El dominico presenta "Meditación sobre la Iglesia. Lo que no se puede decir" (San Pablo) Jesús Espeja: "El desafío de la Iglesia hoy es cómo responder a este mundo manchado por la injusticia y por la escandalosa pobreza"

(Jesús Bastante).- El dominico Jesús Espeja viene a presentarnos su último libro "Meditación sobre la Iglesia. Lo que no se puede decir", publicado con San Pablo. En esta última obra, Espeja plantea que "el principal desafío de la Iglesia hoy es cómo responder a este mundo manchado por la injusticia y por la escandalosa pobreza".

Además, ante la realidad actual de que "hay una mayoría de creyentes que se mantiene en la superficialidad y que no vive la trascendencia", el autor sostiene que "los cristianos debemos ofrecer algo que apasione a los seres humanos y que los haga más felices". "Un camino de felicidad sin despreciar el placer del mundo, pero ampliando el horizonte", añade.

Y es que para Espeja el amor a la Iglesia y el amor a la humanidad son inseparables, porque "a los cristianos nada humano les puede ser ajeno".

¿Qué es lo que se puede y lo que no se puede decir sobre la Iglesia?

La gente pensará que "lo que no se puede decir" es algún secreto sobre o contra la Iglesia. Pero lo que no se puede decir propiamente es lo que no se puede definir. Es decir, lo que se cree.

El misterio de la Iglesia, precisamente porque es la presencia de lo divino en lo humano, no admite una definición única, sino tan sólo aproximaciones. En este libro la meditación no se corresponde con especulaciones intelectuales sobre la Iglesia, sino que es un intento de expresar mi fe en la Iglesia.

Cuando era estudiante, tuve dos grandes maestros: De Lubac y Congar. Ellos explicaban que la idea de Iglesia como acontecimiento se vive, no se define. Por eso lo de "Meditación".

Sin embargo, siempre hemos definido a la Iglesia y sus modos de actuar...

No tiene nada de extraño: hemos intentado definir incluso a Dios, aunque no cabe en nuestras cabezas. Cuando, si verdaderamente aceptamos que Dios no cabe en nuestras cabezas, que siempre desborda todas nuestras categorías, y si aceptamos que la Iglesia es la presencia de Dios en lo humano, tenemos que concluir que no es posible dar una definición ni de Dios ni de la Iglesia. Sólo caben aproximaciones en un lenguaje simbólico.

¿Necesita la Iglesia la seguridad que aportan las definiciones para sobrevivir durante tanto tiempo como ha sobrevivido?

Ahí está el equívoco: creer que el Dios revelado en Jesús de Nazaret nos da seguridades para poder caminar por la vida tranquilitos e instalados.

¿Es un antídoto contra el miedo?

Claro, porque desde dentro de nosotros mismos, el Dios revelado en Jesús de Nazaret nos da confianza. Pero no seguridad. Porque nos hace una llamada continua a que nosotros comprendamos, actuemos y existamos no desde nosotros mismos como centro absoluto, sino desde alguien que es el centro absoluto más íntimo a nosotros que nosotros mismos, que nos está continuamente impulsando pero a quien no podemos atrapar con las categorías de nuestra cabeza.

Es decir, respecto a Dios tenemos que afirmar, tal como se ha revelado en Jesús de Nazaret, que nos origina, nos sostiene, y que es nuestro centro. Pero tenemos que "descentrarnos". Es decir, salir de nuestra propia tierra para abrirnos a esa presencia de Dios. Esto es la fe cristiana.

¿El centro no está en Roma, como nos han enseñado tantos años?

Evidentemente no. Nosotros confesamos como cristianos que Jesucristo es palabra que ilumina a todo ser humano que viene a este mundo. Luego, no lo podemos localizar sólo en un lugar o en un espacio. Además, Dios no puede estar solo presente en el Vaticano porque hay que contar con la presencia de Dios en todas las religiones. Dios está presente y se hace presente en todos los seres humanos que, experimentando esa presencia de Dios, se abren a ella.

¿Eso es lo que apuntaba el Vaticano II? ¿Es el Concilio la clave de bóveda de tu libro?

Sí, pero este libro da un paso más, respondiendo a lo que el Papa Francisco llama "Iglesia en salida". Es como cuando a Jesús le preguntaron "¿dónde vives?" y contestó "venid y veréis". Es decir, que la clave es salir de la propia tierra. Esto es lo que tenemos que hacer hoy: vivir el misterio de la Iglesia como un dinamismo vivo en la historia. Por eso en el libro lo que trato es de profesar los tres desafíos que hoy en día tiene la Iglesia, y que ya los apuntaba el Papa actual en su exhortación "La alegría del Evangelio".

El primer desafío es de qué Dios estamos hablando. La presencia de Dios que siempre está con nosotros, y que es lo que fundamenta nuestra esperanza.

En segundo lugar, cómo responder al pluralismo, no solamente cultural, sino también religioso. Porque a día de hoy no sólo hay una minoría que no cree, sino una mayoría de creyentes que se mantiene en la superficialidad y que no vive la trascendencia. Éste es un desafío tremendo.

Y el tercer desafío es cómo responder a este mundo manchado por la injusticia y por la escandalosa pobreza.

Creo que es por aquí por donde la Iglesia debe encontrar su camino, y por donde debe llevar a cabo su verdadera reforma.

Echando un ojo a tu libro, da la sensación de que le hubieras escrito el "programa de Gobierno" al Papa Francisco, porque tiene tres ejes vertebradores que son los que continuamente está apuntando Bergoglio

Esos ejes hay que complementarlos con la visión que acentuó al final de su pontificado el Papa Benedicto. El gran reto que tenemos hoy en la Iglesia es crecer en la fe. Entender bien qué es la fe cristiana.

El segundo reto es revisar muy a fondo la lógica del poder en la Iglesia. La relación entre poder, comunión y servicio. Y acabar de unir por fin la experiencia de Dios misericordioso revelado en Jesús de Nazaret y la opción clara por los excluidos, por las víctimas de la historia.

Únicamente si logramos unir esto no sólo en teoría, sino también en la práctica, será posible una evangelización.

Sin embargo, la Iglesia hasta ahora ha insistido más en el dogma y en las prohibiciones, en ponerle normas al mundo, en vez de en salir a él

Sí, es una gran dificultad que está tanto fuera como dentro de la Iglesia. Creo que todas las revoluciones que hay ahora tienen su dimensión positiva. El ser humano cada vez se resigna menos a someterse a una legislación y a un poder, sea político, económico o eclesiástico. Esto es un signo del Espiritu que nos está llamando a que revisemos a fondo nuestra conducta dentro de la Iglesia.

Cuando veo que hay gente que cree que todo el problema está en el mundo, que se ha secularizado y que se ha alejado de la Iglesia, y que hay que empezar a hacer grandes manifestaciones para ver si se convierten... pienso que, sin ponerme a condenar a nadie y respetando a todos, el problema está dentro de la misma Iglesia.

Los creyentes, en nuestra forma de vivir y de actuar, debemos ofrecer algo que apasione y que haga a los seres humanos más felices.

¿Esa imagen negativa de la institución está cambiando gracias al impulso del Papa? ¿O ha llegado ya "demasiado tarde"?

Creo que nunca es demasiado tarde, sobre todo porque no se trata de conquistar nada. Se trata de ser auténticos. Entonces, tampoco es cuestión de inquietarse por ver cómo conquistamos de nuevo a los que han abandonado la Iglesia. Se trata de que nosotros tratemos de ser buenos cristianos porque pensamos que esta propuesta es un camino razonable para conseguir la felicidad.

En la exhortación "El Gozo del Evangelio" hay una frase que es muy importante porque dice que el mundo quiere lograr la felicidad, y que lo quiere lograr a base de amontonar placeres. Pero el mundo no logra alcanzar la felicidad.

Por tanto, el gran reto que tenemos es poder ofrecer nosotros un camino de felicidad sin despreciar el placer del mundo, pero ampliando el horizonte. Ésta es para mí la propuesta de Jesús. Y es apasionante.

El reto no es conquistar el mundo, sino madurar en nuestra experiencia de fe cristiana. Esto es fundamental para mí.

Cuando escribí el libro, lo hice pensando que ya estábamos en una tercera etapa del Concilio, en la que hay que acabar con las tensiones y con los conflictos intereclesiales ridículos y condenatorios. Tenemos que aceptar el pluralismo, pero al mismo tiempo volver todos a la experiencia fundamental cristiana. La experiencia de Jesús de Nazaret, que es el lugar donde por fin la humanidad se ha abierto totalmente y se ha hecho transparente a la presencia de Dios.

¿Y que nos conozcan por el "mirad cómo se aman..."?

Exactamente, y no por el "mirad cómo se pelean...".

Por eso creo que estamos en un momento muy bonito para los cristianos. Porque nosotros, recogiendo la herencia del Vaticano II, debemos saber actualizarla, estando abiertos y dispuestos a aprender de todo lo demás. Porque a los cristianos nada humano les puede ser ajeno.

¿Cómo vive alguien como tú, que ya vivió en su momento la esperanza del Concilio y el invierno post-conciliar, esta nueva etapa de apertura? ¿Os quedan fuerzas para seguir luchando?

Bueno, hay un himno litúrgico que dice "Sembraré mientras haya tiempo".

Todos tenemos que aceptar que estamos limitados en el tiempo, pero donde no hay limitación ninguna, sino todo lo contrario, es cuando uno está convencido de algo y lo expresa. O hablando o escribiendo.

En mi generación, que ya está en el otoño de la vida, tiene que haber esta motivación profunda. Estar uno apasionado por el amor a la Iglesia, y al mismo tiempo por el amor a la humanidad, que son inseparables desde que Dios se reveló en Jesucristo. Por tanto, no se trata sólo de aceptar las incoherencias de la Iglesia por amor, sino de profesarle un amor entrañable a la humanidad. Al mundo entero.

El epílogo del libro está escrito por un joven teólogo, Jesús Díaz Sariego

Es un gran teólogo, al que le llevo yo casi 40 años. Es decir, que se ha formado después del Concilio. Y sinceramente yo creo que lo más valioso de este libro es el epílogo. Porque su autor ha sido capaz de recoger lo poco bueno que yo digo en el libro, y abrir nuevas perspectivas, lógicamente, con una mentalidad más joven y renovada. Pero a partir de los imperativos fundamentales del Concilio.

Jesús Díaz Sariego es un gran profesor de cristología de Salamanca, muy cotizado por los alumnos y también en el ámbito teológico. Y es capaz de ver con mucha lucidez lo que está pasando en la actualidad.

Acabamos de vivir un acontecimiento histórico con la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II. También está a punto de oficializarse la beatificación del otro gran Papa del Concilio: Pablo VI. ¿Qué significa todo esto?

Creo que está claro que Juan XXIII y Juan Pablo II fueron dos papas muy distintos, que vivieron también en situaciones distintas.

Para mí lo que les une a los dos es el apasionamiento por la causa de Jesús. Pero una causa no en abstracto: la causa de Jesús que habla del Reino de Dios y de los pobres, y que por tanto une lo divino y lo humano.

Juan XIII lo hizo de una forma profética y exuberante, hablando de los signos de los tiempos. Y Juan Pablo II sobre todo en su primera encíclica, cuando dijo expresamente "el profundo estupor ante la dignidad del ser humano se llama Evangelio, y afirma que el camino de la Iglesia es el hombre".

Eso es lo que me lleva a pensar que los dos estaban viviendo apasionadamente el misterio de la encarnación.

Por otro lado, me extraña que Pablo VI haya quedado en la sombra, porque fue el Papa gracias al cual funcionó el Concilio. De no haber sido por Pablo VI, el Concilio hubiera terminado mal y antes de tiempo. Pablo VI fue capaz de canalizar la labor del Concilio y llegar a un consenso entre las dos grandes tendencias que había. Lo cual tuvo sus ventajas y desventajas en los grandes documentos conciliares, que reflejan lo que era la Iglesia en ese momento.

A Pablo VI lo tendríamos que recordar sobre todo por la encíclica que publicó en el año 1964, la Ecclesiam Suam, que canalizó y orientó el Concilio.

Fue cuando la Iglesia se hizo diálogo, se abrió al mundo. Por eso esa encíclica marcó a mi generación.

La otra la escribió en un momento muy distinto, cuando ya había terminado el Concilio, y hay que leerla dentro del contexto de lo que estaba ocurriendo en el mundo y de la preocupación de Pablo VI, que era un hombre muy delicado espiritualmente, que quería mantenerse fiel a la tradición y también fiel al mundo.

¿Crees que la canonización simultánea de Juan XXIII y Juan Pablo II, y la próxima beatificación de Pablo VI, significan una revalorización del Concilio?

Para mí significan algo muy importante: que dentro del pluralismo que debe haber en la Iglesia (que significa que hay muchas posibilidades y muchas formas de vivir e interpretar la fe cristiana dentro de la comunión) tiene que haber algo que nos una a todos. Y esto es la experiencia apasionada de la fe.

La fe cristiana no es aceptación intelectual de unas verdades que nos propone una autoridad. No es "aprenderse la lección". No se reduce a una ortodoxia en ese sentido. La fe cristiana, ante todo y sobre todo, es la apertura incondicional de toda la persona a esa presencia de Dios tal como se ha revelado en Jesús de Nazaret. Y que por tanto, tampoco es algo que se pueda definir demasiado. Es algo que se vive, y en torno a lo que debemos unirnos todos los cristianos. Porque ésa es la comunión de la Iglesia.

La fe la mantenemos a través de unos ministerios que lógicamente hay en la Iglesia, y que nos ayudan a mantener la comunión. Pero no a hacen esos ministerios, sino el Espíritu Santo. Y esos ministerios tienen como función servir al Espíritu Santo que está en todos los creyentes.

¿Solamente en los creyentes cristianos?

No solamente. Ni siquiera solamente en los creyentes, sean de la religión que sean. En toda mujer y en todo hombre que viene a este mundo. La Iglesia es signo. Es como la luna, pero no es el sol. El sol es Jesucristo. La Iglesia es el resplandor. Es el signo de una comunión universal que tiene lugar en todo el mundo, y que nosotros como cristianos proclamamos que ha tenido lugar definitivo y que se ha abierto camino en la conducta histórica de Jesús.

Más que ser como la luna... ¿No crees que la Iglesia muchas veces está en la luna?

Bueno, depende de lo que entiendas por Iglesia. Yo pienso que lo que se necesita hoy en día es ayudar a los propios fieles cristianos para que vivan la fe no irresponsablemente aceptando lo que se les dice, sino como experiencia personal que da sentido a su vida y abre un nuevo horizonte para la esperanza.

La crisis que tenemos hoy los mismos cristianos es una crisis de sentido. Del sentido que nos ayuda a mantenernos alegres y esperanzados. Y precisamente creo que la conducta histórica de Jesús, revelación de Dios y revelación de lo que es el ser humano, es una propuesta apasionante para encontrar sentido en la vida.

La presencia gratuita de Dios acompaña nuestra historia, y nunca la abandonará.

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