Si son injustos o mal administrados, cabe la objeción de conciencia Faus: "Quien quiera ser cristiano, tiene la obligación grave de pagar impuestos"
"Ahora hablamos de los impuestos directos, no de los indirectos (el IVA): estos segundos son los que habría que rebajar, y son más injustos porque no son progresivos, sino que afectan de igual manera al muy rico y al pobre"
"La enseñanza social de la Iglesia nos dice que cuando una persona tiene cubiertas sus necesidades de manera suficiente y digna, el resto de sus haberes deja de ser suyo"
"Para el cristiano no son impuestos, sino meras devoluciones"
"Hurto no es solo arrebatar lo ajeno, sino también no dar parte de lo propio a otros (San Juan Crisóstomo)"
"Para el cristiano no son impuestos, sino meras devoluciones"
"Hurto no es solo arrebatar lo ajeno, sino también no dar parte de lo propio a otros (San Juan Crisóstomo)"
| José Ignacio González Faus
Lo que voy a decir aquí, vale solo para aquellos que se confiesan cristianos. Quienes no lo son, podrán mirar el valor humano de los argumentos o decir cínicamente “qué suerte la mía”. Pero quien quiere ser de veras cristiano, debe saber que tiene obligación grave de pagar impuestos (progresivos, democráticamente aprobados y con posibilidades de controlar el uso que se hace de ellos, por supuesto): porque para el cristiano no son impuestos, sino meras devoluciones. Es obvio que ahora hablamos de los impuestos directos, no de los indirectos (el IVA): estos segundos son los que habría que rebajar, y son más injustos porque no son progresivos, sino que afectan de igual manera al muy rico y al pobre.
En efecto, según la enseñanza cristiana, la propiedad privada no es un derecho sagrado, sino secundario: está al servicio de otro derecho más primario que es el que los bienes de la tierra lleguen a todos los hombres. Cuando impide esto, se convierte en un robo: de ahí la frase de san Juan Crisóstomo tantas veces citada: “el rico es un ladrón o hijo de ladrón”, que viene a ser la conclusión de otras muchas frases como estas, del mismo Crisóstomo: “hurto no es solo arrebatar lo ajeno, sino también no dar parte de lo propio a otros”. O “los ricos tienen lo que pertenece al pobre”; “no dar a los pobres de los bienes propios es robarles y atentar contra su vida”.
Y naturalmente, el robo obliga a restituir para poder ser perdonado. Dejando ahora de lado las conductas personales que esto pueda imponer a cada individuo en particular, a nivel de la sociedad global los llamados impuestos son un camino de practicar esta restitución. Si resultan injustos o mal administrados, no vale como respuesta el negar la moralidad de los impuestos, sino declarar una objeción de conciencia: hace años vivimos el ejemplo (que no cuajó por demasiado minoritario) de gentes que detraían de su obligación fiscal la parte que el gobierno destina a armamentos. Pero no para quedársela ellos, sino para darla a una ONG o a Cáritas o mantenerla en reserva.
Y esta misma es la enseñanza social de la Iglesia: cuando una persona tiene cubiertas sus necesidades de manera suficiente y digna, el resto de sus haberes deja de ser suyo. Por citar un poco a boleo, basta ver la Gaudium et spes (ns. 69-71) del Concilio Vaticano II, la Populorum Progressio (n.22), de Paulo VI o la Sollicitudo rei socialis (n. 42), de Juan Pablo II, o la Evangelii gaudium y la Laudato si’ (93), de Francisco.
Y para que se vea la utilidad de esta enseñanza (por imperfectamente cumplida que esté) puede ser útil el siguiente dato que tomo del número de setiembre de Le Monde Diplomatique en castellano: “en tiempos de la Unión Soviética, la persona más rica lo era 6 veces más que la más pobre; el año 2000 esa proporción pasó a ser de 250.000”. Este dato clama al cielo tanto como la dictadura de Stalin o la invasión de Ucrania. Y es inmoral gritar solo contra aquellas inmoralidades cuya crítica nos favorece a nosotros, y silenciar las otras que nos afectan también a nosotros.
Curiosamente, ahí está también la razón de nuestra derrota ante la amenaza ecológica. La propuesta de Ignacio Ellacuría de una civilización de la sobriedad compartida como única solución para nuestro mundo, no vale solo para el campo social, sino también para el problema ecológico.
(Nota Bene.- Doy por sentado y comprendo que todo lo dicho irritará sobremanera a algunos lectores que reaccionarán recurriendo al insulto, metiéndose conmigo, con la Compañía de Jesús o con la Iglesia. Acepto todas esas críticas. Solo quisiera sugerir dos cosas a sus autores: a) que el recurso al insulto suele ser una prueba patente de que no se tienen otros argumentos. Y b) que el argumento del “tú más” no sirve para excluir el “pero yo también”: mi pecado no excusa el tuyo y ahora estamos tratando del segundo, no del primero. Del primero se puede hablar en otro momento
Y recuerdo la advertencia anterior: lo aquí dicho va dirigido a quienes se profesan cristianos: porque es enseñanza bíblica fundamental que a Dios hay que servirle como Él quiere ser servido, no como nos gustaría servirle nosotros).
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