Comentario al Evangelio del VII Domingo del Tiempo Ordinario Ojea: Para corregir al hermano, “buscar solo el bien de él, no buscar tener razón, ni ganar una partida”
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“La ceguera de la mirada se verifica en esa viga que tengo delante de mí ojo, que me hace ciego que me tapa la mirada”
“No se puede falsear la verdad, no me puedo dirigir a mi prójimo basado en críticas, juicios que tantas veces se agrandan”
“La comunidad se construye con caridad, con verdad, no con cualquier tipo de comentarios críticos al vacío y con humildad”
“La comunidad se construye con caridad, con verdad, no con cualquier tipo de comentarios críticos al vacío y con humildad”
Luis Miguel Modino, corresponsal de RD en América Latina y Caribe
En su reflexión para el octavo Domingo del Tiempo Ordinario, Mons. Oscar Ojea comenzó citando la pregunta de Jesús que aparece en el texto del Evangelio: “¿Puede un ciego guiar a otro ciego?” Según el obispo emérito de San Isidro, “para corregir a un hermano es necesario ver, tener la mirada limpia”, explicando que “tener la mirada limpia significa corregirlo con caridad, buscar solo el bien de él, no buscar tener razón, ni ganar una partida, ni imponerse sobre él, sino buscar su bien”, resaltando que “es la primera condición para poder corregir al hermano. La caridad nos quita toda ceguera”.
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Ceguera del corazón
Para el obispo argentino, “tengo que decirle esto nada más que por su bien, no tiene que haber otra motivación. La ceguera de la mirada se verifica en esa viga que tengo delante de mí ojo, que me hace ciego que me tapa la mirada y, sin embargo, creo que estoy viendo la realidad cuando veo la pajita que hay en el ojo de mi hermano. Para nosotros mismos somos tan indulgentes y para los demás somos terribles, no les perdonamos nada, así es muy difícil construir puntos”.
En sus palabras, consideró que “la segunda condición es la verdad. No se puede falsear la verdad, no me puedo dirigir a mi prójimo basado en críticas, juicios que tantas veces se agrandan”. Eso porque “tenemos el enorme defecto de sacar las culpas afuera y hacer culpables a los demás. Para no ser ciego tenemos que tener la capacidad de mirarnos a nosotros mismos y es la tercera condición. Mirarnos con humildad y reconocer también nuestros defectos, nuestras imperfecciones y nuestros pecados”.
Yo también soy pecador
Ojea recordó que “decía un viejo refrán que debíamos tener un corazón de oro para Dios, un corazón de carne para con el hermano y un corazón exigente para con nosotros mismos”. Según el obispo, “en el fondo nosotros hacemos al revés, tenemos un corazón tremendamente exigente para con los demás y un corazón de oro para nosotros mismos”. Desde ahí llamó a decir: “Yo también soy pecador”, mostrando que “con esto humildad que hace que me mire a mí mismo, voy a mi hermano y con sencillez le planteo lo que tengo que plantear”.
Finalmente, llamó a pedirle al Señor “que nos regale esta mirada para poder convivir, para no estar haciendo de la vida de relación con nuestros hermanos una crítica continua, un juicio continuo y nosotros quedamos fuera como los grandes paladines de la moral, de la sabiduría, de la verdad a quienes no se les puede contestar nada. No podemos construir una comunidad de esa manera, la comunidad se construye con caridad, con verdad, no con cualquier tipo de comentarios críticos al vacío y con humildad”. Para ello suplicó que “el Señor nos conceda practicarla para poder vivir una auténtica comunidad cristiana que Dios los bendiga”.
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