Un santo obispo.

El día 14 del pasado julio se cumplieron veinte años de la muerte de un obispo santo. Aunque la Iglesia todavía no se ha pronunciado sobre su santidad es convencimiento general el que pronto se le venerará en los altares.

Nació en Fitero el 9 de marzo de 1903. Obispo auxiliar de Madrid en 1950, obispo de Huelva en 1964 y arzobispo de Valencia en 1969. El 25 de mayo de 1978, apenas tres meses después de presentar la renuncia, se le aceptó. No era de la línea que entonces se llevaba. Que no era precisamente la de los obispos santos. Aunque es posible que la enfermedad que le crucificó en sus últimos años hubiera apuntado ya sus primeros síntomas. Desde donde estoy no puedo confirmar ese extremo.

Yo llegué a conocerle en Valencia cuando vino a clausurarnos un congreso de la Ciudad Católica. Recuerdo su misa celebrada con una unción verdaderamente llamativa. Y he asistido a muchas misas muy bien celebradas. De su homilía me quedaron grabados unos villancicos populares que siguen en mi memoria más de treinta años después.

A Jesús, mira María.
A María, San José.
El Niño mira a los dos
y se sonríen los tres.

Mucho, mucho, yo les quiero
A Jesús, María y José.
Aunque si a escoger me dieran
me quedara... con los tres.

Y daba la impresión de que con los tres estaba, sonriendo también, Don José María.

No voy a hacer aquí una semblanza de monseñor García Lahiguera ni hablaros de su amor desbordado al sacerdocio. El cardenal Cañizares publicó anteayer un hermoso artículo evocativo en La Razón. Os recomiendo su lectura.

José María García Lahiguera ruega por nosotros.
Volver arriba