Muertes Anunciadas

La de los emplastos -también “componenda y arreglo desmañado y poco satisfactorio”, no parece ser la terapia en la que el Papa Francisco pretenda ejercer de especialista y menos en la escabrosa operación quirúrgica de la renovación de la Iglesia. Tal convencimiento, avalado por decisiones y gestos que además se enmarcan en las sopesadas y equilibradas coordenadas pastorales de prudencia, aconsejan y obligan a formular, entre otras, estas reflexiones:

. En consonancia con el dictamen de muchos, hasta ahora preclaros dogmatizadores y guardianes de la ortodoxia eclesiástica en grados eminentes e irrefutables, el Papa Francisco sobrepasa la raya y está exagerando las cosas. Su evangelio, y el del santo protector de su acción apostólica como obispo de Roma, no es el auténtico y verdadero.. Ni fue el de la mayoría de los Papas. Ni el de los obispos, ni el de no pocos “santos” del calendario oficial de la Iglesia que, al menos como institución, está, y estará, limitada , quiérase o no, por restricciones y cortapisas inherentes a los seres humanos.

. Algunos, hasta en documentos oficiales, catequizan que Jesucristo fue por encima de todo, un soñador, que sus tiempos eran otros, que Él era el Hijo de Dios y que su evangelio no pasó de ser pretensión cándida, irreal y estratosférica y, a lo sumo, paraíso para dementes, cuya nómina engrosarían el de Asís y otros pocos. El evangelio- evangelio fue siempre, y de por sí inaplicable, a no ser que sus seguidores se comprometieran a tener que seguir, por definición, y en virtud de gracias especiales, los caminos de ejemplaridad que recorrió el Maestro hasta conducirlo a lo más alto de la cruz en el monte Calvario y, por más señas, con conciencia de haber sido antes abandonado hasta por el Padre- Dios.

. Y como el evangelio es todo un lujo para atrapar prosélitos e inconformistas, se hizo imprescindible, sano y urgente, aprovechar cuantas ocasiones proporcionara la historia para acondicionarlo a las exigencias de grupos, sectores, instituciones y aún países , cuya existencia habría de peligrar radicalmente, en el caso de que las demandas del evangelio se consideraran y trataran como auténticas, inviolables y como “palabras de Dios”.

. Hay que reconocer que, en opinión de muchos, la Iglesia- institución, con los mecanismos de sus dogmas, doctrinas, cánones, -sin prescindir de la “reducción al estado laical”- y contando con tantos medios humanos y divinos, la tarea de la traducción y aplicación del evangelio a la vida, - previo su manejo y manipulación-, resultó viable, indulgente y satisfactoria. Como por otra parte, de este oficio - ministerio sacramentalizado, participó en grado eminente la sociedad civil con sus organizaciones e instituciones, la mayoría de las veces sin acotamientos ni restricciones para sus privilegios, el contubernio Religión oficial- evangelio-Estado fue, y es fórmula ideal de dominio y subyugación de los elementos religiosos a los grupos de presión.

. El evangelio de por sí molesta, incomoda e irrita. Inquieta y estorba a los “todopoderosos” del mundo. Pero aún con fórmulas más o menos piadosas y enigmáticas, y además en latín, en los pobres y en los marginados en general, al menos suscita corrientes de esperanzas y aspiraciones de igualdad, de liberación, de resurrección y de vida. Tal vez por aquello de que “la esperanza es lo último que se pierde”, a la vez es lo primero que amedrenta y aterroriza a los satisfechos y a los cebados de honores, poder y dinero.

. Por tanto, el Papa Francisco, hoy por hoy, lo tiene mal. Rematadamente mal. El evangelio al que sirve y le confiere tanta autoridad, celebridad y noticia en todo el mundo, está hoy deteriorado y proscrito en la sociedad civil y en el esquema de valores, sin exclusión del de la misma Iglesia. Las referencias públicas, con veracidad y sin ambages, así lo proclaman, lo mismo fuera que dentro de ella.

. Métodos y sistemas -“por fas o por nefas”- para truncar la “peligrosa” relación evangelio- Papa Francisco con todas sus consecuencias, y tal y como él lo ha programado y está decidido a llevar a la práctica, son innumerables. De este contexto no habría por qué descartas el martirio. De la “ortodoxa” imprecación de “¡Señor, ilumínalo o elimínalo¡”, con explícitas referencias a la encarnación “pontificia” en el evangelio, no dudan muchos. Algunos hasta estarían dispuestos a indulgenciarla.. Es lo que les enseñaron y les programaron como forma y norma de religión y de vida cristiana.

. De todas formas, con sus limitaciones, y precisamente por eso, el Papa Francisco es el evangelio. El de siempre y el que hoy demandan la Iglesia y el mundo “con dolores de parto”. Como el evangelio es semilla de vida, cuya misión jamás podrá precaver y asegurar ni los “papamóviles” ni la guardia suiza ni los más sofisticados sistemas de seguridad nacionales e internacionales, el Papa Francisco lo sabe y así lo tiene asumido.
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