Miserere: el salmo responsorial del Domingo V de Cuaresma

El domingo V de Cuaresma nos ofrece la ocasión de y sentir y vivir un fragmento del famoso Miserere, ese salmo maravilloso para expresar nuestro arrepentimiento y nuestra vuelta a Dios, para arrojarnos de lleno a su bondad, a su amor de Padre. Y para renovar nuestro ser y darnos al trabajo por un mundo nuevo. El salmo 50, en la buena traducción de que disfrutamos, mantiene todo su poder e intensidad. Modestamente, ofrezco mi versión o mi glosa por si puede ser útil a la sensibilidad del lector orante de hoy.

MISERICORDIA, DIOS MÍO, POR TU BONDAD


(Salmo 50; Lc 15, 11-32)


Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.


Muchas veces me fui con tu fortuna,
olvidado de ti, a lejanas tierras
y gasté malamente
el amor de los hijos de tu casa.

Vuelvo hoy roto de mí,
confuso y harapiento, envilecido
de mugre y de vergüenza.
Me acerco hasta tu puerta con alma de mendigo.
Apiádate de mí porque la culpa
me muerde y me remuerde como un perro.
Contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.


Pecaba contra ti cuando a tu espalda.
inconsciente y feliz, me echaba en brazos
de los siete pecados capitales.
La soberbia, la ira, la lujuria,
la gula, la avaricia, la envidia, la pereza
se disputaban juntas las horas de mi lecho.

Pecaba contra ti cuando en los tuyos
no supe ver tu rostro que se oculta
en el dolor, la soledad o el hambre.
Y contra ti pequé cobardemente,
o con la complicidad interesada,
cuando no me inmuté ni moví un dedo
para quitar contigo
el pecado del mundo.
De mil maneras torpes, cada día,
cometí la maldad que aborreces.


Recuerda, mi Señor, que soy humano,
hecho de barro y luz,
y pecador de padres pecadores.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio.
Dame un buen baño, largo y generoso
bajo las aguas de tu amor profundo
y quedaré más blanco que la nieve.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme.


Tú me devuelves nueva la alegría.
Me estrechas en la fiesta de tus brazos.
Padre: tu amor y tu bondad me llenan
de ti y abren mis labios
para cantar por siempre tu alabanza.


(De Salmos de ayer y hoy, Estella, EVD, 2ª Ed., 2008).
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