La teóloga comparte su vibrante libro '¿Ordenación de mujeres?' Isabel Corpas de Posada: "Resulta que Jesús no fue sacerdote, ni ordenó sacerdotes, ni los apóstoles eran sacerdotes"
Isabel Corpas de Posada es actualmente investigadora independiente. El confinamiento por la pandemia del coronavirus ha sido, para ella, oportunidad de publicar este libro y lo comparte gratis en las plataformas de Amazon y Apple Books
"Con todo respeto quisiera plantear a los hombres de Iglesia las preguntas que la Fratelli tutti formula, cuestionando a quienes 'se aferran a una identidad que los separa del resto' y tratan de impedir cualquier 'presencia extraña que pueda perturbar esa identidad y esa organización autoprotectora y autorreferencial'"
"Además de justo, es teológicamente posible la ordenación de mujeres en el marco de la eclesiología de Vaticano II"
"Y no solo es teológicamente posible, es factible en la práctica, pues bastaría introducir una modificación al Código de Derecho Canónico, tal como recientemente se han introducido otras modificaciones"
"Y es urgente, pero no como alternativa para solucionar la escasez de clero, sino como superación de la inequidad que implica su exclusión"
"Además de justo, es teológicamente posible la ordenación de mujeres en el marco de la eclesiología de Vaticano II"
"Y no solo es teológicamente posible, es factible en la práctica, pues bastaría introducir una modificación al Código de Derecho Canónico, tal como recientemente se han introducido otras modificaciones"
"Y es urgente, pero no como alternativa para solucionar la escasez de clero, sino como superación de la inequidad que implica su exclusión"
"Y es urgente, pero no como alternativa para solucionar la escasez de clero, sino como superación de la inequidad que implica su exclusión"
La teóloga colombiana Isabel Corpas de Posada es actualmente investigadora independiente, después de haber sido profesora de teología sacramental y de teología del matrimonio en la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá durante más de veinte años y profesora de teología del sacramento del orden y de teología de los ministerios eclesiales durante los siguientes diez años en la Facultad de Teología de la Universidad de San Buenaventura también de Bogotá. El confinamiento por la pandemia del coronavirus ha sido, para ella, oportunidad de publicar un libro y de hacerlo por fuera de los cauces tradicionales de una casa editorial: ¿Ordenación de mujeres? Un aporte al debate desde la eclesiología de Vaticano II y la teología feminista latinoamericana es un e-book que se puede descargar, sin costo, en Amazon y en Apple Books.
¿Qué pretende demostrar con su libro?
Que la exclusión de las mujeres del sacramento del orden no responde a argumentos teológicos sino a circunstancias culturales e históricas que han cambiado y a las cuales es de esperar que como Ecclesia semper reformanda se adapte nuestra Iglesia católica. Pero no va a ser fácil dar el paso, dado que quienes tienen la última palabra al respecto, los hombres de Iglesia, han sido formados en un imaginario al mismo tiempo patriarcal y clerical, y creo que puede costarles trabajo admitir que los argumentos que se han dado no son teológicos, sino argumentos de autoridad, como son los vetos del magisterio pontificio fundamentados en la teología medieval. Lo interesante de estos vetos es que se refieren concretamente a la ordenación sacerdotal de mujeres y al sacerdocio femenino, justificándolos en que Cristo solamente escogió varones como sus apóstoles, en que la tradición de la Iglesia ha imitado a Cristo y en que el magisterio ha establecido que la exclusión de las mujeres al sacerdocio está en armonía con el plan de Dios para su Iglesia, caracterizando a los apóstoles como sacerdotes.
Pero resulta que Jesús no fue sacerdote, ni ordenó sacerdotes, ni los apóstoles eran sacerdotes. Por el contrario, el Nuevo Testamento representa una ruptura con la mediación sacerdotal del Antiguo Testamento al afirmar que el único mediador es Cristo Jesús a quien la carta a los Hebreos da el título de sacerdote único. Por esta razón, en las primeras comunidades de creyentes, que se reunían en las casas para partir el pan, no había sacerdotes y sus dirigentes ejercieron diversidad de servicios que no tenían carácter sacral, servicios que en las cartas pastorales se concretaron en los ministerios de obispos, presbíteros, diáconos varones y mujeres, además del orden de las viudas, similar al de los presbíteros, pero que, al igual que el de los doctores, pronto desaparecería. El hecho histórico, en todo caso, es que el sacerdocio se coló uno o dos siglos después en las prácticas de la Iglesia y, por lo tanto, no corresponde al proyecto de Jesús.
¿La ordenación de la mujer es algo justo, necesario y urgente?
Es verdaderamente justo y necesario responder a la nueva presencia de las mujeres en la sociedad y reconocer formalmente su participación en la Iglesia, superando la tradicional marginación debida a los también tradicionales prejuicios sociales.
Como también es teológicamente posible la ordenación de mujeres en el marco de la eclesiología de Vaticano II, replanteando la interpretación de la ministerialidad eclesial establecida desde otros contextos, como es el sacerdocio. O más exactamente, la sacerdotalización de los ministerios que en los primeros siglos del cristianismo, repito, se coló en las prácticas eclesiales para responder a una circunstancia coyuntural y que la teología medieval convirtió en doctrina al elaborar la teología del sacramento del orden como sacramento del sacerdocio.
Y no solo es teológicamente posible. Es factible en la práctica, pues bastaría introducir una modificación al Código de Derecho Canónico, tal como recientemente se han introducido otras modificaciones.
En cuanto a la urgencia para que la Iglesia católica admita la ordenación de mujeres, yo creo que no da espera. Es urgente. Pero no como alternativa para solucionar la escasez de clero, lo cual no es ni puede ser argumento teológico para proponer la admisión de las mujeres al sacramento del orden. Sino como superación de la inequidad que implica su exclusión.
"El sacerdocio se coló uno o dos siglos después en las prácticas de la Iglesia y, por lo tanto, no corresponde al proyecto de Jesús"
Y a propósito de exclusión, la encíclica Fratelli tutti hace notar que “la inclusión o la exclusión de la persona que sufre al costado del camino define todos los proyectos económicos, políticos, sociales y religiosos” (FT 67-69), y supongo que también los proyectos eclesiales, principalmente si se tiene en cuenta que las mujeres son excluidas por el hecho de ser mujeres. Por eso, con todo respeto quisiera plantear a los hombres de Iglesia las preguntas que la encíclica formula, cuestionando a quienes “se aferran a una identidad que los separa del resto” y tratan de impedir cualquier “presencia extraña que pueda perturbar esa identidad y esa organización autoprotectora y autorreferencial”.
Otros dicen que reivindicar el acceso de la mujer al altar tal y como está en estos momentos el ministerio sacerdotal sería apuntalar el clericalismo que queremos derribar.
Es la preocupación que el papa Francisco ha manifestado en varias ocasiones. Por ejemplo, en Querida Amazonía escribió que dar a las mujeres “acceso al orden sagrado” sería clericalizarlas, en lo cual estoy plenamente de acuerdo. Lo que pasa es que interpreta el sacramento del orden en clave sacral y, consiguientemente, sacerdotal. Por eso pienso que tampoco a los hombres se les debería dar “acceso al orden sagrado” porque eso es lo que a ellos los clericaliza. También en el propósito de oración para el mes de octubre, que justificó en la necesidad de presencia femenina en la Iglesia, pidió que “recemos para que en virtud del bautismo los fieles laicos, y las mujeres en una manera especial, participen más en instancias de responsabilidad en la Iglesia, sin caer en los clericalismos que anulan el carisma laical”. En lo cual, repito, estoy de acuerdo, pues no se trata de clericalizar a las mujeres, pero tampoco se debería clericalizar a los hombres. La Iglesia necesita ser desclericalizada.
Para lo cual bastaría tomar en serio Vaticano II, recordar la importancia de la condición bautismal como participación en la triple misión sacerdotal, profética y real de Cristo y de la Iglesia, al mismo tiempo que asumir la perspectiva ministerial de la eclesiología de Vaticano II desde la cual la ordenación no se interpreta como ordenación sacerdotal, que es la interpretación tridentina, sino como ordenación para el ministerio del diaconado, el presbiterado o el episcopado, en cuanto servicios encaminados a la construcción de la Iglesia y a la realización de su misión más que en función del altar, que es lo propio del sacerdocio.
¿Cómo romper la dinámica secular de discriminación de la mujer en la Iglesia católica?
A partir de un proceso de conversión de la Iglesia del cual se está hablando desde Vaticano II. Proceso de conversión eclesial al que han hecho eco los documentos del episcopado latinoamericano y, sobre todo, el papa Francisco. En la exhortación apostólica Evangelii gaudium se refirió a la conversión pastoral; en la encíclica Laudato si’ planteó la conversión ecológica; en la constitución apostólica Episcopalis communio, que estructura el caminar juntos, habló de conversión a la sinodalidad eclesial. Y subrayo: Evangelii gaudium recordó que Vaticano II presentó la conversión eclesial como apertura a una reforma de estructuras que el papa Francisco ha tratado de hacer realidad pero él es el recién llegado a la curia romana que no está interesada en hacer cambios.
Si me refiero a la conversión en la Iglesia es porque la apertura a la ordenación de mujeres supone un cambio no solo de estructuras sino de mentalidad, que es un cambio mucho más difícil porque implica cambios de paradigmas y cambios de actitudes, en especial por parte de la jerarquía que tiene que renunciar a interpretar su ministerio como ejercicio de un poder recibido por el sacramento del orden y decidirse a vivirlo como un servicio según el ejemplo y la propuesta de Jesús en el evangelio de Mateo: “el que quiera ser grande, que se haga servidor”. En todo caso, en las estructuras actuales de una Iglesia clerical, que es al mismo tiempo jerárquica. kiriarcal y sacerdotal, las mujeres seguirán siendo discriminadas y solo podrán ser debidamente reconocidas y ocupar el lugar que les corresponde en una Iglesia de comunión, incluyente y ministerial.
¿No se trata de un tren que hemos perdido hace muchos años, por no estar suficientemente atentos a los signos de los tiempos?
Siempre es posible recuperar el tiempo perdido y retomar el reconocimiento que hiciera Juan XXIII de la nueva presencia de las mujeres en la sociedad como uno de los signos de los tiempos, como también retomar la eclesiología de Vaticano II y traducirla en realidades más allá del cambio del latín por las lenguas vernáculas o del lugar del altar y la ubicación del sacerdote respecto al altar durante la eucaristía. Yo tengo la esperanza de que el papa Francisco, que se muestra tan sensible y tan dispuesto a la renovación de la Iglesia, pueda dar algún paso significativo para responder a la realidad actual y que la Iglesia católica no ofrezca la triste imagen de que la dejó el tren de la historia. De hecho, él mismo reconoció en el encuentro con la Unión Internacional de Superioras Generales, en mayo de 2019, que el primer paso estaba dado en el camino hacia el diaconado femenino. Pero también creo que es importante dar pasos para sustentar teológicamente la posibilidad de ordenación de mujeres desde la mirada de las mujeres teólogas, que puede no solo aportar sino enriquecer la lectura teológica de la ministerialidad eclesial tradicionalmente hecha por teólogos varones desde una mirada sacerdotalizante y androcéntrica.
¿Para cuándo una auténtica revuelta o revolución de la mujer exigiendo su lugar en la Iglesia?
Para ya. Las mujeres no podemos y no debemos continuar silenciadas, invisibilizadas y marginadas en la Iglesia católica. Pero matizando un poco las palabras, que suenan un poco fuertes: revuelta, revolución, exigir. Creo, más bien, que podemos y debemos contribuir a los cambios urgentes que son necesarios en nuestra Iglesia y acerca de los cuales el papa Francisco insiste en sus intervenciones. Más aún, que son su programa, haciendo eco al encargo que recibiera el otro Francisco, el santo de Asís: “Francisco, reconstruye mi Iglesia”.
¿El machismo clerical es igual en todo el mundo o hay ciertas regiones donde es más grave?
Me temo que está globalizado, que forma parte de la llamada “formación sacerdotal” que recibe el clero católico, en la que pesan el imaginario patriarcal y el imaginario sacerdotal. El imaginario patriarcal en el que las mujeres eran consideradas, además de peligrosas, inferiores y que explica que fueran excluidas de la ordenación; el imaginario sacerdotal asociado a la potestas sacra que el sacramento del orden les confiere y por el cual entran a pertenecer a un grado superior en la estructura eclesiástica al cual no pueden pertenecer quienes no han recibido este sacramento. Y, en últimas, imaginario patriarcal e imaginario sacerdotal confluyen, se funden, en el imaginario del poder sagrado.
"La exclusión de las mujeres del sacramento del orden no responde a argumentos teológicos sino a circunstancias culturales e históricas que han cambiado"
El título del libro anuncia que es un aporte desde la eclesiología de Vaticano II y desde la teología feminista latinoamericana al debate sobre la ordenación de mujeres, ¿a qué apuntan dichos aportes?
Sobre todo, es un aporte al debate desde América Latina y es el aporte de una mujer teóloga. Un aporte que creo que estaba haciendo falta, porque las teólogas europeas y estadounidenses han escrito muchas páginas sobre el tema, pero de mis colegas latinoamericanas no he encontrado trabajos publicados.
Asumí que la teología feminista latinoamericana tenía que ser una de las coordenadas de este aporte, desde su hermenéutica de la sospecha y desde su particular sensibilidad a toda forma de inequidad, y que la otra coordenada tenía que ser la eclesiología de Vaticano II, que ofrece la posibilidad de repensar la ministerialidad eclesial desde una perspectiva distinta a la que ofrecía la eclesiología preconciliar, pasando de una interpretación sacral y sacerdotalizante asociada al poder, a una interpretación ministerial asociada al servicio.
Desde hace algún tiempo tenía la intención de escribir un libro y buscar editorial, que es lo que se acostumbra. Un libro que recogiera la investigación que había comenzado como profesora de “Ministerios eclesiales y orden ministerial” en la que inicialmente no se me pasó por la mente abordar o detenerme en la ordenación de mujeres. Las intervenciones del magisterio pontificio cerraban cualquier posibilidad. Pero la creación de una comisión por parte del papa Francisco para responder a una de las preguntas en el encuentro con la Unión de Superioras Generales en 2016, puso sobre el tapete la ordenación de mujeres para el diaconado, convirtiéndolo en tema de actualidad y, para mí, en invitación a decir una palabra al respecto. Y la invitación se hizo perentoria con la publicación del Documento Preparatorio del Sínodo Panamazónico que hablaba de “propuestas valientes” para “nuevos ministerios eclesiales”.
En medio del confinamiento por el coronavirus decidí avanzar en la investigación y decidí, también, ponerle punto final pues era hora de hacerla pública. Es decir, de publicarla. Para lo cual el confinamiento me dio la oportunidad de descubrir que era posible hacerlo en Amazon y en Apple Books. Fue idea de uno de mis nietos, Eduardo Posada, pues lo que yo modestamente pensaba era aprovechar los recursos que ofrecen la tecnología y las redes sociales para compartir con mis colegas un PDF. Y terminé haciendo yo misma el proceso editorial, desde la diagramación del texto, convertirlo en E-PUB, subirlo a la plataforma y, además, encargarme de la difusión del libro. Todo por cuenta de la pandemia que para mí se convirtió en oportunidad.
¿Las propuestas del libro tienen relación con el reciente Sínodo Panamazónico?
Tanto el Documento Preparatorio como el Instrumentum laboris del Sínodo de los Obispos para la Región Amazónica dieron un nuevo aire a mis anteriores trabajos sobre ministerios eclesiales porque al referirse a “ministerios con rostro amazónico” hablaban de “dar a las mujeres algún ministerio oficial” e invitaban a hacer “propuestas valientes”, lo que entendí como posibilidad de pensar en ordenación de mujeres y de replantear las formas de ministerialidad eclesial establecidas desde otros contextos.
Ahora bien, aunque la consulta sinodal reclamaba la ordenación de mujeres, el asunto se abordó únicamente en los pasillos del sínodo y el documento final que los obispos entregaron al Papa en la última reunión del Sínodo no contempló esta posibilidad, en el discurso de clausura Francisco acogió el pedido de re-llamar la comisión para continuar estudiando el diaconado femenino o abrirla con nuevos miembros. También quedaba la esperanza de que la exhortación apostólica postsinodal se pronunciara al respecto, pero Querida Amazonia guardó silencio acerca de la ordenación de mujeres. Sin embargo, yo guardo la esperanza de que el papa Francisco se atreva a dar el paso necesario para que las mujeres sean oídas de verdad y acogidos sus reclamos respecto al lugar que como bautizadas pueden y deben ocupar en la Iglesia.