El fútbol, casi una religión

He visto a bastante gente loca con la Eurocopa 2012. He visto cómo muchos aficionados olvidaban pasajeramente los graves problemas de la crisis económica. ¿Aficionados sólo? No. Esto del balompié, más que una afición, es casi una religión. Religión con minúsculas, el espectáculo y el culto dominical de las masas a los ases del fútbol, al casi único dios verdadero del propio equipo.

Se celebra estos días el Congreso internacional de fieles en la Copa de Europa, donde la selección española avanza con esos pases y pasitos de geniales hormiguitas. El fútbol es, con mucho, el deporte de masas que más adoradores arrastra en el planeta. ¿Una locura? Sin duda. El fútbol espectáculo tiene mucho de pasión y de exceso. Excesivo es el dinero y los intereses económicos que mueve. Dudosa o más que dudosa la administración de trampas y deudas de no pocos clubes. Llamativa la lenidad con que los mandatarios tratan sus incumplimientos legales... Todo esto pide a gritos una revisión drástica.

A pesar de ello, tengo hoy una mirada benévola para los futboleros.La tengo por los efectos benéficos de la práctica modesta del fútbol y del gran espectáculo del fútbol europeo y mundial, que entusiasma, enardece y hace olvidar, siquiera pasajeramente, los sustos de la vida y las penillas cotidianas. Lo hago con la dudosa autoridad de quien se absuelve a sí mismo. Soy una vocación tardía del graderío del estadio y de la butaca ante algunos partidos de televisión. Después de tantos años de fidelidad, la mía es una vocación probada. ¿Las tardes épicas de fútbol? El sentirse uno un poco niño dentro de la exaltación de la masa no es en sí nada reprobable ni reñido,como algunos estirados creen, con la inteligencia o la cultura. Responder, por un tiempo limitado, a ese instinto lúdico con que nacemos los humanos y que nos lleva a cargar de gestos trascendentes lo que, en el fondo, sabemos ejercicio trivial y secundario, puede ser algo que la salud y la buena relación con nuestros semejantes agradece.

Añádase lo que todo el mundo sabe. Los partidos internacionales, al margen del forofismo y la pasión, estrechan las relaciones entre países, distienden y distraen, siquiera momentáneamente, de los problemas más graves.

El poema de hoy es de 2009, muy anterior a estas elucubraciones. Léase como pieza separada y en sí mismo.


PONTE, AL MENOS, UN DÍA EN LA SOLAPA *



Ponte al menos un día en la solapa
el oro y los brillantes de esta insignia
como un mínimo sol sobre tu pecho.
El oro de verdad, el fuego lúdico
lo agranda
tu fácil arte de sentirte niño,
y te lo encienden en heroicas gestas
tus dioses de un estadio al mismo tiempo
triunfal y provinciano.


No importa que este juego
se juegue con los pies. La turba, y tú con ella,
clamaba al cielo, suspendida
entre un romper del alba o un ocaso
de hundimiento o de gloria.


Después de tantos años, oh las tardes de un tiempo
de vencida miseria o esplendor en la hierba
segada y abatida.
Sufriente espectador, fuiste testigo
de agónicas batallas y de goles
que entraron como el sol por el arco del cielo.


Desvanecido el griterío olímpico,
continuaba en el aire y en la calle
la vida verdadera. Eran los hombres
de carne y hueso, apuros, penas y otros muchos
penaltis añadidos. Dormía y se apagaba
el oro de tu insignia. Mientras tanto
morían a la puerta del estadio
los sordos estertores de la ultima agonía
a esperar que tramara el calendario
un nuevo choque de constelaciones,
siempre con miedo a que tu sol saliera
de planeta apagado.


Pero difícil dar con dolor más agudo
ni con llamas más altas en la cima del éxtasis
que en aquel horno, aquel recinto lúdico
y aquellas altas horas
rusientes de la masa donde ardíais
y quemabais el cielo con las manos
en fuego y juego de volveros niños.


(Abril de 2009).



* El poeta, aficionado, se recuerda poseedor de la Insignia de Oro de un club histórico -modesto- de Primera División.
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