Moral Inmortal
En los sectores de la vida y gracias -¡por desgracia!- al dualismo mayoritariamente imperante, también la moral es –o puede ser con frecuencia-, inmoral. La “doble moral” es principio de “sabiduría” y de praxis aplicable sistemáticamente a cuanto se relaciona con lo humano y con lo divino. Pero acontece, y este es el pretexto de mi reflexión, que tal dualismo irrumpe en los ámbitos sagrados considerados religiosos, sin exclusión de los eclesiales, con justificaciones satisfactorias, al menos aparentemente, para muchos.
. Todos –casi todos- los planteamientos ético-morales relacionados con la sexualidad, en los que se les adoctrinó y adoctrina en gran parte a los católicos, reclaman inaplazable y profunda reflexión. El propósito de enmienda, uno de sus frutos, y la gracia de Dios, presidirán cualquier proyecto y actividad evangelizadora relacionada con esta materia. Y es que son, o han de ser, precisamente los laicos, y no los clérigos, célibes por imperativos canónicos, quienes interpretarán lo más acertada y certeramente posible el plan de Dios sobre la sexualidad en su rica variedad de contenidos y expresiones.
. A la moral impartida en los catecismos y en los manuales de teología oficial relativa al matrimonio, le falta poco recorrido para ser “inmoral”. Tal recorrido se agota, o desborda, según, cuando el juicio que ha de emitirse “en el nombre de Dios”, se relaciona directamente con el estudio para el reconocimiento de nulidad, por ejemplo, por “consumación”. Clama al cielo que a estas alturas de la sensibilidad, de la cultura y del respeto entre las personas, preguntas, averiguaciones e indagaciones, exigidas en las pautas canónicas, permanezcan vigentes, sin que no se haya ya registrado una reacción de rechazo contra cualquier atisbo de “indecencia”.
. Los principios morales aplicables a la mujer, por mujer, y al hombre por hombre,- también dentro de la institución eclesiástica-, son de por sí, en la práctica, poco o nada igualitarios y, por tanto, inmorales. La situación en la que se instala oficialmente hoy la mujer en la Iglesia, al margen de la sociología y de la vida, sobre bases nauseabundamente “teológicas”, no es posible que sea calificada de “moral”. Pese a alguna que otra declaración “obsequiosa”, el machismo de la jerarquía es bien patente.
. El dualismo moral- inmoral es discurso y norma de actuación en las relaciones de la jerarquía con los laicos. Difícilmente en las empresariales, laborales, administrativas y aún políticas, los títulos y las distancias resultan ser tan notorias, extrañas y extemporáneas como en las eclesiásticas. Los títulos superlativos y los ornamentos no lo facilitan, sino todo lo contrario.
. El esquema de la confesión oral, y la formación inoculada acerca de lo que es, o no es, el pecado y de cómo este se perdona y repara, no contribuye a “moralizar” la moral. ¿Es que los más graves –y casi únicos- pecados son los relacionados con el culto y con la sexualidad? ¿Quién, o quienes, se confiesan, por ejemplo, de ser insolidarios con los demás, de tenerse, por católicos, como “santos santos”, de escamotear el IVA, el IBI y otras “contribuciones”, y de no respetar las leyes de tráfico, a no ser por el temor a las posibles sanciones…?
. La literalidad con la que oficialmente se interpretan y se viven determinadas frases extraídas de los evangelios, y la lasa, relajada y benevolente interpretación con que otras se aplican como “palabras de Dios”, desmoralizan de raíz sus preceptos y sus referencias como religión verdadera.
. El intento inverecundo de salvar por encima de todo la institución y la ley dentro de la Iglesia, aún a costa de la condenación “eterna” de los seres humanos, hijos de Dios, delata la inmoralidad, o a-moralidad, de códigos, constituciones, reglas y estatutos que, al menos teóricamente, se gestaron y recopilaron fundamentalmente al servicio del pueblo.
. Invocar como supremo e inviolable recurso la existencia del cielo y del infierno, y comercializar de alguna manera con las indulgencias, las misas y las devociones de los santos, no facilitará ”moralizar” la moral a la luz de la fe responsable y adulta. Los ámbitos y casos de esta situación son más, y más variados, estimando como representativos los aquí referidos.
. Las “soluciones romanas”, oficiosamente reconocidas en la Iglesia en tiempos tan largos como bochornosos, consistentes en salvar las apariencias, son inmoralidades sonrojantes, merecedoras de vilipendios y rechazo. Su sola remembranza repugna y denigra.
. Todos –casi todos- los planteamientos ético-morales relacionados con la sexualidad, en los que se les adoctrinó y adoctrina en gran parte a los católicos, reclaman inaplazable y profunda reflexión. El propósito de enmienda, uno de sus frutos, y la gracia de Dios, presidirán cualquier proyecto y actividad evangelizadora relacionada con esta materia. Y es que son, o han de ser, precisamente los laicos, y no los clérigos, célibes por imperativos canónicos, quienes interpretarán lo más acertada y certeramente posible el plan de Dios sobre la sexualidad en su rica variedad de contenidos y expresiones.
. A la moral impartida en los catecismos y en los manuales de teología oficial relativa al matrimonio, le falta poco recorrido para ser “inmoral”. Tal recorrido se agota, o desborda, según, cuando el juicio que ha de emitirse “en el nombre de Dios”, se relaciona directamente con el estudio para el reconocimiento de nulidad, por ejemplo, por “consumación”. Clama al cielo que a estas alturas de la sensibilidad, de la cultura y del respeto entre las personas, preguntas, averiguaciones e indagaciones, exigidas en las pautas canónicas, permanezcan vigentes, sin que no se haya ya registrado una reacción de rechazo contra cualquier atisbo de “indecencia”.
. Los principios morales aplicables a la mujer, por mujer, y al hombre por hombre,- también dentro de la institución eclesiástica-, son de por sí, en la práctica, poco o nada igualitarios y, por tanto, inmorales. La situación en la que se instala oficialmente hoy la mujer en la Iglesia, al margen de la sociología y de la vida, sobre bases nauseabundamente “teológicas”, no es posible que sea calificada de “moral”. Pese a alguna que otra declaración “obsequiosa”, el machismo de la jerarquía es bien patente.
. El dualismo moral- inmoral es discurso y norma de actuación en las relaciones de la jerarquía con los laicos. Difícilmente en las empresariales, laborales, administrativas y aún políticas, los títulos y las distancias resultan ser tan notorias, extrañas y extemporáneas como en las eclesiásticas. Los títulos superlativos y los ornamentos no lo facilitan, sino todo lo contrario.
. El esquema de la confesión oral, y la formación inoculada acerca de lo que es, o no es, el pecado y de cómo este se perdona y repara, no contribuye a “moralizar” la moral. ¿Es que los más graves –y casi únicos- pecados son los relacionados con el culto y con la sexualidad? ¿Quién, o quienes, se confiesan, por ejemplo, de ser insolidarios con los demás, de tenerse, por católicos, como “santos santos”, de escamotear el IVA, el IBI y otras “contribuciones”, y de no respetar las leyes de tráfico, a no ser por el temor a las posibles sanciones…?
. La literalidad con la que oficialmente se interpretan y se viven determinadas frases extraídas de los evangelios, y la lasa, relajada y benevolente interpretación con que otras se aplican como “palabras de Dios”, desmoralizan de raíz sus preceptos y sus referencias como religión verdadera.
. El intento inverecundo de salvar por encima de todo la institución y la ley dentro de la Iglesia, aún a costa de la condenación “eterna” de los seres humanos, hijos de Dios, delata la inmoralidad, o a-moralidad, de códigos, constituciones, reglas y estatutos que, al menos teóricamente, se gestaron y recopilaron fundamentalmente al servicio del pueblo.
. Invocar como supremo e inviolable recurso la existencia del cielo y del infierno, y comercializar de alguna manera con las indulgencias, las misas y las devociones de los santos, no facilitará ”moralizar” la moral a la luz de la fe responsable y adulta. Los ámbitos y casos de esta situación son más, y más variados, estimando como representativos los aquí referidos.
. Las “soluciones romanas”, oficiosamente reconocidas en la Iglesia en tiempos tan largos como bochornosos, consistentes en salvar las apariencias, son inmoralidades sonrojantes, merecedoras de vilipendios y rechazo. Su sola remembranza repugna y denigra.