Fe... La tempestad
Los discípulos “le gritaron” nos dice San Mateo para despertarle. También nosotros deberíamos “gritar” a Cristo Salvador, para que de nuevo nos dé signos de su amor, de su cuidado hacia nosotros, podríamos decir con palabras del evangelio para que “despierte”, para que nos enseñe a palpar su ayuda, para que abra nuestros ojos al nuevo mundo nacido ahora, como de repente, con todo lo que comporta de novedad, de riesgo, de fuerza, de luz.
| Gemma Morató / Hna. Carmen Solé
El evangelio de San Mateo, en el capítulo 8,23 recoge la escena evangélica de la tempestad calmada. Los detalles que nos dan describen, además de una situación normal convertida en peligrosa, una llamada insistente para lograr superar la virulencia de las aguas.
También hoy se repiten algunas circunstancias de la tempestad en la que todavía estamos inmersos, llegó de repente, sin esperarla apenas nadie, y un buen día dejamos lo que era nuestra vida normal, para vernos situados en un estado de alarma y alarmante.
La barca de cada uno, de cada familia, de cada institución parece aun que se está hundiendo a causa de las olas demasiado grandes y fuertes, y las soluciones parece que no llegan, por lo menos de una forma que puedan hacer ver un futuro tranquilo.
Ahí deberíamos entrar en la misma actitud de los discípulos que se vieron sorprendidos por esa tempestad evangélica.
Jesús estaba en la barca, como ahora también presente entre nosotros, pero dormía, ¿duerme ahora?
Los discípulos “le gritaron” nos dice San Mateo para despertarle. También nosotros deberíamos “gritar” a Cristo Salvador, para que de nuevo nos dé signos de su amor, de su cuidado hacia nosotros, podríamos decir con palabras del evangelio para que “despierte”, para que nos enseñe a palpar su ayuda, para que abra nuestros ojos al nuevo mundo nacido ahora, como de repente, con todo lo que comporta de novedad, de riesgo, de fuerza, de luz.
Así, si nuestra oración se convierte en “grito” casi desesperado, viendo como las aguas y el viento pueden acabar con nuestra vida, pero como en la cita evangélica, Jesús calmará las aguas y el viento, la vida podrá volver a recuperarse y haremos frente a esta nueva etapa, para la que no parece haber por ahora caminos marcados, pero si una meta: alcanzar la salvación para todos ya desde ahora y para siempre.