Un divertimento literario de Txenti García D. Mateo caps. 18 y 19
El sábado se convierte en un día de fuertes emociones y sueños que afloran cuando el cuerpo se relaja.
| Vicente Luis García Corres (Txenti)
Cap.18 Sábado 12 del mediodía.
A D. Mateo le gusta pasear por el cementerio, por eso apuró y esperó a la comitiva allí. A D. Mateo le gusta ir mirando las lápidas. A muchos los ha enterrado él. Recuerda sus caras. Sus anécdotas. De otros tiene referencias de oídas. De los que murieron en la guerra, de los que dejaron buen recuerdo en el pueblo. De los que lo dejaron malo. Reza por todos. Se acuerda de sus muertos. Piensa en su muerte y en la Otra Vida. El ruido de los coches interrumpió su soliloquio.
- Hola familia - Hola D. Mateo. Gracias por todo lo que está haciendo. Ya nos ha contado algo el chico. - Me alegro Roberto.
En silencio la familia y gente del pueblo que había ido llegando fueron acompañando el cortejo fúnebre. David junto con su padre y dos trabajadores de la funeraria portaban el ataúd. El silencio permitía escuchar el viento y a los pajarillos que anidan en la chopera cercana al cementerio. Cuando llegaron a la altura del panteón familiar la gran losa ya estaba retirada desde primera hora de la mañana. Colocaron el féretro en un lateral sobre las sogas estiradas para maniobrar el descenso de la caja.
- Yo soy la resurrección y la vida –dice el Señor–; quien cree en Mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo el que vive y cree en Mí no morirá eternamente. Venid en su ayuda, Santos de Dios; salid a su encuentro, Ángeles del Señor. Recibid su alma, y presentadla ante el Altísimo. Cristo que te llamó, te reciba y los Ángeles te conduzcan al regazo de Abraham. Concédele, Señor, el descanso eterno y brille para ella la luz eterna.
D. Mateo asperjó con Agua bendita el féretro mientras los enterradores lo bajaban a la fosa
- Señor, ten piedad. - Cristo, ten piedad, Señor, ten piedad. - Padre nuestro que estás en el Cielo. Santificado sea tu nombre. Venga a nosotros tu Reino. No nos dejes caer en la tentación, y líbranos de todo mal. Amén. - Libra, Señor, su alma. - De las penas del infierno. - Descanse en paz. - Amén. - Señor, escucha nuestra oración. - Y llegue a ti nuestro clamor. - El Señor esté con vosotros. - Y con tu espíritu. - Oremos: Oh Dios, que concedes el perdón y quieres la salvación de los hombres: te rogamos que, por la intercesión de la Santísima Virgen María y de todos los Santos, concedas la bienaventuranza a tu hija, a quien llamaste de este mundo. No la abandones en manos del enemigo, ni te olvides de ella para siempre; sino recíbela con tus santos Ángeles en el Cielo, su patria definitiva. Y porque creyó y esperó en ti, concédele para siempre las alegrías del Cielo. Por Cristo nuestro Señor. Amén. Yo soy la resurrección y la vida; quien cree en Mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo el que vive y cree en Mí no morirá eternamente. Concédele, Señor, el descanso eterno. - Y brille para ella la luz eterna. - Descanse en paz. - Amén.
D. Mateo agarró a David y lo sacó del tradicional corrillo de pésames al que con entereza atendían su padre, su hermana y su tía.
- ¿Cómo estás? - Mejor D. Mateo, dentro de lo hecho mierda que puede estar uno en estos momentos. Pero ya está. Se acabó. - Se acabó, sí. Pero solo una etapa más de tu vida. Comienza otra. Bueno quizá mañana realmente sea cuando comience de verdad la otra etapa. ¿Qué vas a hacer? - Voy a ir D. Mateo. Voy a ir. He hablado con mi padre y con mi hermana y creo que nos ha hecho bien a los tres. Al fin, como dijo Rousseau “el hombre nace libre pero está en todos lados encadenado” y quizá la verdadera libertad consista en elegir cada uno sus cadenas. - Es posible. ¿Sabes? me gusta venir por aquí alguna vez. Solo. Pasear por las calles del cementerio. Leer las lápidas es recordar a los que he conocido y enterrado. Es curioso la vida que hay en este sitio. - ¡D. Mateo no sea macabro! - Te lo digo en serio. Aquí reposan muchas historias. Una parte de la historia de este pueblo David, está aquí. Otra en el Ayuntamiento y en los archivos parroquiales, y en cada casa, pero una parte está aquí.
Roberto, Ana y Claudia se acercan a ellos tras agradecer los últimos pésames, por hoy. Mañana tendrán en el funeral otra ración de afectos sentidos y posados.
- Si me admitís una sugerencia, familia, descansad el resto del día todo lo que podáis. Mañana el día también será duro. El lunes Roberto ya te meterás con papeleos y con reorganizar la vida. Hoy descansad y si tuvieseis un poco de ánimo os diría que os fueseis al monte por la tarde. Subid a la ermita vieja. Sí, a la que está en ruinas. Las vistas desde allí son magníficas. - No lo sé padre. - Sí papá. Me parece buena idea. Ana, Claudia. Animémonos todos. - Creo que es una buena idea. Roberto vete con tus hijos. Yo me quedo en la casa para atender a los que vienen para el funeral de mañana. - Está bien. Vamos a comer donde Tinin y luego subimos a la ermita como dice D. Mateo. - Os dejo que me quedan cosas por hacer en la parroquia. - ¿No viene a comer con nosotros? - No. Hoy no. Pero te acepto que comamos un día la semana que viene por ejemplo. - Cuando usted pueda.
D. Mateo partió para la parroquia con la sensación de haber estado “en su sitio”. El resto de la mañana fue tranquila. El sábado es el día que D. Mateo aprovecha para estar disponible en el confesionario. Esta mañana solo la “clientela habitual”, “pecadoras” que buscan más un rato para ser escuchadas y recibir una palabra de aliento. Acababa de escuchar, en secreto de confesión, a uno de los abuelos del pueblo.
―Hay Señor. Menos mal que conservo los confesionarios de toda la vida. Porque si no me costaría aguantar el tipo con algunas confesiones. ¡Pobre hombre! A veces pienso que en la Iglesia hemos hecho mucho daño a la hora de enfocar tanto el tema de la confesión como de los pecados. Nosotros sí que hemos pecado de prepotentes. Reconozco que en el momento de la confesión me cuesta decirles nada. Si pudiese solo les escucharía, les abrazaría y les daría la bendición de parte de Dios. Pero sé que necesitan una palabra. Ya, ya sé que ni todo es pecado ni nada es pecado. Que el pecado existe, es real y todos lo cometemos. Ya lo sé. Pero no es justo que algunas personas sencillas anden agobiadas por pequeñas tonterías, por comportamientos fruto de la más simple naturaleza humana. Pueden ser irresponsabilidades, descuidos, despistes, prontos difíciles de controlar, pero pecados!!!!! Y no sé como trasladar a la gente joven este tema. No me resulta fácil. Se agarran muy fuerte a un pasado que ellos no han vivido pero del que sí han oído hablar. Les resulta muy fácil anclarse a esos argumentos aprendidos de memoria en muchas de las casas. En fin. Vamos a comer Mateo.‖
Cap. 19 Sábado por la tarde.
Comer pensando es no pensar lo que comes. Y luego, ufff “como me he puesto”. Eso le pasó a D. Mateo, que distraído en sus cosas se puso “como las avutardas”. Así que como la tarde se presentaba tranquila se tomó el orujito digestivo y se sentó en el sofá para dormir la película de la tarde.
―¿Suena el teléfono? Pues sí, suena el teléfono. ¿Diga?- Hola D. Mateo, soy Francisco, el Papa Francisco. – Perdone, no me gustan las bromas especialmente a la hora de la siesta. – Ah, disculpe. Estaba durmiendo claro. ¿Le llamo en otro momento?- Pero, perdone ¿de verdad es usted Francisco? – Pues claro D. Mateo ¿no notó mi acento argentino? – Pero, es que no entiendo nada ¿y por qué me iba a llamar a mí el Papa? – ¿Porque sos un buen cura? Por ejemplo. ¿Porque el Papa quiere decirle algo? – Mire Santidad – Padre Francisco mejor, lo prefiero. – Está bien, padre Francisco o quien quiera que sea. Si de verdad es el Papa pues ―habla Señor que tu siervo escucha‖ y si no lo es pues le seguiré la broma hasta que se descubra. Ya total, no voy a poder pegar ojo ni aunque le cuelgue.- Bueno D. Mateo, me alegra que haya decidido escucharme. Han llegado a mi los rumores de la semana que está viviendo, sobre todo desde el sermón del pasado Domingo. Por cierto ¡muy buenas las preguntas, si me permite igual un día se las copio! Bueno, el caso es que he sido informado, ya sabe que a la Santa Madre no se le escapa nada, y estoy muy orgulloso de sacerdotes como vos. Sé que no le está siendo fácil y que son muchas las dudas que le asaltan para seguir adelante con algunos temas relacionados con sus feligreses y amigos. Confíe en Dios, padre Mateo, confíe en Dios, lo está haciendo bien. – Gracias- Quiero decirle que acuda sin miedo a su obispo con el asunto de los chicos, él sabrá apoyar de la mejor manera para los tiempos de hoy. Mantenga el trato con las Dominicas. Las comunidades de clausura son un tesoro incalculable que la Iglesia tiene. Y el que las tiene cerca debe sacarles todo el partido posible. Siéntase respaldado por mí. Hable a sus feligreses mucho de la Misericordia divina, estoy convencido que es la mejor aportación que la Iglesia podemos dar en estos tiempos. Yo lo digo al mundo, pero ustedes tienen que hacerme eco. Bueno, sé que mañana tienes un funeral de una persona muy querida para ti y para el pueblo. Dales el pésame de mi parte. Y eso es todo. – Gracias Santidad, digo padre Francisco. Gracias, que Dios le bendiga.‖
D. Mateo se despertó sobresaltado.
- ¡Ha sido un sueño! Sí, ha sido un sueño.
Suena el teléfono.
- ¡Dios!
Avanza hacia el terminal tambaleándose y todavía medio adormilado.
- ¿Diga? ¡Luis, hijo! (…) no nada, cosas mías. Dime (…) perfecto el miércoles a las ocho y media, en mi casa. Perfecto.
Cuelga y suspira.
―¡Te imaginas! Te imaginas que un día te llama el Papa. Bueno Mateo. Déjate de sueños y espabílate.‖
D. Mateo se lavó la cara, miró el reloj.
- Tengo tiempo.
Puso una lavadora. Barrió la cocina y marchó para la parroquia. Le quedaba hoy la misa de la tarde.
-Van cuatro pero “¿por esos cuatro no voy a hacerlo?”.
Tras recoger y cerrar la parroquia D. Mateo regresó a su casa. Cogió un Yogurt de la nevera y retomó la lectura de la novela “La ecuación de los Ángeles” de Pedro González de Viñaspre, una obra que le había recomendado un viejo amigo del seminario que, al parecer, conocía al autor.