Compartir... El sol
“Yo soy la luz del mundo, dice el Señor. El que me sigue no camina en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12).
| Gemma Morató / Hna. Ana Isabel Pérez
“El sol existe, porque lo he visto…” Esta frase que leí en unos apuntes de una asignatura, me encantó y me habla de un saber estar en la vida contando con el bagaje que llevamos y hacerlo con una mirada profunda que reconozca lo bueno vivido, que ayudará en los momentos menos fáciles, sin quedar anclados en la oscuridad que nos llegue sino sabiendo utilizar las pilas que estuvieron cargadas e iluminaban.
Nos puede ayudar para nosotros mismos y más aún para saber estar cerca de las personas cuando atraviesan especialmente dificultades, esos momentos de “eclipse” o también cuando falta “chispa” en la propia vida, sin que necesariamente falte la luz pero sí que no brilla todo lo que sería deseable.
Es bueno acudir a las propias reservas que tenemos en nosotros mismos, por tanto de bueno vivido y que un día nos puede hacer falta recordar, para vivir el presente con la esperanza de que vuelva la luz.
También cuando confían de alguna manera en ti, el saber estar y ser una ayuda. A mí me gusta decir “oxigenar el alma” en buena compañía. Acoger esos momentos que se comparten, a veces, con un “buen café”, donde la persona se abre a un compartir que toca lo profundo de su vida y es ahí donde el Señor nos tiene que conceder la gracia de saber estar, del momento que se nos regala para que a través de nosotros, Dios se haga presente, en la acogida, en consolar, en la esperanza. Busquemos en todo momento el verdadero sol que ilumina nuestras vidas: “Yo soy la luz del mundo, dice el Señor. El que me sigue no camina en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12).