En este domingo 25 del tiempo ordinario la liturgia de la palabra nos invita a hacer las siguientes consideraciones:

En el evangelio según san Marcos, Jesús revela a sus discípulos que al tercer día va a resucitar, después de la prueba de la pasión y muerte.

Jesús ha hablado con entera claridad ante fariseos, escribas, ancianos, haciéndoles ver los abusos que cometían con el pueblo, la falta de compromiso en vivir lo que exigían a otros.

Las palabras y los milagros de Jesús van creando una conciencia en el pueblo de Israel, una conciencia que se ve iluminada con una fe puesta en la verdad que es Jesús.

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Todos cuantos se acercan a Jesús para recibir un favor y milagro de su gracia, tienen que manifestar su fe en Él.

Jesús como Hijo de Dios va a revelar al Padre en su persona. Por eso tener fe en Él y seguirlo es caminar en su espíritu que colma de paz.

Nuestra fe se ve iluminada por Jesús en sus palabras que nos dan vida, en su espíritu que nos pone en plena comunión con él.

Caminar en Jesús significa que esa fe tiene que ser firme y confiada, no verse confundida ante la adversidad, sino tener el temple y dignidad como hijos que somos de Dios, como nos recuerda la primera lectura del libro de la Sabiduría de este domingo.

Jesús sabe en quien ha puesto su confianza. Por más que sus enemigos buscan en donde atraparlo, no pueden, por eso recurren a la falsedad, a la hipocresía, a las mentiras.

Se prepara de este modo el camino a la verdad. Jesús es la verdad y con su resurrección quedarán al descubierto las intenciones de sus acusadores.

Dios Padre le comunica todo su poder y vida al Hijo que no queda desamparado.

La fidelidad de Jesús al proyecto del Padre ilumina nuestra vida cristiana de cada día para que al conducirnos en la verdad nuestra fe esté fija y confiada en Él.

Hacer este camino significa hacerlo todo en Dios y para Dios, con esa conciencia de sabernos colocar en lo último al servir, como lo hace Jesús. Él manda a la gente sentarse para que reciban el pan de la multiplicación, dispone de lo que los discípulos ofrecen, lo poco,  para multiplicarlo y darlo a todos con su mano providente.

Es importante en esta fe puesta en Jesús, leer todas las contrariedades, las dificultades para distinguirlas de quien vienen, quienes las generan, que sentimientos malos están detrás de todas las contrariedades que sufre el discípulo.

En el bien que hay que hacer hay que ver como se despierta la maldad que no quiere que el bien florezca.

El bien embellece en la justicia, no abusa, no oprime y no explota. 

El mal en cambio abusa, explota, oprime y no da nunca un a esperanza de vida, sino que va consumiendo y acabando todo bien.

Por eso Jesús nos recuerda: por sus frutos los conocerán. El que hace el bien es fecundo, hacer crecer. En el bien no hay envidias ni rivalidades sino la conciencia de la comunión, que entre más se facilite el bien, esta comunión se hace más fuerte en los colores y virtudes de cada uno.

El mal quiere hacer morir el bien y la vida, es egoísta y quiere prevalecer sólo su mal. No le gusta en la realidad compartir y ver feliz al otro.

Por eso en la segunda lectura de la carta a Santiago de este domingo se nos invita a no dejarnos mover por las malas pasiones que crean división y rivalidades sino llevarnos por lo puro, lo bien intencionado, la paz, la comprensión, la misericordia, la imparcialidad,, la sinceridad y los buenos frutos que se cosechan al sembrase la paz para vivir en justicia.