ALTAMIRA, el film y la poesía 1. LOS BISONTES
Aunque la Cueva de Altamira y su Capilla Sixtina del Arte Rupestre haya sido reconocida Patrimonio de la Humanidad, y sea considerada una de las diez maravillas a visitar de nuestra sorprendente riqueza cultural y variadísima geografía, nos vendría bien acercarnos un poquito más a cada uno de sus inagotables tesoros, como nos vienen dando ejemplo los sesenta y ocho millones de visitantes que nos honraron con su compañía y afecto el pasado año.
El día primero del presente mes de abril se estrenó en España la entretenida y muy digna “superproducción” ALTAMIRA, dirigida por el prestigioso Hugh Hudson (Carros de Fuego, 1981), protagonizada estelarmente por Antonio Banderas, con brillante fotografía de Alcaine, música de Mark Knopfler…, y la producción de Lucrecia Botín, sobrina del fallecido presidente del Banco Santander Emilio Botín, tataranieta del descubridor Marcelino Sanz de Sautuola… Para informarse mejor del film, pulsar aquí.
EL DESCUBRIMIENTO
Aficionado a la paleontología, el rico propietario cántabro Marcelino Sanz de Sautuola, en el año 1868, acompañado de su hija María, de 9 años, exploraba, por la región montañesa de Altamira, una recién descubierta cueva. Investigando el vestíbulo tratando de descubrir restos de huesos y sílex para su colección, no se apercibió de que su curiosa pequeña, provista de lámpara, se introducía en una sala lateral, descubriendo en el techo unas impresionantes pinturas de gran tamaño. Corrió emocionada hacia su padre con la noticia: “¡Papá, papá, bueyes!”
LA NIÑA SUEÑA CON LOS BISONTES
La pequeña descubridora, María Sanz Sautuola, comparte protagonismo en el film con sus padres. En impresionante escena, nos introduce la cámara mágica de Alcaíne en el santuario interior de María, que contempla y escucha, con curiosidad y temor, una estampida de cercanos bisontes. Con tanto realismo y arte el pintor de la “gran sala de los dibujos polícromos” dibujó en negro y rojo la manada central del techo, que hasta aprovechó, para acercarlos a la vida, los relieves naturales de la roca.
Biznieto de María, el escritor Ramón Pérez-Maura ha escrito con lucidez una notable tercera de ABC (pulsar), en la que cita, con precisión y conocimiento, el homenaje en piedra que levantó su familia en honor de la pequeña descubridora. Refiere lo siguiente:
“Agustín de la Herrán realizó en 1970 un soberbio conjunto escultórico en el que se ve una niña de 9 años de edad, de tamaño natural, avanzando entre rocas con la mirada anonadada. No se alcanza a escucharle exclamar «¡papá, bueyes!», pero cabe imaginar las palabras viendo su expresión. La escultura, alrededor de la cual jugué en muchas tardes de mi infancia, representa el momento en que la niña María Sanz de Sautuola -mi bisabuela- descubrió las pinturas de Altamira. Su hijo, Emilio Botín-Sanz de Sautuola, erigió esa obra en el jardín de su casa de Puente San Miguel, como forma de manifestar su devoción por una madre que llevó siempre en el corazón el dolor de una injusticia histórica que sólo ahora se intenta superar. La escultura puede visitarse esporádicamente gracias a la condición de «jardín histórico» que tiene ese parque que hoy pertenece a Emilio Botín-Sanz de Sautuola y O’Shea.”
ALBERTI VISITA ALTAMIRA
Refiere Rafael Alberti en “La arboleda perdida” la crisis personal que sufrió en 1928, y la invitación de José María Cossío a pasar unos días en su casona de Tudanca. En esa ocasión tuvo oportunidad el poeta de visitar la auténtica cueva altamirana de los bisontes. Al aproximarse al “santuario más hermoso de todo el arte español”, solicitaron las llaves en la casuca del encargado de la cueva, “que era, por cierto, un cura”. Se acomodaron como pudieron en La Gran Sala y vivieron con emoción una experiencia muy semejante a la que se describe en el film como ensoñación de la pequeña María. Así lo escribió Alberti:
"De repente, unos ocultos reflectores se prendieron. Y, ¡oh maravilla! Estábamos ya en el corazón de la cueva, en la oquedad pintada más asombrosa del mundo. Recostados sobre las grandes piedras del suelo, pudimos abarcar mejor, ya que es baja la bóveda, aquel inmenso fresco de los maestros subterráneos de nuestro cuaternario pictórico. Parecía que las rocas bramaban. Allí, en rojo y negro, amontonados, lustrosos por las filtraciones del agua, estaban los bisontes, enfurecidos o en reposo. Un temblor milenario estremecía la sala. Era como el primer chiquero español, abarrotado de reses bravas pugnando por salir. Ni vaqueros ni mayorales se veían por los muros. Mugían solas, barbadas y terribles bajo aquella oscuridad de siglos. Abandoné la cueva cargado de ángeles, que solté ya en la luz, viéndolos remontarse entre la lluvia, rabiosas las pupilas.”
ALTAMIRA
El film y la poesía
1.Los bisontes
VISITANDO ALTAMIRA, de Rafael Alberti
2.La pintura
MILAGRO EN ALTAMIRA, de Gerardo Diego
EL ADVENIMIENTO, de Jorge Luis Borges
3.La belleza
BELLEZA, de Acacia Uceta
EL POETA EN LA CUEVA DE ALTAMIRA, de Luis LópezAnglada