Como un niño

Nos abruman tantas noticia negativas: guerra y muerte, terrorismo yihadista, miles y miles de refugiados sirios (fugitivos, más bien, aún sin refugio), hambre y pobreza, problemas económicos, tensiones y violencia verbal en los púlpitos políticos…

Hoy,lo siento, soy un niño. Y rezo como tal. El Padre velará por todos los gravísimos problemas del mundo. Él moverá a sus mejores hijos en la lucha frente al mal.


Llevo tantos años hablando contigo y pienso que apenas sé orar. Hay quien me llama don Fulano o señor Mengano y, cuando me pongo a hablarte, dudo si seré todavía un niño. Ante los demás hablo y hablo y presumo a veces de defenderme con las palabras. Pero, cuando me vuelvo a ti, tengo la impresión de que me sobran casi todas. ¿Para qué quiero ante ti mis habilidades de hombre locuaz, si tú te comunicas en el silencio? Como un niño de dos años he aprendido a decirte “Padre” y casi me basta con esto. Tú eres mi Padre y el Padre de todos los hombres, y sólo con sentirme hijo tuyo tengo andado más de la mitad del camino de la oración, más de la mitad del camino para hacerme un hombre.

Por lo demás, si Tú eres mi Padre, ¿para qué cansarte con discursos bien hechos o con palabras pretendidamente hermosas? ¿O para qué fatigarte pidiéndote mil y mil cosas que tal vez ni necesito…? Y si en verdad me son necesarias, ¿quién lo sabe antes que Tú y mejor que Tú para dármelas por cuenta exclusiva de tu amor?

Ya sé decirte “Padre”, ¡y estoy tan orgulloso! Y cuando te digo “Padre” me gustaría parecerme más a ti: ser un poco más alto, un poco más bueno. Me gustaría tener la frente como Tú, los brazos como Tú, los ojos como Tú para mirar al mundo y a los hombres igual que tú los miras. Me gustaría tener un corazón como el tuyo. Quizá mis deseos son un poco desbocados, pero ya sabes que soy aún como un niño; sabes lo que te admiro y sabes, sobre todo, lo que te quiero.

Aunque soy un niño balbuciente, también he aprendido a decir “agua”, “pan”, “luz”, “día”, “amor” y otras palabras hermosas…

Por ahora casi me basta, Señor, con esto. Y, si hay algo que añadir, tú lo dirás y lo harás con más claridad, con más belleza, con más generosa abundancia.

Amén.

(De Cien oraciones para respirar, Madrid, San Pablo, 1994).
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