ALTAMIRA, el film y la poesía 2. LA PINTURA
Lo primero que nos suele llamar la atención en la cueva de Altamira, es la proliferación de representaciones de bisontes. ¿Bisontes en Cantabria? Pues claro: con el mamut y el reno formaban la familia de animales sobrevivientes en las heladas postrimerías del Paleolítico Superior. En la cornisa cántabra, para fortuna de fieras y hombres, por su paisaje kársico, abundaban numerosas cavernas y abrigos naturales donde refugiarse y sobrevivir al implacable clima.
SE CEGÓ LA ENTRADA DE LA CUEVA
Un providente suceso nos regaló la posibilidad de conservar por siglos intacto el interior de alguna cueva, como ocurrió hace unos 13.000 años en Altamira, cuando se derrumbó la entrada, clausurando por siglos todos sus tesoros arqueológicos y muy especialmente sus pinturas rupestres.
Seguimos preguntando: las pinturas de bisontes, caballos, ciervos, jabalíes… distribuidos por techo y paredes, las manos impresas en positivo y negativo por sus muros, ¿en qué época podrían datarse?Anterior al derrumbe, por supuesto, pues la sellada cueva permaneció intacta hasta su descubrimiento en 1.868 (¡once mil años después!).
Hace 22.000 años parece que la cueva ya era habitada y se enriquecían sus muros inicialmente con pigmento rojo o pardo (óxido de hierro), añadiendo posteriormente color negro de carbón vegetal que, al estar compuesto de materia orgánica, podría datarse con precisión aplicando el C14. Las figuras de la Gran Sala, la Capilla Sixtina del Arte Paleolítico, y muy especialmente los famosos bisontes polícromos, fueron creados hace ya, al menos, 14.400 años.
Y LOS BISONTES BAJAN A EMBESTIRNOS
El poeta cántabro Gerardo Diego, miembro destacado de la generación del 27, premio Cervantes entre otros reconocimientos, nos entrega un poema denso, espiritual como toda su obra. Destacaría el tratamiento diferenciado de los dos protagonistas: la hija de Marcelino, María, descubridora de la Gran Sala de los Frescos, inocente y lúcida, confiada en “creer lo que se ve”. El padre, paleontólogo vocacional, aspira, como Tomás, a acariciar la realidad visible que le acercará al “fondo sin límite” del misterio: “ya no palpa, ya no mira, / cierra los ojos, reza, abre sus ojos, / mira los de la niña y cree, cree.”
MILAGRO EN ALTAMIRA
A Emilio Botín-Sanz de Sautuola y López.
Creer lo que se ve: la fe suprema.
Milagro en Altamira. Hoy se descubre
la dimensión tercera de la historia.
Ya no es plana la fábula del hombre.
Ya es cavidad, relieve, perspectiva.
Ya podemos meter hasta los codos,
y más que Don Quijote en Montesinos,
los brazos en la ciencia y la aventura
sin temor de encontrar fondo ni límite.
Tiempo del hombre son doce mil años,
tiempo del hombre y no prehistoria, historia.
Y los bisontes bajan a embestirnos,
bramando: «Ayer es hoy también. Palpadnos.»
Y la niña creía. Eran sus ojos
ventanas de la fe, la fe purísima.
«Toros, toros pintados. ¡Mira!» Eran
doce años inocentes. Cada año
profundizaba mil años de caza,
de religión, de magia, de escultura.
Bulto y línea, color y movimiento
nacían -vida y sueño, arte y materia-,
nacieron, nacerán, siguen naciendo.
Prodigioso acordar de dos edades.
El cristal de la fe y la antorcha trémula
de la ciencia humildísima ensayando,
alumbrando reliquias, presta siempre
al sacrificio heroico de la hipótesis.
¿Abraham e Isaac? No. Es una niña,
su hija. El padre mira, no da crédito
a lo que ve, está viendo. Está tocando,
siguiendo con la yema de su índice
el perfil prodigioso, el anca eléctrica,
lomo abultado, testa revirada,
astas en lira que se desvanece.
La humedad de la cueva suda gotas
y le moja la mano que acaricia
-protuberancia natural- el vientre,
creación ya del arte, honra del hombre.
Y el padre ya no palpa, ya no mira,
cierra los ojos, reza, abre sus ojos,
mira los de la niña y cree, cree.
LOS TRAZARÍA EN LA CAVERNA CON OCRE Y BERMELLÓN
El segundo poema de hoy está escrito por Jorge Luis Borges, importante poeta argentino que curiosamente recibió en 1980 el Premio Cervantes compartiéndolo ex aequo con Gerardo Diego. En “El advenimiento” relata Borges el discurso de un habitante de Altamira en el paleolítico que nos explica hoy sus vivencias pacifistas y depresivas en la cueva. Pero un día escucha “el sordo tropel interminable / de una manada [de bisontes] atravesando / el alba.” Eran miles. Los describe como peligrosos y atractivos (“de bruteza / divina”). Concluye la narración con el relato de su propia aventura existencial: “Después los trazaría en la caverna / con ocre y bermellón…” Y sugiere cierta necesidad de trascendencia: “Fueron los Dioses / del sacrificio y de las preces… / Fueron muchas mis formas y mis muertes.”
Resumiendo: más allá del espacio y del tiempo, se identifica Borges con el anónimo pintor paleolítico que vive intensamente una turbadora experiencia -estampida de búfalos- y necesita expresarla artísticamente con fuerza, originalidad, temor y misticismo.
EL ADVENIMIENTO
Soy el que fui en el alba, entre la tribu.
Tendido en mi rincón de la caverna,
pujaba por hundirme en las oscuras
aguas del sueño. Espectros de animales
heridos por la esquirla de la flecha
daban horror a las tinieblas. Algo,
quizá la ejecución de una promesa,
la muerte de un rival en la montaña,
quizá el amor, quizá una piedra mágica,
me había sido otorgado. Lo he perdido.
Gastada por los siglos, la memoria
sólo guarda esa noche y su mañana.
Yo anhelaba y temía. Bruscamente
oí el sordo tropel interminable
de una manada atravesando el alba.
Arco de roble, flechas que se clavan,
los dejé y fui corriendo hasta la grieta
que se abre en el confín de la caverna.
Fue entonces que los vi. Brasa rojiza,
crueles los cuernos, montañoso el lomo
y lóbrega la crin como los ojos
que acechaban malvados. Eran miles.
Son los bisontes, dije. La palabra
no había pasado nunca por mis labios,
pero sentí que tal era su nombre.
Era como si nunca hubiera visto,
como si hubiera estado ciego y muerto
antes de los bisontes de la aurora.
Surgían de la aurora. Eran la aurora.
No quise que los otros profanaran
aquel pesado río de bruteza
divina, de ignorancia, de soberbia,
indiferente como las estrellas.
Pisotearon un perro del camino;
lo mismo hubieran hecho con un hombre.
Después los trazaría en la caverna
con ocre y bermellón. Fueron los Dioses
del sacrificio y de las preces. Nunca
dijo mi boca el nombre de Altamira.
Fueron muchas mis formas y mis muertes.
ALTAMIRA
El film y la poesía
1.Los bisontes
VISITANDO ALTAMIRA, de Rafael Alberti
2.La pintura
MILAGRO EN ALTAMIRA, de Gerardo Diego
EL ADVENIMIENTO, de Jorge Luis Borges
3.La belleza
BELLEZA, de Acacia Uceta
EL POETA EN LA CUEVA DE ALTAMIRA, de Luis LópezAnglada