¿Hay muchos "jóvenes ricos"? (Domingo 28 B)

El título parece una provocación en estos tiempos de incertidumbre en el empleo, especialmente en el primer empleo. Pero quienes han vivido y sufrido como misioneros en el mundo de los más pobres saben muy bien que aquí, comparados con ellos, somos millonarios. Por otra parte hace tiempo que se viene señalando como una característica de la juventud actual el recelo o el miedo ante compromisos para toda la vida. Lo recordaba recientemente Francisco a los jóvenes en relación con el matrimonio.

El chico del que escribe el evangelio de Marcos del próximo domingo no se decidió. Se le hizo muy difícil, en su vida de rico, dejarlo todo y seguir al Maestro. Parece que había sido una buena persona, un buen judío. Pero esto de comprometerse hasta el final se ve que siempre ha podido representar un serio problema. Para jóvenes y para no tan jóvenes…


SE FUE EN LA LENTITUD DE SU TRISTEZA

¡Qué joven bien plantado!¡Qué aspecto saludable! Pulcra y bien peinada su cabellera negra. Limpia y aseada su cara y su barba incipiente. Por sus ojos vivos, por su piel lustrosa parece fino y bien alimentado. No es uno más de aquella chusma devota pero un tanto desharrapada que sigue al Maestro… Al revés, su túnica impecable, sus sandalias nuevas avisan que pertenece a una familia pudiente.

Es joven, más que el Rabí, posiblemente más que los discípulos que él recluta. Se siente contagiado por el entusiasmo de la turba y se atreve a abordar a Jesús con una pregunta: “Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?” (Mc 10). Jesús le refresca la memoria y le recuerda los mandamientos. El muchacho se anima: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde joven”. El Maestro sonríe y fija en él aquella famosa mirada con que miraba a sus mejores amigos… Y ahora viene el anzuelo del pescador de pescadores, el lazo delicado pero apremiante en el que han caído ya unos cuantos discípulos: “Una cosa te falta: vete a vender lo que tienes y dáselo a los pobres, que Dios será tu riqueza; y, anda, sígueme a mí”.

Al oír esta palabras, algo rechina en la cabeza del muchacho. Acaso coincide en el día oscurecido con un relámpago, con un trueno súbito y un amago de tormenta.

El joven frunce el ceño, baja abatido los ojos, le vuelve la espalda al Maestro y se aleja en la lentitud de su tristeza.

Pudo ser un apóstol, el número trece, uno más en la Última Cena. Pudo ser un pilar de lo que se irá llamando Iglesia como Pedro, Juan, Santiago, el hijo del trueno… Pudo alzar la voz del Evangelio, como el trueno mismo, con la potencia anunciadora de Pablo… Pudo… Pero se alejó lentamente de Jesús con su cobardía y su tristeza… Y todo “porque tenía muchas posesiones”… Y porque no acertó a entender que merecía la pena dejar una riqueza por otra mayor…

Nunca más se supo. Nunca más se sabrá de él en la historia de los elegidos (…).

(De Feliz cumpleaños / La fiesta de la vida, Madrid, San Pablo, 2001, p. 69-71).
Volver arriba