POEMAS A LA MADRE MUERTA 2. Sigue viva en el hijo

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Rastreando por internet sobre el tema de la muerte, descubrí un emocionado texto del
sacerdote jesuita Jesús Juan Díaz Villar que, al fallecer su madre de 85 años, pronunció una intensa homilía, de la que seleccionaremos algunos párrafos que nos introduzcan con serenidad en el sentido profundo de los poemas que hoy nos acompañan:

La muerte es cruel, es un viaje sin retorno de alguien que no quería marcharse, ni dejarnos… A mamá ya no le podemos escribir, ni visitar, ni llamar por teléfono… No sabemos dónde está… ¡nos parece mentira!... La muerte es un túnel oscuro, negro…; nos preguntamos si habrá algo más que túnel, si de verdad existirá una salida, o si todo terminó en aquella tumba…”

Más adelante escuchamos: “La muerte es misterio, y con la pura razón no tenemos respuesta alguna… Por eso nos deja desconcertados, perplejos e impotentes. No, nuestra razón no puede ir más allá. Tropezamos con la losa fría de su tumba, sin poder continuar...”

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MAMÁ NO HA MUERTO DEL TODO

Ciñéndonos al sentimiento central de los versos que presentamos a continuación, seleccionaremos algunas sugeridoras frases de gran belleza y dignidad:

En cada uno de nosotros está vivo el recuerdo de mi madre. Está vivo como historia, es el amor que puede más que ese túnel negro y misterioso con el nombre de muerte. Pero no es sólo en el recuerdo donde vive mamá. El recuerdo podría ser simplemente fantasía. Mamá vive realmente en cada uno de nosotros…”

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“Mamá vive en cada uno de nosotros, llevamos su sangre. Caminamos, actuamos y no nos damos cuenta de que también en nosotros siguen viviendo mamá y papá. Pero no fue sólo la sangre y unos genes lo que nos dieron en el pasado. Ellos siguen viviendo en nosotros en toda una constelación de vida, gestos, valores y costumbres."

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"Cuando vosotros habláis, educáis, amáis, besáis y abrazáis a vuestros hijos, también hay algo de mamá y papá, de los abuelos, en vuestras palabras y actitudes… También ellos los están amando, hablando, son sus brazos en los vuestros, quienes acogen y aman a vuestros hijos. No, mamá no es sólo añoranza y recuerdo, es también vida que se expresa de otro modo en nosotros. Y esto no es fantasía.”


Si os gustaría conocer la homilía completa, pulsar aquí.

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SOY YO QUIEN TE SONRÍE, QUIEN TE MUEVE LAS MANOS

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Poema espléndido de una desconocida muchacha de 18 años son los versos de “Unidad”, que sucede inmediatamente a “¿Dónde voy yo, Dios mío?”, que tanto celebró Juan Ramón Jiménez que así cerró su juicio crítico sobre “Mara”, el inicial poemario de Pilar Paz Pasamar: “Esta chica es genial". Se identifica la poeta jerezana con su madre hasta el extremo de cerrar así estos versos, refiriéndose al encuentro existencial de madre e hija, más allá de la muerte: “Y nos daremos juntas, madre mía, tan juntas / que Dios no pueda nunca distinguir si eres una / o somos dos, a una, las que nos hemos muerto.” En el segundo verso del poema, “Te has ido dando como la luna sobre el agua…” el verbo dar parece sinónimo de amor, entrega. Y en “nos daremos juntas, madre mía” del final parece sugerir la identificación unitiva de madre e hija más allá del amor edípico, en la transvida.

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UNIDAD

Madre, tú eres ya, no tuya, sino mía.
Te has ido dando como la luna sobre el agua.
Toda tu claridad se ha reflejado
inmensa sobre mi alma.

Madre, ya no eres tú, tu risa no es tu risa,
soy yo quien te sonríe, quien te mueve las manos,
quien te vive y respira por ti. Ya no eres tú,
madre mía, has fijado
tu claridad lo mismo
que la luna en el lago.

En mí tu imagen flota, reposa, duerme, gira,
en una completísima unidad que nivelan
tu carne con mi carne, tus ojos con mis ojos,
tu pena con mi pena.

Y tu fin -extinguirte sonriendo- es el mío.
¡Tu fin! Allá en lo alto te esperará una estrella.

Yo te sujetaré con mis manos, tan jóvenes,
más arriba del mar, más arriba del tiempo,
y nos daremos juntas, madre mía, tan juntas,
que Dios no pueda nunca distinguir si eres una
o somos dos, a una, las que nos hemos muerto.


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Y YO TE LLEVO OCULTA, FECUNDA, PERMANENTE...

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La infancia de Roberto Cabral fue muy triste: con solo dos años perdió a su padre, con quince a la madre, y tuvo que cuidar como jefe de familia a sus dos hermanas, habiendo heredado negocios ruinosos. Sus versos, tan biográficos siempre, reflejan, con hondura y pasión amorosa, la ausencia –que es también presencia– sobre todo de la madre (“ni llanto, ni cicatriz, ni olvido”).

Es emocionante el sentimiento de permanencia, de salvación, de una madre que se despide, in extremis, del hijo, pero se siente prolongada en la aventura existencial de su propia sangre. En el poema de hoy, “Se dijo que una madre ha muerto”, la vivencia es contraria: el hijo se dirige a la madre invisible, pero cercana. Con ojos de Roberto la madre mira hoy. Con la voz de Roberto la madre habla hoy. Y sigue viva con su vitalidad. ¿Está muerta la madre? De ninguna manera: vive en el hijo, como vivió el hijo huésped en su materna entraña... Ella es el tronco del árbol de la vida, su hijo ramaje nuevo, “alto sostén de nidos...”

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SE DIJO QUE UNA
MADRE HA MUERTO

Recuerdo no; ni llanto, ni cicatriz ni olvido.
Vida viva en mi llama y en mi fe y en mi fuerza.
Hoy, como antaño huésped en tu materna entraña,
los dos con una única voluntad aferrándonos,
los dos soñando fieles nuestro cabal destino.

Años hace que nadie percibe tu presencia,
como si hubieras muerto como un muerto cualquiera.
Fuiste, por todos ellos, enterrada y llorada,
llorada y olvidada... como los muertos de ellos.
Y yo te llevo oculta, fecunda, permanente,
más viva en mí, doliente, por el amor transida.
–¿Ciega...?

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–Mis ojos miran

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para los ojos tuyos.
–¿Muda...?

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–Mi voz –tus voces

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eternas– florecida.
–¿Inmóvil...?

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–Y yo todo

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vibración, ritmo, vuelo

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de tu inicial impulso.
–¿Muerta...?

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–¡Y el hijo vive!

Sueña, canta, palpita, que yo gozo tus gozos.
Vivo la verdadera vida tuya en mi vida.
Eres mi tronco firme, yo tu ramaje nuevo,
arpa del viento, sombra y alto sostén de nidos.


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NOTA. Para saber más sobre Ramón de Garciasol (pulsar aquí), Pilar Paz Pasamar (pulsar aquí) y Roberto Cabral (pulsar aquí).

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POEMAS A LA MADRE MUERTA

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Cantan poetas a quien les dio la vida

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1.Esperanza de un reencuentro

MADRE, de Celso Emilio Ferreiro
LA MADRE, de Giuseppe Ungaretti
NO SEAS NIÑA, MADRE, de Ramón de Garciasol




2.Sigue viva en el hijo

UNIDAD, de Pilar Paz Pasamar
SE DIJO QUE UNA MADRE HA MUERTO, de Roberto Cabral


3.En las manos de Dios

COMO A UNA HIJA REINA, de Jesús Mauleón
DIME TÚ CÓMO ES DIOS, de Jesús Mauleón
HAGAMOS UNA FIESTA, de Jesús Mauleón


4.Ya que viniste de allí

IN MEMORIAM, de Nicolás de la Carrera del Castillo
SALMOS 3, de Antonio Carvajal
METEMPSÍCOSIS, de Torcuato Luca de Tena


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