Nuevo Secretario de la CEE
Por fin se efectuó la sustitución del anterior Secretario General de la Conferencia Episcopal Española -CEE- . Con la más leal y constructiva intención de contribuir a hacer “más amable y cristiana la cara –imagen- de la Iglesia Católica”, que pueda encarnar y presentar su sucesor, subrayo las siguientes consideraciones:
. Es triste que sea, y se considere noticia en la Iglesia, el hecho de que el nuevo Secretario -“cura periodista”- “se presente y salude personalmente a los comunicadores”, dado que implícitamente ha de hacer referencia al distanciamiento que caracterizara las relaciones con su antecesor. Deducir de este hecho, y proclamarlo como tal, “el cambio y la nueva imagen de la Iglesia oficial”, pasma, asombra y hasta escandaliza a propios y a extraños
.¿ En qué quedamos, “cura periodista” o “periodista cura”?. Es esta una pregunta que me formulé, y me formulo personalmente, y que yo me contesté desde el principio a mí mismo, colocando en primer lugar el término y condición de “periodista” -“profesión” proviene de “fe”- y después “cura”, con ínclitas remembranzas a “vocación”, o llamada ulterior para todo trabajo profesional, con mención en este caso para el de la información, que exige y reclama sociológica y religiosamente la entrega y fidelidad, al menos igual, que cualquier otra actividad considerada aparte, y como “vocacional”.
. Nos conformaríamos, celebraríamos y, como personas y como cristianos, nos sentiríamos satisfechos y felices, con que, por encima de otras calificaciones, el término profesional “periodista” emergiera sobre cualquier otra connotación. Tal y como están los tiempos, la del periodismo “per se” y, por tanto, al servicio de la verdad, es actividad eminentemente evangelizadora y liberadora, en beneficio de la colectividad.
. “Prometo honestidad, eficacia y transparencia, que es la mejor forma de luchar contra el rumor, la desinformación y la pereza de los tópicos”. No me explico cómo y por qué esta promesa pueda ser noticia, a no ser que lo sea la circunspecta y discreta insinuación de que antes, en el pasado periodo del Secretariado, la “honestidad y la transparencia” brillaran por su ausencia. El Papa Francisco ya le prestó la debida atención a los “rumores y chismorreos curiales”.
. Desgraciadamente “la Iglesia está y estará también presente en la sección de los sucesos”. La Iglesia es vida e historia. Es humana y divina a la vez. Pero que conste que no somos los periodistas quienes hacemos ser “suceso” a la Iglesia. Lo son sus fieles, con explícita mención también para los miembros de su jerarquía.
. De por sí, y en conformidad con el ”evangelio”, la Iglesia es –debe ser- “buena noticia”. Pero “no siempre es verdad tanta belleza”, por lo que bíblicamente son imprescindibles los periodistas- profetas denunciadores. Adscribir algunos nombres en el gremio de los “profetas de calamidades”, es preferible que anotarlos en la nómina de los turiferarios.
. No es justo impartir descalificaciones de herejes o anticlericales a periodistas –curas o no- por haberlos encasillados en marcos de progresía, evolución y disconformidad con las formas de ser, de vivir y de sentir la Iglesia “oficial”. Sírvales a algunos de orientación y consuelo el dato de que, a los “informadores religiosos” nos ha correspondido una buena parte del sacrificio de tener que tragarnos sapos y culebras, por aquello de “evitar ciertos escándalos” y poder resultar determinadas noticias “ofensivas a los oídos piadosos”.
. Sirva igualmente de consolación la comprobación de cómo las noticias positivas, y a favor de la Iglesia, son presentadas y ponderadas con titulares destacados, constructivos y amables, cuando así lo demanda el contenido. El caso del Papa Francisco es ciertamente ejemplar y resplandeciente. Sus declaraciones y gestos son referencias noticiosas de interés y satisfacción universales, de tal manera que hay días en los que periódicos de todos los signos se asemejan a otros tantos “boletines franciscanos”.
. Lo de que “los obispos españoles miran y mirarán siempre a Roma”, es un desliz lírico, explicable en momentos de euforia y de nerviosismos. La dirección de las miradas episcopales ha dependido y dependerá de circunstancias, no todas evangélicamente ejemplares. Además, a Roma no hay que mirar en exceso. Los tortícolis no son buenos consejeros. En todas las diócesis hay puntos de referencias, personales o locales, necesitados de miradas de cariño, de ternura, respeto e inteligencia episcopales, pero todas ellas despojadas de “titulitis” y áulicas reverencias.
. En mis tiempos mozos de “informador religioso”, unos obispos amigos, de diversas tendencias, eran mis confidentes, teniéndome al corriente de cuanto acontecía de verdad en las asambleas episcopales, que por cierto diferían bastante de lo que se nos comunicaba en las notas o declaraciones “oficiales” del portavoz de turno. Mucho tendrán que cambiar las cosas, para que los procedimientos de la información veraz y de interés para el público –pueblo de Dios- puedan ser diferentes.
. La información en relación con la adscripción del nuevo Secretario de la CEE al “Opus Dei” no tiene por qué significar ni sobresalto, ni susceptibilidad, ni excelsitud social o eclesial de ninguna clase. Pero el hecho es que, tanto sociológica como ascéticamente, tal adscripción, pertenencia o alineación “opuística” imprime carácter, en conformidad con el sentir y las experiencias vividas por muchos cristianos. Me limito a reseñar el dato y apreciación.
. Es triste que sea, y se considere noticia en la Iglesia, el hecho de que el nuevo Secretario -“cura periodista”- “se presente y salude personalmente a los comunicadores”, dado que implícitamente ha de hacer referencia al distanciamiento que caracterizara las relaciones con su antecesor. Deducir de este hecho, y proclamarlo como tal, “el cambio y la nueva imagen de la Iglesia oficial”, pasma, asombra y hasta escandaliza a propios y a extraños
.¿ En qué quedamos, “cura periodista” o “periodista cura”?. Es esta una pregunta que me formulé, y me formulo personalmente, y que yo me contesté desde el principio a mí mismo, colocando en primer lugar el término y condición de “periodista” -“profesión” proviene de “fe”- y después “cura”, con ínclitas remembranzas a “vocación”, o llamada ulterior para todo trabajo profesional, con mención en este caso para el de la información, que exige y reclama sociológica y religiosamente la entrega y fidelidad, al menos igual, que cualquier otra actividad considerada aparte, y como “vocacional”.
. Nos conformaríamos, celebraríamos y, como personas y como cristianos, nos sentiríamos satisfechos y felices, con que, por encima de otras calificaciones, el término profesional “periodista” emergiera sobre cualquier otra connotación. Tal y como están los tiempos, la del periodismo “per se” y, por tanto, al servicio de la verdad, es actividad eminentemente evangelizadora y liberadora, en beneficio de la colectividad.
. “Prometo honestidad, eficacia y transparencia, que es la mejor forma de luchar contra el rumor, la desinformación y la pereza de los tópicos”. No me explico cómo y por qué esta promesa pueda ser noticia, a no ser que lo sea la circunspecta y discreta insinuación de que antes, en el pasado periodo del Secretariado, la “honestidad y la transparencia” brillaran por su ausencia. El Papa Francisco ya le prestó la debida atención a los “rumores y chismorreos curiales”.
. Desgraciadamente “la Iglesia está y estará también presente en la sección de los sucesos”. La Iglesia es vida e historia. Es humana y divina a la vez. Pero que conste que no somos los periodistas quienes hacemos ser “suceso” a la Iglesia. Lo son sus fieles, con explícita mención también para los miembros de su jerarquía.
. De por sí, y en conformidad con el ”evangelio”, la Iglesia es –debe ser- “buena noticia”. Pero “no siempre es verdad tanta belleza”, por lo que bíblicamente son imprescindibles los periodistas- profetas denunciadores. Adscribir algunos nombres en el gremio de los “profetas de calamidades”, es preferible que anotarlos en la nómina de los turiferarios.
. No es justo impartir descalificaciones de herejes o anticlericales a periodistas –curas o no- por haberlos encasillados en marcos de progresía, evolución y disconformidad con las formas de ser, de vivir y de sentir la Iglesia “oficial”. Sírvales a algunos de orientación y consuelo el dato de que, a los “informadores religiosos” nos ha correspondido una buena parte del sacrificio de tener que tragarnos sapos y culebras, por aquello de “evitar ciertos escándalos” y poder resultar determinadas noticias “ofensivas a los oídos piadosos”.
. Sirva igualmente de consolación la comprobación de cómo las noticias positivas, y a favor de la Iglesia, son presentadas y ponderadas con titulares destacados, constructivos y amables, cuando así lo demanda el contenido. El caso del Papa Francisco es ciertamente ejemplar y resplandeciente. Sus declaraciones y gestos son referencias noticiosas de interés y satisfacción universales, de tal manera que hay días en los que periódicos de todos los signos se asemejan a otros tantos “boletines franciscanos”.
. Lo de que “los obispos españoles miran y mirarán siempre a Roma”, es un desliz lírico, explicable en momentos de euforia y de nerviosismos. La dirección de las miradas episcopales ha dependido y dependerá de circunstancias, no todas evangélicamente ejemplares. Además, a Roma no hay que mirar en exceso. Los tortícolis no son buenos consejeros. En todas las diócesis hay puntos de referencias, personales o locales, necesitados de miradas de cariño, de ternura, respeto e inteligencia episcopales, pero todas ellas despojadas de “titulitis” y áulicas reverencias.
. En mis tiempos mozos de “informador religioso”, unos obispos amigos, de diversas tendencias, eran mis confidentes, teniéndome al corriente de cuanto acontecía de verdad en las asambleas episcopales, que por cierto diferían bastante de lo que se nos comunicaba en las notas o declaraciones “oficiales” del portavoz de turno. Mucho tendrán que cambiar las cosas, para que los procedimientos de la información veraz y de interés para el público –pueblo de Dios- puedan ser diferentes.
. La información en relación con la adscripción del nuevo Secretario de la CEE al “Opus Dei” no tiene por qué significar ni sobresalto, ni susceptibilidad, ni excelsitud social o eclesial de ninguna clase. Pero el hecho es que, tanto sociológica como ascéticamente, tal adscripción, pertenencia o alineación “opuística” imprime carácter, en conformidad con el sentir y las experiencias vividas por muchos cristianos. Me limito a reseñar el dato y apreciación.