Mutatio Caparum

“Mutatio caparum”, es decir, “ el cambio de las capas”, era llamada la solemnísima

y espectacular ceremonia litúrgica en la que las “ Eminencias Reverendísimas de

los Cardenales de la Santa Iglesia Romana” eran sus protagonistas el día de la

Resurrección del Señor … Acto y tan escénico , aparatoso y significativo pasó bien

pronto a revelar, en el lenguaje popular, la majestuosa grandiosidad de determinados

hechos, aconteceres y personalidades de cualquier tipo, no precisamente eclesiásticos.

Con humor inteligente, erasmista, devoto e insobornable, de la “mutatio caparum”

hace referencia Miguel de Cervantes en la primera parte de “El Ingenioso Hidalgo

don Quijote de la Mancha, impreso en Madrid, con privilegio real, por Juan de la

Cuesta, el año 1605”. Exactamente en su capítulo 21 “que trata de la aventura y rica

ganancia del yelmo de Mambrino, con otras cosas sucedidas a nuestro invencible

Caballero”, don Quijote advierte a Sancho que, “en conformidad con las ordenanzas

de la andante Caballería”, no le será lícito adueñarse del “caballo rucio-rodado”

del derrotado Mambrino, -el barbero de la cercana aldea-, pero lo que sí le estará

permitido es “trocar sus aparejos”, con los que el bendito escudero “puso el jumento

a las mil lindezas, dejándolo mejorado un tercio y quinto”. Las citas de la “mutatio

caparum” – cambio de las capas- y la de los “ropones condales”, resultaban argumentos

convincentes e inteligibles en las conversaciones, lo mismo nobles, que escuderiles.

Lo de “el hábito no hace al monje” apenas si había traspasado las tapias monásticas.

. En los eviternos y purpúreos tiempos cardenalicios en los que todavía se encuentra

la Iglesia, pese a los buenos y disciplinares deseos del Papa Francisco, es ya

absolutamente preciso acelerar los cambios –“mutationes caparum”- de los

ornamentos que se dicen “sagrados”, con inclusión radical de lo que todos ellos

significan y entrañan.

. La suposición de que las apariencias carecen ya hoy de importancia, y pertenecen

a subgéneros seudo culturales pretéritos en instituciones como la eclesiástica, no es

válida. Diríase que es precisamente en la Iglesia católica en donde las distinciones, las

prerrogativas, las prosopopeyas, los tratamientos, ornatos, ostentaciones, opulencias,

decoraciones y condecoraciones, atributos y presunciones lucen sus colorines y colores

con brillantez, sin escrúpulo y sin conciencia de que pueden ser, y sean, ofensivas para

el resto del pueblo de Dios y, por supuesto, como irreverencias en el trato- comunión,

con lo verazmente religioso.

. En tiempos, al menos teóricamente, más cultos como los actuales, el lenguaje de

los símbolos, cuando estos rebasan los límites de la sensatez y de la convivencia,

escandalizan, confunden, equivocan y perturban. Y además, hasta avergüenzan

y abochornan. A algunos, y con toda razón, les suscita reacciones de hilaridad,

impropias de los actos de culto al Dios verdadero. El caso de las mitras episcopales es

incuestionable. Difícilmente dejarían “mitrarse” la mayoría de quienes leen este blog.

. La Iglesia-Iglesia no es un espectáculo. La “función” – fiesta o ceremonia- de la

“función religiosa”, dejó de funcionar hace tiempo. Ni es evangélica ni evangelizadora.

Los templos, por muy catedralicios y basilicales que sean, se profanan, cuando

el servicio que le prestan al pueblo es fundamentalmente el de ser marco para las

raras funciones socio- religiosas que imponen las costumbres patrióticas, locales,

autonómicas o para- estatales.

. Por amor de Dios y por exigencias de las normas, gustos y estatutos de armonía

y belleza profundamente religiosas, es de desear que se favorezca cuanto antes la

formación de diseñadores de ornamentos sagrados, con explícita exclusión de títulos,

tratamientos y distintivos extra- cultuales. Ser, vestirse y comportarse como personas

normales, es seguir ele ejemplo de Cristo-Jesús al servicio del pueblo, encarnado

en el mismo y sin más “privilegios” que los que el derecho, y el correspondiente

cumplimiento de los deberes, demandan siempre y con todos.

. La “mutatio caparum” cardenalicia, en la pluriformidad de sus grados, dejará de ser

prestamente, y con todas sus consecuencias, tarea eclesial. La humanidad y humildad

cervantinas de los don Quijotes y Sanchos que componen el censo del pueblo de Dios,

exigen con presteza formas y “literaturas” diferentes a las que sigue haciendo uso

la Iglesia en el “pastoreo” actual de sus “fieles”, no merecedoras de la nota del simple

y llano “aprobado”. El mismo Papa Francisco repite una y otra vez que “el Cardenal

como tal entra en la Iglesia de Roma, pero no en una corte, aunque esta se intitule

pontificia”.
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