"La adversidad es algo por lo que el ser humano está llamado a transitar" La fuerza del bienaventurado: la confianza en Dios
El hombre tiene dos vías para escoger como vivir en la actitud interior de su espíritu que invaden todo su ser.
En la adversidad se da la posibilidad de revelarse la fuerza interior que caracteriza nuestro espíritu.
Hay quienes ante la adversidad se desesperan y toman el camino más fácil, sin conservar principios y ni valores. No miden lo que vendrá como consecuencia de sus libres decisiones.
La desesperación se vuelve un tormento para quien no sabe hacer frente a la adversidad.
Hay quienes ante la adversidad se desesperan y toman el camino más fácil, sin conservar principios y ni valores. No miden lo que vendrá como consecuencia de sus libres decisiones.
La desesperación se vuelve un tormento para quien no sabe hacer frente a la adversidad.
| Fray Alfredo Quintero Campoy OdeM
Poner la confianza en Dios, en quien podemos trascender y encontrar la fuerza para vencer, es la invitación que nos hacen los tres textos escriturísticos de este sexto domingo del tiempo ordinario: Jeremías, la Carta a los Corintios y el evangelio de Lucas.
El ser humano se manifiesta en sus formas convenenciero y ventajoso en muchas situaciones de vulnerabilidad y de apremio. Hay quienes se venden en su dignidad para salir adelante de una situación adversa y difícil.
En nuestro corazón reside el origen de nuestros sentimientos y de nuestras decisiones y, por lo tanto, la conducción de nuestros pasos en el camino escogido.
Apartar el corazón de Dios significa alejarnos libremente de la fuente de la vida con las consecuencias mismas de la falta de vida que habrá que experimentar.
El ser humano en sí busca la vida feliz y plena. Pero no todo lo que aparece a los ojos deleitoso es lo mejor. Hay que descubrir que hay detrás de cada situación que se presenta.
A veces caminamos con fatiga, con esfuerzo, dando lo mejor y, cuando se parece estar agotado para seguir insistiendo en el objetivo y se siente desfallecer, aparecen los frutos buscados y el objetivo perseguido.
Esa es la mirada del bienaventurado; una mirada con horizonte capaz de ver el universo y de entender que la adversidad temporal que atraviesa no es definitiva y que puede venir algo mejor y que sabe esperar con confianza. En cambio el que se desespera y quiere resolverlo todo por sí mismo, que está en libertad de hacerlo, experimenta en sorpresa continua el fracaso que agudiza su vacío interior, falto de vida y de sentido.
¡El tener es temporal! sea en posesiones, posiciones, materialidad y placeres; si en nuestra libertad optamos por apartarnos de Dios, aventurémonos a enfrentar la muerte, la enfermedad, la perdida de lo temporal, de lo cual no nos podremos librar, con la desesperación propia que vendrá de lo temporal que tiene su propia caducidad.
Confiar en Dios es encaminarnos en una experiencia profunda, plena, capaz de superar lo frágil de la temporalidad para vivir en la fe la cercanía de un Dios que nos salva, nos socorre y nos hace ver el universo con ventanas de cielo, dando una paz interior al espíritu que hace sonreír y felices como es el rostro de los bienaventurados. Dios hace su morada en las almas que ponen la confianza en él y les da una fuerza inquebrantable en la adversidad, que los distingue y los hace victoriosos vencedores, como los mártires.
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