San Juan XXIII
En el “cielo oficial” de las beatificaciones y canonizaciones sobran, tanto como faltan, nombres, apellidos, ministerios y “representaciones”. De tan portentoso “prodigio” fue y es responsable, por definición y oficio, administrativos, la Curia Romana.
Casi en vísperas de la canonización oficial de Juan XXIII, destaco la oportunidad del reconocimiento, también público y generalizado, de su figura, dentro y fuera de la Iglesia Católica. Santos como el Papa Juan, son referencias religiosas absolutamente imprescindibles, en tiempos como los actuales, carentes de sensatez, de humildad, humanidad, sentido común, tolerancia, apertura, misericordia, anticipación, conexión con personas y problemas, bonhomía, respeto y evangelio. Como el “buen humor” alegría-es síntesis y recapitulación de teología, de biblia y de pastoral evangelizadoras, reseño, a título de ejemplo, y entre tantos, algunos rasgos o episodios de su vida.
. Cuando fue elegido Papa, al intentar vestir la sotana blanca, la más ancha de las tres preparadas, y aún esta resultarle estrecha, se limitó a comentar:” todos me han elegido, menos los sastres”. “¿Me recibirán como Papa quienes me han de aclamar seguidamente, no habiéndome ellos elegido?”. “Que no, que peso mucho y yo no quiero ser “transportado” en la “silla gestatoria”. Además, el bamboleo de este columpio me marea y, sobre todo, no quiero perder el recuerdo de niño cuando mi padre me subía sobre sus hombros haciendo de “caballito”. Cuando los teólogos expertos le presentaban Cartas Apostólicas y Encíclicas para su firma, advertía “haced cuanto sea posible por insertar alguna frase mía personal, al menos para que mis amigos, y quienes me conocen de verdad, crean que intervine de alguna manera en su redacción”
. Al serle presentado un esquema del Concilio, en un caso concreto pidió una cinta métrica, midió algunos de sus párrafos y comentó que “en el espacio de quince centímetros se empleaban ocho veces el término “condenamos”. La interpretación del salmista pidiéndole a Dios que nos libre de los “sanguínibus”, aseveraba que “al margen de exegetas y estudiosos, prefiero referirlo a mí mismo”. “Sobran teólogos y esto lo arreglo yo de forma más sencilla, más misericordiosa, práctica y convincente”. “Lo práctico es siempre sencillo y lo sencillo es realista, únicamente si se respalda con la propia experiencia”
. Al preguntarle los Cardenales elegidos por su antecesor Pío XII, “Padre Santo, ¿por qué y para qué la convocatoria de este “peligroso” concilio?”, mandó abrir la ventana y comentó sonriendo “para que entren la luz y el aire fresco”. “Ni tengo dolor de hígado, ni estoy enfermo de los nervios. Por eso me agrada relacionarme con las personas y estar lo más cercanamente posible de ellas”. Una de sus más excelsas virtudes, asegura su secretario Capovilla, era depositar su confianza en los demás. Asegura también que, al leer en los primeros días de enero de 1959 la biografía número cinco del Papa Roncalli, se limitó a decir : ”Todas son muy hermosas e interesantes; pero, claro, todas coinciden en una cosa, en que no tienen nada, o muy poco, que ver conmigo”.
. La fuente de su sempiterna alegría y “buen humor” no fue otra que la capacidad de tender puentes entre las diferentes posturas, trabajando siempre a favor de la unidad. “Doblar, no romper jamás”. En conversación con periodistas, en enero de 1963, recordando que en un tiempo él fue colaborador de un periódico que se publicaba en Bérgamo, comentó: “Yo, digamos que como medio diestro en la materia, sé muy bien que los periodistas hacen a veces sus pequeños arreglos”.
. Destacan los historiadores, hoy hagiógrafos, la incomodidad que hubo de afrontar Juan XXIII al verse obligado a limitar el “buen humor” habitual en él, en actos y documentos oficiales, por exigírselo así las circunstancias. Lo compensaba entre familiares y amigos, lamentando en ocasiones no haber sido capaz de cambiar el estilo de los documentos curiales, lo que equivale a reconocer que, cuando la Iglesia deja de ser familia, comunidad y “sala de estar” y de compartir, conociéndose y amándose entre sí unos y otros, no cabe el “buen humor” y este ha de exiliarse.
. El punto y aparte, en vísperas de su canonización y en el impensable e imposible “Año de la Alegría” clerical, el recuerdo de la repuesta dada por el Papa a la “indiscreta” y “perversa” pregunta de un periodista: “¿Cuántas personas trabajan en el Vaticano?. No las he contado: pero puedo asegurar que, a tenor de los resultados, más o menos, la mitad”.
El testamento del Papa Juan es clara manifestación de actitud teológica, a la vez que un delicioso poema de humor-amor, antecedido por estas palabras: ”No os preocupeis tanto por mí. Estoy preparado. Mis maletas están ya hechas. Puedo partir en cualquier momento”.
Casi en vísperas de la canonización oficial de Juan XXIII, destaco la oportunidad del reconocimiento, también público y generalizado, de su figura, dentro y fuera de la Iglesia Católica. Santos como el Papa Juan, son referencias religiosas absolutamente imprescindibles, en tiempos como los actuales, carentes de sensatez, de humildad, humanidad, sentido común, tolerancia, apertura, misericordia, anticipación, conexión con personas y problemas, bonhomía, respeto y evangelio. Como el “buen humor” alegría-es síntesis y recapitulación de teología, de biblia y de pastoral evangelizadoras, reseño, a título de ejemplo, y entre tantos, algunos rasgos o episodios de su vida.
. Cuando fue elegido Papa, al intentar vestir la sotana blanca, la más ancha de las tres preparadas, y aún esta resultarle estrecha, se limitó a comentar:” todos me han elegido, menos los sastres”. “¿Me recibirán como Papa quienes me han de aclamar seguidamente, no habiéndome ellos elegido?”. “Que no, que peso mucho y yo no quiero ser “transportado” en la “silla gestatoria”. Además, el bamboleo de este columpio me marea y, sobre todo, no quiero perder el recuerdo de niño cuando mi padre me subía sobre sus hombros haciendo de “caballito”. Cuando los teólogos expertos le presentaban Cartas Apostólicas y Encíclicas para su firma, advertía “haced cuanto sea posible por insertar alguna frase mía personal, al menos para que mis amigos, y quienes me conocen de verdad, crean que intervine de alguna manera en su redacción”
. Al serle presentado un esquema del Concilio, en un caso concreto pidió una cinta métrica, midió algunos de sus párrafos y comentó que “en el espacio de quince centímetros se empleaban ocho veces el término “condenamos”. La interpretación del salmista pidiéndole a Dios que nos libre de los “sanguínibus”, aseveraba que “al margen de exegetas y estudiosos, prefiero referirlo a mí mismo”. “Sobran teólogos y esto lo arreglo yo de forma más sencilla, más misericordiosa, práctica y convincente”. “Lo práctico es siempre sencillo y lo sencillo es realista, únicamente si se respalda con la propia experiencia”
. Al preguntarle los Cardenales elegidos por su antecesor Pío XII, “Padre Santo, ¿por qué y para qué la convocatoria de este “peligroso” concilio?”, mandó abrir la ventana y comentó sonriendo “para que entren la luz y el aire fresco”. “Ni tengo dolor de hígado, ni estoy enfermo de los nervios. Por eso me agrada relacionarme con las personas y estar lo más cercanamente posible de ellas”. Una de sus más excelsas virtudes, asegura su secretario Capovilla, era depositar su confianza en los demás. Asegura también que, al leer en los primeros días de enero de 1959 la biografía número cinco del Papa Roncalli, se limitó a decir : ”Todas son muy hermosas e interesantes; pero, claro, todas coinciden en una cosa, en que no tienen nada, o muy poco, que ver conmigo”.
. La fuente de su sempiterna alegría y “buen humor” no fue otra que la capacidad de tender puentes entre las diferentes posturas, trabajando siempre a favor de la unidad. “Doblar, no romper jamás”. En conversación con periodistas, en enero de 1963, recordando que en un tiempo él fue colaborador de un periódico que se publicaba en Bérgamo, comentó: “Yo, digamos que como medio diestro en la materia, sé muy bien que los periodistas hacen a veces sus pequeños arreglos”.
. Destacan los historiadores, hoy hagiógrafos, la incomodidad que hubo de afrontar Juan XXIII al verse obligado a limitar el “buen humor” habitual en él, en actos y documentos oficiales, por exigírselo así las circunstancias. Lo compensaba entre familiares y amigos, lamentando en ocasiones no haber sido capaz de cambiar el estilo de los documentos curiales, lo que equivale a reconocer que, cuando la Iglesia deja de ser familia, comunidad y “sala de estar” y de compartir, conociéndose y amándose entre sí unos y otros, no cabe el “buen humor” y este ha de exiliarse.
. El punto y aparte, en vísperas de su canonización y en el impensable e imposible “Año de la Alegría” clerical, el recuerdo de la repuesta dada por el Papa a la “indiscreta” y “perversa” pregunta de un periodista: “¿Cuántas personas trabajan en el Vaticano?. No las he contado: pero puedo asegurar que, a tenor de los resultados, más o menos, la mitad”.
El testamento del Papa Juan es clara manifestación de actitud teológica, a la vez que un delicioso poema de humor-amor, antecedido por estas palabras: ”No os preocupeis tanto por mí. Estoy preparado. Mis maletas están ya hechas. Puedo partir en cualquier momento”.