3 de Marzo, “no con odio”

Vitoria-Gasteiz recuerda el 3 de Marzo de 1976.

Non solum sed etiam

“No con odio, pero sí con clara firmeza una palabra de denuncia.
No eran criminales y no estaban perturbando la paz pública.
No es lícito matar.
Para esas muertes creemos que no se puede encontrar justificación ni en la ley, ni en una pretendida legítima defensa, ni en nombre del orden público.
En nombre de Jesús, de aquel que murió perdonando a los que injustamente le sacrificaban, nos atrevemos a pediros la misericordia de vuestro perdón para los que os los han arrebatado.”
(Palabras de la homilía pronunciada en el funeral celebrado en la Catedral Nueva)



3 de marzo de 2016. La justicia no caduca y los hechos son historia.

Ojeando la prensa y las redes sociales se aprecia un esfuerzo por mantener viva la memoria de unos hechos deleznables con unas heridas y unas deudas que, ni para las víctimas ni para la sociedad, han quedado cerrados. Pero también ojeando la prensa y las redes sociales se aprecia una sensación de anacronismo, y no solo porque las imágenes más repetidas son en blanco y negro, no solo porque los documentales parecen sacados de un formato de “Cuéntame”, no solo porque las condiciones y el marco social de hoy poco tienen que ver con los de hace 40 años. Aunque las necesidades y las demandas sociales siguen vigentes y muy vivas.
Pero hoy la huelga de estudiantes es contra la Lomce y el 3 + 2; hoy las protestas por el incumplimiento de las políticas sociales tienen su foro más visible en nuestra ciudad en los Círculos de Silencio que como cada primer jueves de mes este 3 de marzo ha cumplido con su cita pacífica y reivindicativa; hoy no es ayer y, menos, hoy no es hace 40 años.
Por eso resulta forzado socialmente revivir unos hechos que no queremos que se repitan. Resulta forzado socialmente suspenderles las clases a unos niños que no pueden sentirse herederos de unos sentimientos que ni entienden ni pueden vivirlos como propios.
No es difícil entender la necesidad de quienes fueron protagonistas directos de aquella historia de mantener viva la memoria de sus familiares y compañeros asesinados. Pero después de 40 años el eco de aquellos hechos no puede ser un retomar y renovar viejos odios. (¡Policía asesina! Se gritaba en la manifestación. Sí, y los de hace 40 años en aquel suceso lo fueron. Pero hoy de los mismos cuerpos o similares rescatan excursionistas sin preguntarles quienes son ni quienes han sido. Y esa expresión sería entendible en los familiares y compañeros de quienes murieron, pero no en quienes han conocido aquellos hechos solo por YouTube)
Hay sentimientos que ni se pueden ni se deben heredar. ¿De verdad que lo que queremos dejar en herencia son jóvenes encapuchados y enmascarados quemando monigotes? ¿Qué tiene que ver esos jóvenes con aquellos que hace 40 años daban la cara para defender sus derechos como trabajadores? El 3 de marzo no es patrimonio de encapuchados, sino de hombres y mujeres que dieron la cara. Pero ellos “no saben lo que hacen”.
Sinceramente no creo que el nexo de unión entre los hechos ocurridos hace 40 años y hoy tengan que ser el odio, la violencia, la venganza.
Hace 40 años un compañero obrero de una de las víctimas improvisó tres cruces con ramas en el suelo, un cirio con un cartón de leche y una botella de aceite, un monolito con los zapatos de su amigo; hace 40 años en la homilía se denunciaron los asesinatos, se reclamó justicia, sí, y también misericordia (nos atrevemos a pediros la misericordia de vuestro perdón para los que os los han arrebatado.); hace 40 años, de camino con los féretros hacia los cementerios, se detuvo la comitiva en San Francisco y a la altura de donde cayeron muertos se rezó un padrenuestro.
Hoy, cuarenta años más tarde, prefiero traer a la memoria aquellos detalles y aquellas palabras que son más “pro” que “contra”, en el deseo de que la justicia no caduque y los hechos sean historia.
Por su valor histórico y testimonial recupero el texto íntegro de la versión original de la homilía que, un grupo de sacerdotes, consensuaron, presentaron al obispo, y tras la supresión por parte de monseñor Peralta de algunos párrafos, fue leída en el funeral celebrado en la Catedral Nueva por Esteban Alonso, párroco de San Francisco en ese momento.
Agradezco a Félix Placer que me ha facilitado el texto que se recogió en un libro titulado: “Vitoria. De la huelga a la matanza”.

(En cursiva los párrafos suprimidos por monseñor Peralta)

“Una violencia ciega ha arrojado el peso de un dolor insoportable sobre unas familias de Vitoria y sobre este pueblo nuestro: las familias de Pedro María, obrero de Forjas Alavesas; de Romualdo, obrero de Agrator; y de Francisco, obrero de Panificadora Vitoriana, muertos insensatamente sobre nuestras calles. Violencia también, sobre este pueblo nuestro, incapaz de comprender por qué nos han sido arrebatados y que quisiera acercarse a sus familiares para compartir tan gran sufrimiento y para mostrarles, en esta tragedia sin sentido, su propia dolorida compasión, esta compasión de que solo el pueblo es capaz.
No quisiéramos tocar, siquiera, ese dolor con palabras de falso consuelo, palabras que serían una verdadera profanación. Pero el dolor que se expresa, sobre todo, en el silencio, debe encontrar también una voz que lo muestre y lo grite para que se sepa que las cosas ya no son como antes de estos hechos y para que las cosas no sean nunca jamás, para ningún otro, lo que ahora han sido y son para nosotros.
Y entre las demás voces del pueblo no queremos que falte la nuestra, la de la Iglesia de Cristo, que vive en este pueblo, que con él llora y que en él quiere ser, hoy y cada vez más, trabajadora de la paz, constructora de la justicia, en la búsqueda de la libertad. Todo ello en el amor de este pueblo del que nos sentimos también parte.
1.- Aunque no fuera más que, porque dos de los que han muerto, han sido prácticamente muertos en uno de nuestros templos, tendríamos que decir, no con odio, pero si con clara firmeza, una palabra de condena.
Habíamos abierto las puertas de este templo, como las de otros, al pueblo que lo necesitaba, para comunicarse a diario sus trabajos, sus luchas y sus angustias; que se reunían en ellos para crecer en unión y servir cada día con más fuerzas al ideal, que es el nuestro, de la creación de un mundo justo y fraternal. Y el pueblo ha aceptado nuestra buena voluntad y ha encontrado en nuestras iglesias, junto con nuestra acogida, un lugar, que, por ser de Dios, es de todos y para todos, una especie de casa común y de refugio al que acudir con todo derecho.
Pero este carácter de refugio, capaz de amparar en el pasado hasta la vida de auténticos criminales, no ha sido ahora suficiente para garantizar las vidas de estos hombres. Y no eran criminales, y no estaban perturbando la paz pública, ni siquiera faltaban al respeto debido a nuestro templo porque somos testigos – y debemos proclamarlo – de la plena corrección de su comportamiento.
¿En virtud de qué derecho y en nombre de qué justa finalidad puede nadie y menos quienes se arrogan para sí la misión de defender el orden y la justicia, penetrar violentamente, sin consentimiento de nuestro obispo, en uno de nuestros templos y disgregar por la fuerza la ordenada reunión que en él se celebraba? ¿Con qué derecho pudieron hacer uso en la iglesia, contra toda razón y necesidad, de unos medios que, si hubieran de ser alguna vez empleados, ciertamente no pueden serlo de la forma en que lo fueron, de una forma indiscriminada, contra una multitud de personas pacíficas, de toda edad y condición, como es la que llenaba nuestro templo?
¿Es que ni siquiera en las iglesias va a poder encontrar el pueblo un refugio y un amparo contra la violencia brutal? No lo encontraron para sus vidas aquellos cuyas muertes son la causa de nuestro dolor y de nuestra angustia.
La actuación de las fuerzas de la policía que causaron tales muertos, constituye así, y en un grado que resulta hasta impensable, una verdadera profanación de uno de nuestros templos, de la que son responsables tanto los individuos que la perpetraron, cuanto, y más, aquellos que con su autoridad la ordenaron o consintieron.
2.- Pero no es la profanación de un recinto de cemento y de hierro, aunque sagrado, lo que ahora nos duele. Es la profanación de algo más sagrado, como es el sagrado derecho de la vida, de lo que para un discípulo de Cristo es lo más sagrado: un hombre, unos hombres. Todo ello nos obliga a pronunciar, tampoco con odio, pero con mayor firmeza, palabras de absoluta condena que hoy siente todo hombre digno de tal nombre, todo aquel que no haya llegado, movido por un odio fratricida, a ser lobo bestial para su hermano.
No es lícito matar, no es lícito matar así. Lo dijo Dios: No mataras. Y esta palabra, palabra sagrada de nuestro Dios, ha sido cruelmente profanada en las muertes absurdas de estos hermanos nuestros.
No hay derecho a matar, no hay derecho amatar así. Las muertes que hoy angustiosamente nos conmueven – queremos decirlo con toda claridad – son absolutamente injustificadas y han de ser entendidas, por lo tanto, en su verdadera condición de homicidios. Porque no existe para ellas ninguna excusa. Quizá alguno encuentre, para sus autores materiales, atenuantes; pero para ellas nadie, nadie podrá encontrar justificación.
- No hay justificación en la ley, que a nadie permite, en ningún caso, el tomarse la justicia por su mano, ni menos esa terrible “justicia” de la pena de muerte, buscada u obligatoriamente previsible en un tiroteo a mansalva o discreción. Los que se dicen guardianes de la ley han resultado, en este caso, sus más graves violadores.
- No hay justificación en una pretendida legítima defensa; cuando la fuerza ha utilizado medios mortíferos, en una abundancia absurda, de forma absolutamente irracional y sin ningún previo aviso, contra una multitud indefensa que había evitado toda forma toda forma de provocación.
- No hay, por último, justificación, en nombre de la defensa del orden público, el cual, por el contrario, resulta lesionado y gravemente quebrantado por el empleo injustificado de una violencia extrema, y más si esta proviene de los obligados a custodiarla.
- (1) Estos tres párrafos señalados fueron suprimidos por el obispo y en su lugar se dijo:
“… todo lo que se había hecho no tenía justificación ante la ley, ni en una pretendida legítima defensa, ni como justificación de la defensa del orden público…”
En nombre pues de nuestra ley cristiana y en nombre de la más elemental justicia, debemos proclamar y proclamamos, no con odio, y sí con consternación, la gravedad del atentado cometido contra el pueblo en las personas que ya son sus mártires.
3.- Estas muertes, por tanto, están reclamando, lo exigen imperativamente el ejercicio de la justicia para castigo legal de sus autores y reparación de los daños con ellas causados, si bien la muerte misma solo en Dios, que es vida eterna nuestra, puede obtener reparación.
- Por ello emplazamos desde ahora a la justicia para que se inicie la investigación de los hechos, se proceda a la identificación de sus autores, se determinen las responsabilidades ahí involucradas y se proceda a la detención de los culpables.
Solo una rápida, clara y eficaz intervención podrá hacernos esperar en un futuro en el que se impere, sobre todo, la fuerza de la ley y no la ley de la fuerza de unos pocos.
En esta tarea se impone ante todo, una rigurosa clarificación de los hechos. Solo así se evitará la ocultación, tergiversación y manipulación de la verdad, tanto en las fuentes oficiales de de información como en los medios de difusión. Y solo la verdad hará inocentes o culpables. A tal fin, y sin pretender suplantar competencias ajenas, el equipo que, ya desde el comienzo de los conflictos, presta un servicio de información y orientación, se brinda, una vez más, a cuantos quieran suministrar todos aquellos datos que permitan elaborar una versión fidedigna de los hechos. Creemos que este servicio a la verdad es un servicio que nuestra iglesia puede prestar al pueblo en estos momentos.
4.- No tenemos palabas de consuelo para los que tenéis el corazón particularmente dolorido y desolado con las muertes absurdas de los vuestros.
Quisiéramos que esta tragedia que os aflige no hubiera sucedido; queremos que no pueda repetirse para otras familias de nuestro pueblo. Vuestro especial dolor pudo haber sido – las balas son ciegas – el dolor particular de cualquiera de las familias de los que con los vuestros estaban en la iglesia de San Francisco de Asís. Nada de esto disminuye, sin embargo, vuestra pena; no tenemos palabras de consuelo.
Pero quisiéramos tener una palabra de misericordia en nombre de Jesucristo que es la misericordia de Dios para los hombres, una misericordia que quiere manifestarse en nuestra plegaria común, en nuestro propósito de ayuda, si la necesitáis y en nuestro entrañable acercamiento.
Y en nombre de Jesús, de aquel Jesús que murió perdonando a los que injustamente le sacrificaron, nos atrevemos a pediros la misericordia de vuestro perdón para los que os lo han arrebatado. Este Jesús que en la Cruz cumplió lo que nos mandara: “Amad a vuestros enemigos…” Os ayude a decir con Él: “Padre, ¡perdónales!”, para que nuestra vida no se haga estéril en el odio sino fecunda en el perdón.
También esa misericordia, de la que somos humildes mensajeros, se la ofrecemos a quienes, considerándose cristianos, han sido los autores, en cualquier forma o grado, de esas muertes; les exhortamos vehementemente y les suplicamos, en nombre de Jesucristo, a que, si se sienten capaces, soliciten de Dios el perdón de su pecado y el perdón de aquellos a quienes han causado tanto daño. Sin esto no sería posible el perdón de Dios.
Este suceso, que tanto nos conmueve, tiene su origen y marco en un conflicto laboral; con daños difíciles de medir, ha durado ya demasiado; pero no se puede terminar con el simple terror impuesto. Ha de concluir en un acuerdo justo como el que buscaban aquellos cuya muerte recordamos.”
Dado que uno de los gritos de consigna a lo largo de estos 40 años ha sido ”no olvidaremos” sería justo recordar, especialmente a todos aquellos adolescentes que se suman solidariamente a cualquier causa sin mucho conocimiento de ídem las palabras que Jesús Fernández Naves pronunció a renglón seguido de la homilía: “Compañeros. Muchos hemos venido aquí para orar, pero también muchos hemos venido porque es el único medio que tenemos para reunirnos (…) Estos compañeros han muerto por lo mismo que nosotros hemos luchado y estamos luchando, por cinco mil pesetas de aumento igual para todos, o seis mil, por una jubilación decente y a los sesenta años, por una enfermedad cubierta y segura, por unas mejores condiciones de vida, por todo lo que hemos planteado desde el primer día.”
Por esto murieron y no por otras causas.
Lo que más me entristece de la celebración del 3 de marzo es toda esa juventud desconocedora de lo que hace 40 años sucedió ni del contexto en el que sucedieron los hechos, gritando con fuerza “ez dugu gogoratuko” (no olvidaremos). A quien quiera escuchar yo le traslado la pregunta ¿de verdad esa es la juventud que queremos? ¿Una juventud anclada en el odio y en la venganza? ¿De verdad que eso es lo que ha de quedar del espíritu del 3 de marzo?
Si es así, yo no quiero volver a recordarlo. Por eso recupero la homilía que se dijo en el funeral de los trabajadores fallecidos, porque en ella se apelaba a la justicia sí, pero también a la misericordia. La Paz es el camino, claro que sí, esa frase no podía ser de nadie más que de alguien que demostró en toda su vida esa opción y que sus hechos abalaban sus palabras. A nuestros jóvenes yo prefiero dejarles un vocabulario de palabras positivas, constructivas, pro activas y propositivas. Justicia sí, y Misericordia también.
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