JUBILADOS VS. “JUBILABLES”

“Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid”, antes de entregarle sus aguas al Duero y hacer a este, río- padre de verdad, y que al arzobispo de su capital –a la vez Presidente de la Conferencia Episcopal Española- le haya llegado ya la hora de la jubilación, creo que la reflexión –meditación acerca de este momento y situación clerical podrá servirles a muchos de utilidad y provecho, tanto personal como colectiva o colegialmente.

. En recientes y polémicas declaraciones “pastorales” el arzobispo vallisoletano -¡por favor, no digan “pucelano”¡- informó haberle presentado a su tiempo al papa Francisco la renuncia de sus tareas al frente de la diócesis y de la presidencia de los obispos de España. En las referidas manifestaciones dejó bien patente –“¡Claro¡” encontrarse todavía en condiciones favorables y aptas para continuar al frente de todos sus cargos, hasta que en Roma se determinara otra cosa.

. Conforme a lo canónicamente establecido, al cumplir los 75 años de edad, es indispensable cursar la renuncia a la Santa Sede, dependiendo de la misma y de sus curiales, aceptarla inmediatamente, o alargar su concesión y su estatus el tiempo que se considere oportuno.

. Acontece en la práctica que a los “jubilables”, cuyos comportamientos pastorales no hayan sido evaluados como coincidentes en plenitud con los criterios entonces vigentes en la Curia Romana, la jubilación les es otorgada “ipso facto”, mientras que a los demás, esta les será concedida “sine die”.

. Por supuesto, que no son pocas las quejas formuladas por clérigos y laicos y en considerables sectores de la Iglesia, en disconformidad con estos procedimientos, sin contar con la participación y el consenso del pueblo de Dios al que pastoralmente sirvieron y sirven, quienes cumplieron la edad establecida canónicamente.

.Tampoco, por supuesto, están de acuerdo con que sea el papa “en persona” a quien se le haga directamente responsable de la medida o decisión tomada en los organismos -coladeros- curiales, en los que han cabido y caben no pocos intereses, normalmente de carácter conservador y retrógrado…Identificar mayoritaria, y aún sistemáticamente, la voluntad de esos señores curiales con la del propio papa, además de una exageración, me parece un atrevimiento poco o nada eclesial.

. Si en la Iglesia, y con toda clase de “placet” y de bendiciones, se establecieron unas normas o leyes en relación con la jubilación de sus jerarcas, no me explicó el por qué ellas habrán de ser aplicadas con excepciones siempre coincidentes y, en ocasiones, casi “a gusto del consumidor”. No descarto la posibilidad de que haya casos en los que, por diversidad de circunstancias religiosas, y aún “políticas”, la situación requiera mayor tiempo de reflexión para decidir uno u otro candidato.

. Pero, aún en tales casos y circunstancias, estas debieran haber sido previstas, que tal es el deber de cuantos burócratas optaron por servir a la Iglesia en sus respectivos, honorables y honoríficos cargos o “ministerios”. Las leyes y las normas, como tales, no debieran estar sometidas al régimen de excepcionalidad que tan notablemente rige en relación con las jubilaciones casi siempre, o siempre, en la misma dirección y talante.

. Es posible que algunas tardanzas las explique la falta de sacerdotes, que en la actualidad atenaza e inutiliza la operatividad de la pastoral. Faltan sacerdotes. Y, al paso que vamos, pronto- muy pronto- también faltarán obispos. Su falta debiera preocupar mucho más a sus responsables, que son conscientes de ello, lo saben y lo padecen. Pero a las mujeres, y al laicado en general, se les siguen negando unas posibilidades de acción pastoral y ministerial, que debiera ya habérselas reconocido la teología, de ser de verdad sagrada y fundamentada en los evangelios.

. En la Iglesia actual, y pese a las enseñanzas y ejemplos audaces y reiterativos del papa Francisco, el cambio –todo cambio- es temido como lo es el mismísimo demonio. Hablar y practicar el cambio es considerado por muchos, sobre todo los avecindados en las curias, como otras tantas actividades satánicas, olvidándose más o menos interesadamente de que “cambio” e “Iglesia” establecen un régimen de indisolubilidad sacramental y sagrado. La Iglesia es cambio de por sí, por historia, por ascética y mística, por pastoral y por teología, aunque canonistas doctos o indoctos estén siempre dispuestos a aportar multitud de recursos doctorales.

. Anquilosar –“anquilosaurio” la pastoral de la Iglesia, valiéndose de la congénita imperturbabilidad de los cánones, equivaldría a expulsar de ella a multitud de jóvenes, mujeres, hombres, intelectuales y fieles de buena voluntad, quienes comprueban que una cosa es la Iglesia- esta Iglesia-, y otra bastante distinta es la de los santos evangelios.

.¡”Nuestra Señora del Cambio”, rogad por nosotros¡”, es –sería- peldaño de una letanía en la que no cupieran ya otros títulos e invocaciones como “turris ebúrnea” o “domus áurea”. Y ahora una pregunta: ¿Para cuando la importación de obispos extranjeros, sobre todo latinoamericanos, para “regir” diócesis españolas?.

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