(Ed. Paulinas).- Se suele pensar que los carismas son monopolio de los religiosos y religiosas, pero son dones que el Espíritu da a todas las personas, para el mutuo enriquecimiento. Pero el Papa recuerda que los carismas «no son un patrimonio cerrado, entregado a un grupo para que lo custodie; más bien son regalos del Espíritu integrados en el cuerpo eclesial, atraídos hacia el centro que es Cristo».
Para abrirse a un carisma y que dé fruto hay que aceptar, cuidar y alimentar lo que ya se tiene para llegar a ser lo que ya se es potencialmente.
Por tanto, todos los cristianos son destinatarios de los dones del Espíritu; de hecho, en la Iglesia, la mayor parte de los carismas que han dado vida a institutos de vida consagrada han nacido de laicos y laicas: pensemos en san Francisco, santo Domingo y, en este último siglo, en la explosión de distintos carismas, obra, en su mayoría, de laicos y laicas.
Toda forma de vida evangélica, para ser figura de la Iglesia en su interior, deberá crecer según los modelos relacionales y participativos que manifiestan la forma de una Iglesia sinodal, inclusiva, para poder aprender siempre unos de otros.
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