Prepublicación del libro de Ann Rose Nu Tawg (Publicaciones Claretianas) 'Matadme a mi, no a la gente': la hermana coraje de Myanmar cuenta su historia
Desde el 1 de febrero de 2021se desarrolla en Myanmar una tragedia que afecta a un pueblo entero: los militares han vuelto a tomar el poder por la fuerza y están ahogando en sangre las protestas
El 28 de febrero sucedió algo extraordinario: las televisiones y las páginas de internet de todo el mundo mostraron las imágenes de una monja que, de rodillas y con las manos unidas en oración, imploraba a un pelotón de policías que no disparase sobre los manifestantes
El libro contiene una entrevista con el periodista italiano Gerolamo Fazzini (1962), editorialista de Avvenire y colaborador de numerosas revistas (Credere, Jesus, L'Osservatore Romano...), junto a un prólogo del cardenal Zuppi
Compra aquí 'Matadme a mí, no a la gente' (Publicaciones Claretianas)
El libro contiene una entrevista con el periodista italiano Gerolamo Fazzini (1962), editorialista de Avvenire y colaborador de numerosas revistas (Credere, Jesus, L'Osservatore Romano...), junto a un prólogo del cardenal Zuppi
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| Ann Rose Nu Tawg
(Adelanto editorial).- El 28 de febrero usted se echó a la calle, en su ciudad, para parar a los policías: como única respuesta recibió dos pedradas en el pecho. Su foto, delante del pelotón en formación, ha dado la vuelta al mundo. ¿Nos cuenta cómo pasó?
Ese domingo pasaron varios grupos de manifestantes delante de nuestra clínica de Myitkyina, unos mil, casi todos jóvenes. Se habían manifestado de manera pacífica, para dar a conocer sus exigencias, sin crear problemas. Mientras pasaban, yo estuve curando a muchos pacientes de nuestra clínica, que se encuentra cerca de la catedral y de nuestro convento: habíamos decidido mantenerla abierta, porque los hospitales públicos estaban (y están) cerrados a causa de la situación política. Estaba con algunos enfermeros y médicos, cuando oí las voces y los eslóganes de los manifestantes contra los militares. Luego, un poco después, llegaron los camiones de los soldados y de la policía; los policías saltaron fuera y empezaron a disparar inmediata-mente y a pegar a las personas con porras y con una especie de hondas. Yo misma recibí dos pedradas. Grité a los manifestantes que entrasen en la clínica, y muchos lo hicieron. Y a continuación fui a plantarme delante de la policía.
Me dirigí hacia los policías y les supliqué, implorándoles que no disparasen a los civiles, que no les golpeasen con las porras ni les hiriesen con las hondas. Gritaba y lloraba por la tensión y la emoción. Me puse de rodillas y elevé los brazos al cielo, invocando el auxilio del Señor
¿Por qué lo hizo?
Viendo que los manifestantes se encontraban en peligro, decidí protegerlos, aun a riesgo de mi vida. Me dirigí hacia los policías y les supliqué, implorándoles que no disparasen a los civiles, que no les golpeasen con las porras ni les hiriesen con las hondas. Gritaba y lloraba por la tensión y la emoción. Me puse de rodillas y elevé los brazos al cielo, invocando el auxilio del Señor. «Si queréis golpear a la gente o disparar sobre los manifestantes, hacedlo sobre mí, en vez de sobre ellos, porque yo no puedo soportar que sufran por vuestra violencia. Matadme a mí, no a la gente». Lo dije después de haber visto lo que había pasado en otras ciudades, en Yangoon, Mandalay y Naypyidaw, donde tantas personas habían sido masacradas como animales. ¿Y qué pasó después? Después de hablar con ellos, los policías retrocedieron un poco. Pensando que se iban a ir, volví a la clínica para visitar a los pacientes heridos. Había sangre por todas partes. En cambio, aquello no había terminado… Por desgracia, los policías siguieron persiguiendo a la gente para arrestarla o maltratarla. Cuando me di cuenta salí de nuevo, dejando a los heridos en la clínica. Volví a pedir a los agentes que deja-sen en paz a los manifestantes. «Somos un único pueblo. Vosotros no deberíais hacer daño a la gente pacífica, sino protegerla», les dije. Uno de los soldados me respondió que ellos no disparaban a matar. Pero yo no me fiaba ya de sus palabras, porque había visto lo que había pasado en otras ciudades: muchas personas habían sido golpeadas violentamente en la cabeza o en las piernas. Otro policía me pidió que volviera a la clínica, explicándome que mi vida estaba en peligro. Al final los policías empezaron a hablar entre ellos. Luego, después de recoger algunas cosas que había en el suelo, de las personas que se habían escapado, dejaron de perseguir a los civiles. De regreso a la clínica, volví a ocuparme de los heridos con el personal. Y juntos dimos gracias al Señor porque no había habido víctimas; en cambio, en otros lugares, muchas personas han sufrido violencia o han sido heridas.
El 8 de marzo se repitió una escena parecida. ¿Qué pasó ese día?
Los policías habían llegado cerca de la catedral de Myitkyina mientras se desarrollaban otras manifestaciones pacíficas en la zona. Fui a ellos a implorarles que no usaran la violencia. Dos de ellos se arrodillaron y me dijeron que no tenían intención de comportarse violentamente, pero que debían obedecer a sus jefes. Les respondí que los manifestantes querían solamente desfilar en paz. Así que decidí no moverme de allí hasta que no se hubiesen marchado. Vinieron a hablarme también mi superiora y el obispo (Mons. Francis Daw Tang), para tratar de convencerme de que volviera a entrar. Pero yo me quedé allí durante tres o cuatro horas, hasta que golpearon a un joven en la cabeza. Entonces algunos jóvenes como él se refugiaron en la catedral, otros escaparon. Tratamos de llevar al herido a nuestra clínica, que está muy cerca, pero no se pudo hacer nada: murió, y con él mataron también ese día a otra persona de 57 años.
Este no será jamás un país democrático mientras los policías y los soldados, que deberían proteger a las personas, las maten. A Dios no le gusta que se mate
¿Cómo encontró el valor para enfrentarse, desarmada, a un pelotón de hombres armados con fusiles?
Creo que Dios se sirvió de mí en el momento en que me arrodillé frente a los militares. El Espíritu Santo me dio la fuerza. Pude hacerlo solamente por la gracia de Dios. Los ciudadanos que se echan a la calle para protestar son jóvenes, son el tesoro del país. La policía y los soldados los han matado, y esto representa una grave pérdida para Myanmar. Este no será jamás un país democrático mientras los policías y los soldados, que deberían proteger a las personas, las maten. A Dios no le gusta que se mate.
Vinieron a hablarme también mi superiora y el obispo (Mons. Francis Daw Tang), para tratar de convencerme de que volviera a entrar. Pero yo me quedé allí durante tres o cuatro horas, hasta que golpearon a un joven en la cabeza. Entonces algunos jóvenes como él se refugiaron en la catedral, otros escaparon
¿Cómo se siente cuando ve ciertas escenas de violencia protagonizadas por los militares?
Yo pertenezco al pueblo de Myanmar, tengo sus mismos sentimientos y me siento muy triste. Represento un granito de arena, o un ladrillo en el muro en construcción, y quiero ser útil a mi pueblo. Ruego al Señor por mi país y os pido que lo hagáis también vosotros. Yo no quiero seguir bajo la presión de los militares y tampoco quiero este futuro para los jóvenes.
Un futuro que, por desgracia, podría parecerse a un pasado que nadie quiere que regrese…
Myanmar, que era un país feliz y pacífico, se ha convertido en un país donde reinan el miedo y la tristeza. Las personas normales no quieren estar sometidas a un régimen militar. Por eso he hecho lo que he hecho, porque ya no podía soportar ver a la gente llorar y sufrir.
Hace años, Birmania era un país rico y desarrollado, antes de que llegasen al poder los militares…
Desde que la Junta militar se hizo con el gobierno a partir de 1962, nuestro país ha dado muchos pasos atrás en la educación, en los aspectos sociales y económicos, pero los gobernantes han tratado de hacernos creer que la situación de Myanmar estaba mejorando. No queremos que vuelva a suceder. En 2020 la National League for Democracy (NLD), el partido de Aung San Suu Kyi, ganó las elecciones, y teníamos la esperanza de que el país marchara por los caminos de la democracia, para mejorar la vida de la población.
¿Qué le pide al Señor para Myanmar, hoy?
Creo que hay que acabar con la violencia, creo que los jefes religiosos y políticos deberían encontrarse y dialogar. Creo que el diálogo y el perdón recíproco son la base de un país feliz y democrático. Me confío a Dios para que Él nos guíe a nosotros e ilumine a quienes deben tomar las decisiones. Yo tengo la esperanza de que un día tendremos la paz y que la justicia triunfará.
Creo que hay que acabar con la violencia, creo que los jefes religiosos y políticos deberían encontrarse y dialogar. Creo que el diálogo y el perdón recíproco son la base de un país feliz y democrático. Me confío a Dios para que Él nos guíe a nosotros e ilumine a quienes deben tomar las decisiones. Yo tengo la esperanza de que un día tendremos la paz y que la justicia triunfará
Una hermana suya ha dicho que reza por la conversión de los militares, porque también ellos son personas, aunque muchas veces se comportan de manera brutal e inhumana. ¿Hace usted también alguna vez la misma oración?
Yo también rezo por los militares. Y no solamente yo, sino también mis hermanas y toda la Iglesia de Myanmar: pedimos por su conversión. Aunque frecuentemente se comportan de manera brutal e inhumana, mantenemos la esperanza de que puedan cambiar. La oración alimenta nuestra esperanza y nuestra fe, porque nuestro Dios es el Dios de la misericordia. La oración no queda nunca desatendida: por eso no perdemos el ánimo. No sabemos cuándo cambiará la mentalidad de los militares, pero estoy convencida de que, antes después, Dios escuchará nuestras oraciones. Ponemos nuestra confianza en el Espíritu Santo, que nos ilumina tanto a nosotros como a ellos, y que siempre nos guía. Yo creo que Dios no ignora el grito de nuestro pueblo, nuestras lágrimas y nuestros dolores.
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