La guerra de Mambrú

Otra guerra en un país islámico. Mambrú se fue a la guerra, montado en una perra... ¿Hasta dónde tiene que llegar la perra de Mambrú? Todo han sido dudas y vacilaciones para el jinete perruno. No es fácil ponerse de acuerdo para evitar las locuras sanguinarias del coronel iluminado. Las guerras de Irak o Afganistán valen como ejemplos para temblar ante las consecuencias imprevisibles.

Sí, sí. Mambrú y su perra huelen a podrido. Los mandatarios de países que imparten lecciones de democracia han mantenido cordiales relaciones económicas y aun personales con el monstruo (España). Con él y con todos los tiranos de más o menos galones que en el mundo son. Sucede que a Gadafi le venían vendiendo armas (España), en algunos casos recibiendo y bendiciendo las inversiones de sus rapiñas (España), guardando en sus bancos el expolio de Alí Babá y los cuarenta ladrones (España y otros valientes y occidentales guerreros). O sea, ¿tienen que luchar contra las propias armas vendidas? ¿Tienen que bloquear las cuentas bancarias con que se enriquecieron? El juego es demasiado impúdico. De tomarse en serio la guerra, como los tiranos protegidos son muchos, el juego y el fuego destructor irían para largo...

Cuando yo escribí Mambrú se fue a la guerra en 1991 caía del cielo sobre Irak una tormenta de metralla, fuego y destrucción en la primera guerra del Golfo. Sin apearse de los aviones, se machacó edificios, carreteras y puentes, puntos estratégicos. Se masacró a una multitud de iraquíes –nadie nos los contaba-, muchos ocultos como conejos bajo tierra. También Sadán Hussein era un tirano embadurnado de petróleo y de sangre. Quedó vivo, tirano y en pie hasta el posterior envite.

Nada pinta ni pintaba en política este pobre poeta cuando escribió el siguiente poema durante aquella guerra. Contaba sólo con su palabra:


MAMBRÚ SE FUE A LA GUERRA



Cuando iba a escribir garra, puse guerra,
y en vez de la botella, la batalla.
Ya sentado a la mesa,
al ir a pedir pan, me salió ¡pum!
¡Qué absurda confusión haber nacido
una noche de invierno a flor de tiros!
(Fue aquella guerra atroz que Dios confunda
y la historia emborrache y estrangule).
No sé qué iba a escribir y puse Oriente
Medio.
Y donde sale el sol
salió un disco viscoso de petróleo
que se tragó como un borrón la página.
La pez y no la paz,
el hambre por el hombre,
y en vez de un mundo grato, un grito,
un error y un horror,
un vasto manantial de sangre y llama
y el estruendo que clama en el desierto.
Mas, vista y comprobada la demencia,
¿a qué gastar saliva
o tanta tinta tonta en proclamarla?
¿A qué llorar la cama en que se acuestan
dolor y dólar juntos?
Mambrú se fue a la garra y no a la guerra,
montado en una perra.
Se fue a la gorra
y le dio a la botella en la batalla.
Mambrú se puso loco, y a este paso,
con un poco de suerte y mucha muerte,
está ya a punto de volverse loca
la perra de Mambrú, y, lo que es más grave,
sus propios hijos locos
y otros hijos de perra.


(Obra poética, p.430)
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