San Juan Pablo II

“Enseñar al que no sabe” es obra de misericordia. Lo es reduplicativamente, cuando además la materia, objeto de adoctrinamiento, está relacionada con lo religioso. Por ejemplo, en referencia a la asignatura tan popular e importante como son “las causas de los santos”, es imprescindible corregir la plana de la generalidad de los catecismos, procurando dejar bien claro que el hecho de que el nombre de santos/as se encuentren en el listado oficial – “Santoral” o “Año Cristiano”-, previo el correspondiente proceso de beatificaciones o canonizaciones, no es dogma de fe en la Iglesia. A cualquiera, por tanto, le será lícito dudar, y aún negar, tal santidad oficialmente reconocida, sin tener que ser tachado de “hereje” o algo parecido, y sin que su amor –fervor- a la Iglesia quede en entredicho. Beatificaciones y canonizaciones son frecuentes y portentosas noticias en la actualidad, no faltándoles a la mayoría de ellas razones de ejemplaridad para el resto del pueblo e intercesores – mediadores ante Dios.

Casi en vísperas ya de la elevación suma al honor de los altares del Papa Juan Pablo II, en significativos sectores de la Iglesia se levantan serias dudas acerca de la conveniencia, y de la aceleración, de los procedimientos curiales para su canonización. El dato de que los nuevos santos encarnan estilos ejemplares de vivencia de Iglesia en los tiempos en los que sus solemnes ceremonias se registran y coronan, no deja de ser un motivo fehaciente más para cuidar las formas, las ocasiones y otras circunstancias, santas también, pero dignas de respeto y de consideración a favor del pueblo de Dios.

El Papa Juan Pablo II careció del carisma de la renuncia al ejercicio pontifical, lo que alargó afrontar de raíz, y con todas sus consecuencias, la reforma de la Curia Romana, protagonista de numerosos escándalos, hoy ya conocidos y reconocidos, y otros por conocer todavía, lo que explicó en parte la decidió, relativamente temprana por la edad, de la renuncia de su sucesor Benedicto XVI. El fervoroso y supercatólico trato de favor, que Juan Pablo II le confirió a movimientos “religiosos” tan cercanos a él, como el comandado por el fundador Marcial Maciel, reclama un análisis “canonizador”, que habría de incluir correcciones y arrepentimientos desde perspectivas más largas, dolorosas y simplemente objetivas.

La excusa de que Juan Pablo II era totalmente ajeno, y desconocedor, de los comportamientos que se nos desvelan en relación con la obra “educadora” en la fe del aspirante a ser beatificado, con anuencia y aplauso de sus colegios, fundaciones ejércitos de “legionarios de Cristo Rey, y finanzas, jamás podrá ser justa y comprensiva explicación, dado que al Papa, por muy Papa que sea, y por muchas y complejas actividades que haya de atender, no podrán serles desconocidos problemas de tanta gravedad. Haber confiado en otros, aún con categoría cardenalicia, de los que positiva y documentadamente consta estar al corriente de tropelías, desafueros y abusos “religiosos”, no exime de responsabilidades, ni “extra” o “sobre” terrenales. Resulta sorprendentemente doloroso, y confuso, verse obligados a tener que aceptar que el único insipiente de cuanto acontecía en los antros “educadores” militantes capitaneados por el reverendo Maciel habría de ser Juan Pablo II.

Llevando consigo, y potenciando, las canonizaciones, razones de ejemplaridad y comportamientos de Iglesia, es explicable al menos que a muchos cristianos les sea complicado entender cómo los “legionarios”, con su fundador a la cabeza, representaran, y sigan presentando, a la Iglesia como signo y sacramento de vida y de religión (¡¡). La duda de si sus colegios, y la misma fundación, puedan continuar o clausurarse a perpetuidad, sin posibilidad de reforma, comenzando por su denominación y procedimientos, es de por sí ofensiva para el pueblo de Dios y para la comunidad cívica en general.

Recientes declaraciones publicadas en las páginas salvadoras de RD. , no desmentidas, y con piadosa administración de detalles, son exponentes de cuanto refiero, con insistencia al menos, en la inoportunidad de ciertos actos de canonizaciones, que imbricarán aún más hechos y recuerdos.. Es muy sórdido el caudal de inmundicias que riachuelos “institucionales” reconocidamente benditos han transportado en los últimos tiempos en la Iglesia, como para que la “tolerancia cero” no imponga sus criterios imperiosos de higiene, depuración y reparación hasta sus últimas consecuencias.
Volver arriba