"La intervención más trascendente en el encuentro fue la de Marx" Gregorio Delgado del Río: "Después de tanto ruido en la cumbre antipederastia, todo sigue igual"
"Los propios responsables de la organización insistieron en que no era necesario adoptar medida alguna pues ya existían normas suficientes"
"Es plausible la puesta en marcha de un modo diferente al habitual de entender y ejercer el gobierno en la Iglesia"
"El estilo de gobierno del pasado, más lejano o más cercano, ha caducado, por mucho que, de modo clamoroso o en silencio, se resistan sus corifeos fundamentalistas"
"El estilo de gobierno del pasado, más lejano o más cercano, ha caducado, por mucho que, de modo clamoroso o en silencio, se resistan sus corifeos fundamentalistas"
| RD
Nuestro colaborador, Gregorio Delgado del Río, ha vuelto a reflexionar en torno a la protección de los menores en la Iglesia. Lo ha hecho a propósito de la Reunión en Roma de todos los Presidentes del episcopado mundial, a finales de febrero de 2019. La Verdad silenciada, Ed. Caligrama, Barcelona 2020, se centra en un análisis crítico de tan importante reunión. Y lo hace desde una doble perspectiva: desde la nueva orientación eclesial para abordar, por fin, el escandaloso contra testimonio clerical/religioso de los abusos sexuales del clero frente a menores, y desde el inicio de un nuevo camino abierto a favor de una nueva manera de entender y ejercer el gobierno en la Iglesia.
A lo largo de sus 286 páginas, el autor acredita sobradamente el profundo conocimiento que atesora sobre el particular. Creador y fundador del despacho de abogados en Palma, Delgadoyasociados, conoce la problemática de modo directo e inmediato pues ha asistido profesionalmente a sacerdotes, implicados en investigaciones previas (c. 1717 y ss.). Conoce perfectamente cómo se actúa, cómo se entiende probado aquello de que se acusa y las dificultades existentes en orden a garantizar los derechos de todos en tales procedimientos. Sus reflexiones, en consecuencia, no militan en el ámbito de lo abstracto y académico sino en el de la más rabiosa práctica profesional. De ahí, su interés.
Lo primero que llama la atención de su nueva publicación es el propio título. ¿Por qué ha escogido uno tan acusador?
Porque, aunque parezca increíble a pesar de lo que ha llovido, volvemos a repetir comportamientos pasados. La cumbre episcopal (febrero 2019) silenció importantes aspectos de la realidad (la verdad) y, por ello mismo, la ha traicionado. Ya el papa Gregorio VII, en Carta del 9 de marzo de 1078, dirigida a su legado, Hugues de Die, le encarecía que no olvidase que “la costumbre romana consiste en tolerar algunas cosas y en silenciar otras…”. Al parecer, sigue, a veces, vigente.
El formato de la cumbre episcopal para la protección de los menores debe ser saludado como positivo. ¿Es así?
Aunque entiendo que mi reflexión pueda parecer negativa, quiero subrayar que el formato en sí (Presidentes de las Conferencias episcopales) me pareció, de entrada, muy positivo y coherente con la doctrina conciliar. Así lo hago constar. Creo, en efecto, que es plausible la puesta en marcha de un modo diferente al habitual de entender y ejercer el gobierno en la Iglesia. La toma de decisiones importantes -que afectan a grandes reformas estructurales y organizativas, a cambios en la disciplina tradicionalmente seguida hasta ahora, o al ejercicio magisterial- es preferible que sea adoptada, con el Papa, por el Colegio episcopal. Por supuesto, el Papa puede decidir por sí mismo. Sin embargo, dadas las peculiares circunstancias que conforman la realidad de la Iglesia en este momento, me parece muy inteligente y necesaria la fórmula adoptada. Sus acuerdos revestirán, sin duda, gran autoridad y credibilidad. “No hay alternativas reales a la colegialidad y a la sinodalidad en nuestra colaboración” (Card. Gracias). Siempre he defendido una real y profunda descentralización en la organización de la Iglesia y creo que, salvo que se tuerzan las cosas, por ahí ira el futuro.
¿Es partidario de la utilización frecuente del Colegio episcopal?
Sin duda. Lo soy. Se debe, en mi opinión, insistir en el impulso que marcó el Concilio Vaticano II. El problema en la práctica surge como consecuencia del ‘restauracionismo’ de los últimos Papas. Tantos años remando en esa dirección hacen ahora muy cuesta arriba los intentos de recobrar su vigencia efectiva. La doctrina de la colegialidad obliga a mucho y reclama, por supuesto, un modo diferente de ejercer el gobierno universal en la Iglesia, aunque suponga desmontar la actual configuración de la Curia romana. Creo que ésta es la orientación que impulsa, con acierto, el papa Francisco. Esperemos al Proyecto de su reforma, ya terminado.
En cualquier caso, el estilo de gobierno del pasado, más lejano o más cercano, ha caducado, por mucho que, de modo clamoroso o en silencio, se resistan sus corifeos fundamentalistas. Hay que descentralizar las decisiones y que los obispos (Conferencias episcopales) asuman sus responsabilidades. Ello obliga a organizar, de modo estable, el funcionamiento de ciertas estructuras organizativas existentes y a modificar el sentido y la función de la curia asistencial del Papa.
Parece entenderse que, en su opinión, la cumbre episcopal, de finales de febrero de 2019, para la protección de los menores, tuvo ciertos fallos de funcionamiento que la hicieron ineficaz y neutralizó el ejercicio de la Colegialidad episcopal.
Creo que, efectivamente, eso es así. El problema del abuso sexual del clero reclamaba, sin duda, una respuesta creíble en la Iglesia y en la opinión pública internacional. Ya no cabían más aplazamientos. La propia credibilidad de Francisco estaba en juego. Era necesario, en consecuencia, tomar medidas concretas y eficaces. No se podía defraudar de nuevo a las víctimas y al mundo entero. Para esto, se convocó en Roma la cumbre episcopal de referencia.
Pues bien, se convoca a todos los Presidentes de las Conferencias episcopales, se insiste en la dimensión de la colegialidad episcopal y de la sinodalidad, se crea una poderosa expectativa de solución definitiva y -oh contradicción de contradicciones- el propio Papa desinfla, al inicio mismo, tales expectativas. No se toma medida alguna (ni se debate ni se aprueba) pues, se dijo, las normas ya existían, y todo se redujo a la escucha de una serie de intervenciones doctrinales de nivel, llegando, incluso, a no secundar las propuestas de los representantes de víctimas. ¿Qué había pasado?
No lo sé. Pero, me parece altamente sospechoso. ¿Acaso las resistencias de todos conocidas hicieron acto de presencia? Probablemente sus organizadores no tuvieron otra posibilidad que la de acomodar la cumbre episcopal, ya anunciada, a lo que era viable en la práctica, dadas las circunstancias. No lo sé. Pero, si no hubo interferencia (resistencia) alguna, no se explican los graves errores de funcionamiento. ¿Para qué se convoca a todos los Presidentes de las Conferencias episcopales si no se iba a tomar decisión alguna y todo iba a seguir igual? Una cosa es cierta e indubitada: no se remitió, con carácter previo, a las Conferencias episcopales un texto/borrador de posibles medidas y criterios inspiradores a discutir y aprobar y, en consecuencia, sus Presidentes no sabían qué tenían que apoyar o no en función de la opinión expresada por los obispos que representaban. No era necesario. Sus organizadores estaban en el ajo y sabían que todo eso era inútil.
Lo que sí parece claro, no obstante, es que, después de tanto ruido, todo seguiría igual que antes: en manos del sistema curial. A esto se le llama ‘gatopardismo’. Para este viaje, no hacían falta alforjas.
Ahora tenemos una nueva normativa, Vos estis lux mundi. ¿No le parece fruto suficiente de la cumbre episcopal?
Cierto que tenemos esa normativa. Pero no es menos cierto que la misma no es fruto de las deliberaciones -que no hubo- de la cumbre episcopal convocada. Fue el propio Francisco quien subrayó la necesidad de que la cumbre episcopal adoptase medidas concretas y eficaces. Pues bien, no se adoptó ninguna. Es más, los propios responsables de la organización insistieron en que no era necesario adoptar medida alguna pues ya existían normas suficientes. ¿En qué quedamos? La contradicción es manifiesta así como la falta de coordinación. Es más, si ya existían las normas, ¿por qué, al poco tiempo de finalizar la cumbre episcopal, se promulga el motu proprio Vos estis lux mundi?
En mi opinión, la intervención más trascendente en el encuentro episcopal fue la del cardenal Marx (la actuación administrativa). Y lo fue, más allá de la altura de la exposición realizada, porque afrontó por derecho la cuestión: ordenar la administración eclesiástica, a todos sus niveles, de tal forma que se evite el abuso de poder, la arbitrariedad y la discrecionalidad casi absoluta. Pues bien, el motu proprio (la nueva normativa) de referencia ha pasado de semejante planteamiento y, por tanto, todo seguirá como siempre. Es decir, rematadamente mal.
Como dijo el citado Cardenal Marx. “la administración no ha ayudado a cumplir la misión de la Iglesia, sino que, por el contrario, la ha oscurecido, la ha desacreditado y la ha hecho imposible”. ¡Juicio severo, pero acertado!
Quizás esta dimensión de la Administración eclesiástica no se perciba en sus términos reales. ¿Realmente es un problema generalizado, por ejemplo, en las Iglesias particulares?
Sin duda alguna. La administración actual -a nivel de Iglesia particular- otorga un poder casi absoluto al obispo y a su entorno más próximo. Generalmente es temida por los sacerdotes (o utilizada, de modo interesado), que no se fían de ella pues siempre se encuentran en una posición de debilidad frente a la misma, dada la imposibilidad, por ejemplo, de documentar lo discutido (las respectivas posiciones) y de evitar la arbitrariedad. Sin duda, este riesgo (abuso de poder) se halla siempre presente en las relaciones con cualquier administración, máxime si ésta se distingue por la precariedad de su organización, como es el caso generalizado de la eclesiástica.
En sus reflexiones, le otorga una gran importancia al arbitrario proceder de la administración eclesiástica. ¿A qué obedecen estas prácticas administrativas?
Como se ha dicho con acierto, la forma curial «de tratar los asuntos delicados normalmente no deja rastro escrito», o, como subrayó Kurt Martens, «Roma a menudo trabaja con informes orales, y eso hace todo más difícil. Es la forma italiana de tratar con estas cosas, especialmente si afectan a cardenales y obispos». Buena prueba de la realidad de tan pensada y diabólica práctica —también es habitual en otros niveles de la administración eclesiástica— y de sus nefastos efectos en términos de coherencia evangélica y de pérdida de credibilidad es la magnífica intervención del cardenal Reinhard Marx en el Encuentro episcopal, que se atrevió, de alguna forma, a denunciarla. ¡Puso, sin duda, el dedo en la llaga!
Se ha logrado, en todo caso, acabar con el secretismo de las actuaciones. ¿Se han superado de hecho los problemas existentes?
Honestamente, creo que no. Persisten modos modos de actuar en los procedimientos de valoración y sanción de estas conductas clericales que no se distinguen, precisamente, por el respeto de los derechos de todos los implicados. Son numerosas las cuestiones que se plantean en este orden de cosas: el valor de los hechos, el respeto de las normas existentes y de la norma de prescripción, la tutela de la buena fama y de la intimidad personal, el derecho a la presunción de inocencia, el derecho a ser informado sobre los términos de la denuncia, el derecho a la propia defensa, etc., etcétera. En definitiva, se trata de conductas de quienes ejercen el gobierno en la Iglesia (en concreto, de quienes gestionan el caso concreto de abuso sexual) que no pueden seguir en vigor. Estas cosas no pueden ser habituales en la Iglesia. No encuentran justificación alguna. Producen sonrojo e indignación en cualquier profesional del derecho, mínimamente sensible a la tutela de los derechos de cualquier implicado en un procedimiento, que puede acabar con sanciones muy graves. Se exige, entre otras cosas, coherencia con la propia adhesión al Evangelio. Si no se practica, como viene ocurriendo en la actualidad, la credibilidad de la propia Iglesia caerá aún más en la sima del descrédito.