Se enfrenta Luis Cernuda a su muerte un 5 de noviembre de 1963

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En el mes de los difuntos, parece oportuno recordar al singular poeta sevillano Luis Cernuda, que falleció un 5 de noviembre en el lejano México. Dedicaremos el post de hoy a presentar dos importantes títulos de su último poemario "Desolación de la quimera", publicado un año antes de su repentino final. Tenía sólo 61 años y se sentía desarbolado y viejo, injustamente tratado desde España. En los versos de hoy se enfrenta Cernuda a un tema central en su obra: la muerte. Obsesionado con el paso del tiempo, vivir era para él "estar a solas con la muerte".

En los presentes textos seremos testigos de dos meditaciones muy hondas sobre el misterioso sentido del último latido del corazón, que habría que afrontar con dignidad y aceptación. Me parece oportuno citar, como introducción, un sabio texto de Octavio Paz, que así nos presenta al exiliado español:

«Pocos poetas modernos, en cualquier lengua, nos dan esta sensación escalofriante de sabernos ante un hombre que habla de verdad, efectivamente poseído por la fatalidad y la lucidez de la pasión. Sí se pudiese definir en una frase el sitio que ocupa Cernuda en la poesía moderna de nuestro idioma, yo diría que es el poeta que habla no para todos, sino para el cada uno que somos todos»


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"TU IMAGEN A MI LADO ACASO ME SONRÍA..."

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A sus 59 años, se enamora perdidamente Cernuda de un joven mejicano. Sabe que no está bien visto; pero, a pesar de su extrema timidez, pronuncia con firmeza un rotundo sí a la relación. Pero será mejor escuchar sus propias palabras:

“Durante el verano de 1951 conocí a ......., ocasión de los “Poemas para un cuerpo”, que entonces comencé a escribir. Dados los años que ya tenía yo, no dejo de comprender que mi situación de viejo enamorado conlleva algún ridículo. Pero también sabía, si necesitaba excusas para conmigo, cómo hay momentos en la vida que requieren de nosotros la entrega al destino, total y sin reservas, el salto al vacío, confiado en lo imposible para no rompernos la cabeza...”


Ética y estética se confunden en la poesía cernudiana al reclamar la verdad y la justicia como valores absolutos pero inseparables de la belleza. Belleza de la música, la arquitectura, la poesía, la pintura... pero, sobre todo, muy influido por la cultura griega, belleza del cuerpo joven.

En el poemario “Con las horas contadas” ha reservado el poeta una fascinante sección de 16 títulos cantando y llorando el amor a este muchacho, idealizando la relación hasta fantasías alucinatorias. Así escribe (poema 16): “Tú y mi amor, mientras miro / dormir tu cuerpo cuando / amanece. Así mira / un dios lo que ha creado...” En el último poemario de su vida, al que hoy nos asomamos, “Desolación de la quimera”, podemos disfrutar, prolongando la serie “Poemas para un cuerpo”, del emocionante tema de hoy, “EPÍLOGO”.

Se pregunta el veterano poeta, contemplando una fotografía del maravilloso ser, si tan breve aventura mereció la pena. Y sí que mereció la pena, a pesar de la angustia de la separación, y el cotidiano deseo sin la amorosa presencia, que le han acompañado tanto tiempo. Pero no adelantemos la escatología rosa de los versos finales, sorprendentes y hermosos:

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EPÍLOGO

(Poemas para un cuerpo)

Playa de la Roqueta:
sobre la piedra, contra la nube,
entre los aires estás, conmigo
que invisible respiro amor en torno tuyo.
Mas no eres tú, sino tu imagen.

Tu imagen de hace años,
hermosa como siempre, sobre el papel hablándome,
aunque tan lejos yo, de ti tan lejos hoy
en tiempo y en espacio.
Pero en olvido no, porque al mirarla,
al contemplar tu imagen de aquel tiempo,
dentro de mí la hallo y lo revivo.

Tu gracia y tu sonrisa,
compañeras en días a la distancia, vuelven
poderosas a mí, ahora que estoy,
como otras tantas veces
antes de conocerte, solo.

Un plazo fijo tuvo
nuestro conocimiento y trato, como todo
en la vida, y un día, uno cualquiera,
sin causa ni pretexto aparente,
nos dejamos de ver. ¿Lo presentiste?
Yo sí, que siempre estuve presintiéndolo.

La tentación me ronda
de pensar, ¿para qué todo aquello:
el tormento de amar, antiguo como el mundo,
que unos pocos instantes rescatar consiguen?
Trabajos de amor perdidos.

No. No reniegues de aquello.
Al amor no perjures.
Todo estuvo pagado, sí, todo bien pagado,
pero valió la pena,
la pena del trabajo
de amor, que a pensar ibas hoy perdido.

En la hora de la muerte
(si puede el hombre para ella
hacer presagios, cálculos),
tu imagen a mi lado
acaso me sonría como hoy me ha sonreído,
iluminando este existir oscuro y apartado
con el amor, única luz del mundo.


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"MANO DE VIEJO MANCHA EL CUERPO JUVENIL..."

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Este tema, "DESPEDIDA", se basa inicialmente en el conocido tango "Adiós muchachos..." que popularizó Carlos Gardel. Da pie al solitario, pero necesitado poeta sevillano, a dirigirse líricamente a jóvenes que ni fueron compañeros ni lo serán, y les expresa su soledad y su amargura:ellos libres y felices, y él humillado y decrépito. Descubre ahora la belleza de la juventud, pero no puede disfrutarla, ni tan siquiera acariciarla. Y adivina que no hay solución...

Esa es la Realidad. Y constata con sufrimiento que el Deseo se dispersa en el aire y no sabe aterrizar en el corazón de la vida ("mirando cerca, en vuestros ojos, esa luz y esa música..."). El lenguaje es sencillo, coloquial, más cercano a la prosa que al verso medido. Aparentemente frío, pero con una hondísima carga en profundidad de dolor y amargura("no cuidéis de la herida que la hermosura vuestra y vuestra gracia abren...").

El final es, como en el poema "Epílogo", de una gran ternura.El hilo roto de comunicación entre los jóvenes y el viejo se recompondrá un día y podrá vivir en otra vida lo que aquí no ha sabido, o no ha podido realizar. No estará solo el poeta. Disfrutará de la mejor compañía, vivirá alegre y feliz para siempre:

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DESPEDIDA

Muchachos
que nunca fuisteis compañeros de mi vida,
adiós.
Muchachos
que no seréis nunca compañeros de mi vida,
adiós.

El tiempo de una vida nos separa
infranqueable:
a un lado la juventud libre y risueña;
a otro la vejez humillante e inhóspita.

De joven no sabía
ver la hermosura, codiciarla, poseerla;
de viejo la he aprendido
y veo la hermosura, mas la codicio inútilmente.

Mano de viejo mancha
el cuerpo juvenil si intenta acariciarlo.
Con solitaria dignidad el viejo debe
pasar de largo junto a la tentación tardía.

Frescos y codiciables son los labios besados,
labios nunca besados más codiciables y frescos aparecen.
¿Qué remedio, amigos? ¿Qué remedio?
Bien lo sé: no lo hay.

Qué dulce hubiera sido
en vuestra compañía vivir un tiempo:
bañarse juntos en aguas de una playa caliente,
compartir bebida y alimento en una mesa,
sonreír, conversar, pasarse
mirando cerca, en vuestros ojos, esa luz y esa música.

Seguid, seguid así, tan descuidadamente,
atrayendo al amor, atrayendo al deseo.
No cuidéis de la herida que la hermosura vuestra y vuestra gracia abren
en este transeúnte inmune en apariencia a ellas.

Adiós, adiós, manojos de gracias y donaires.
Que yo pronto he de irme, confiado,
adonde, anudado el roto hilo, diga y haga
lo que aquí falta, lo que a tiempo decir y hacer aquí no supe.

Adiós, adiós, compañeros imposibles.
Que ya tan sólo aprendo
a morir, deseando
veros de nuevo, hermosos igualmente
en alguna otra vida.

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