Confesión general de sor Juana Inés de la Cruz
He publicado un nuevo libro con la editorial Mensajero donde exploro el interior de una mujer, religiosa y poeta mexicana del S XVII, sor Juana Inés de la Cruz. Considerada como la mejor poeta del barroco español y un icono protofeminista, su figura despertó mi interés, cuando conocí destalles de esta mujer intelectual, que se decantó por la vida conventual en San Jerónimo, México, para gozar de mayores posibilidades donde seguir estudiando. Allí consagró su vida a la creación literaria hasta que toda esa labor sufrió un parón. ¿Fue por respetar la orden del obispo que consideraba inapropiada la actividad literaria a una religiosa o fue ella misma quién se impuso el silencio para consagrarse enteramente a Dios? ¿Se convirtió y abandonó las letras para siempre o solo dejó pasar un tiempo para reflexionar? En Sor Juana Inés de la Cruz. Confesión general, doy la palabra a la protagonista en esta autobiografía novelada para que ella misma responda.
Juana Inés de la Cruz destacó como mujer con una inteligencia excepcional y un ansia de conocimiento enorme. Sus poemas de amor y también religiosos son fruto de esa inquietud innata. Descendiente de españoles, nacida en un mundo rural y educada en la corte virreinal de México, se encontraba a caballo entre dos mundos. Y entre ellos se bandeó. Contó con la amistad y protección de virreinas y algunos obispos, pudiendo cumplir con su labor literaria. Por el contrario, muchas personas, como su confesor, no aprobaban su actividad.
Intento adentrarme en los grandes interrogantes a los que se enfrenta la protagonista cuando es obligada a hacer una confesión final para al final volver al noviciado y renovar sus votos, renunciado a su vida intelectual. «¿Para qué Dios me ha dado la facilidad de versificar y el anhelo del conocimiento? ¿No dice el Evangelio que no se debe guardar la luz bajo el celemín? ¿Es mi condición femenina la me obliga a estar callada? ¿No hay muchos sacerdotes y religiosos realizando lo que me prohíben? ¿Por qué me empujaron muchos clérigos a realizar arcos triunfales, loas, sonetos fúnebres…, en honor de los virreyes? ¿No decían entonces que eran para mostrar el nivel intelectual de la colonia y demostrar que podíamos competir con la metrópoli?», se pregunta sor Juana Inés. Son problemas similares a los que hoy se enfrentan las mujeres en muchos lugares.
Poemas
El monólogo de Sor Juana Inés de la Cruz cobra expresividad y emotividad cuando su pensamiento se refrenda con los poemas que ella misma escribió. Recupero su historia a través de su obra poética del SXVII, su modo de expresión vital. Poemas que expresan gratitud, incertidumbre, miedo, denuncia y amor. Por ejemplo, cuando en su interior se refiere a la desigualdad y la injusticia de las que son víctimas las mujeres, «consecuencia», dice, «de que los hombres se consideran superiores, hacen las leyes y las normas creyéndose los reyes del universo” y denuncia
Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:
si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?
(…)
«¿Qué le hizo a sor Juana convertirse, además de la imposición del padre Núñez?», me pregunto en el Epílogo. «Nunca pensó que su labor como escritora, mujer y religiosa fuese algo negativo, dado que Dios le había dado unos talentos que debía multiplicar. Sin embargo, la amplitud de los elogios que recibió en los últimos años la agobiaron, porque no se correspondían con lo que ella consideraba su identidad real. Se encontró, entre los legajos que aparecieron en su celda este poema, que no fue publicado durante su vida y que refleja sus últimas preocupaciones»:
¿De dónde a mí tanto elogio?
¿De dónde a mí a encomio tanto?
¿Tanto pudo la distancia
añadir a mi retrato?
¿De qué estatura me hacéis?
¿Qué coloso habéis labrado,
que desconoce la altura
del original lo bajo?
No soy yo la que pensáis,
sino es que allá me habéis dado
otro ser en vuestras plumas
y otro aliento en vuestros labios,
y diversa de mí misma
entre vuestras plumas ando,
no como soy, sino como
quisisteis imaginarlo.
(…)
Celebrad ese, de vuestra
propia aprehensión, simulacro,
para que en vosotros mismos
se vuelva a quedar el lauro.