- mujer o mujer-hombre. Aún en las mismas familias en las que en los últimos tiempos testimoniaban su religiosidad con los índices de natalidad más numerosa, por su pertenencia a determinados movimientos piadosos, sus directores espirituales moderan su insistencia, haciendo primar sobre ellos otros factores, sin que la tranquilidad sufra grave quebranto… Del levísimo repunte de natalidad que se aprecia últimamente en España no sería procedente, ni veraz, ni legítimo deducir esperanzas de su superación de “egoísmos” familiares y sociales, sin vinculación religiosa alguna.