Quedan unos días para que comiencen las sesiones de los padres y madres sinodales y ya andamos todos intentando saber si de esta fase saldrán ya algunas conclusiones rompedoras. Y aquí es donde muchos ya se decantan por afirmaciones tajantes: “Lo que la Iglesia tiene muy claro lo seguirá teniendo claro”; “a muchos el Sínodo les va a decepcionar porque tienen demasiadas expectativas”; “al final todo seguirá como hasta ahora”; “no se aprobaran cambios que nos equiparen a otras iglesias cristianas, la católica siempre tendrá su forma de ser”; “esto acabará en un cisma”; … son algunas frases que he oído o leído.

Pero todavía sigue siendo muy pronto creo yo. 

Es cierto que la polaridad en la Iglesia es un hecho y hay, al menos dos frentes muy opuestos, los que quieren que nada cambie y los que quieren cambiar muchas cosas, luego hay quienes estarían dispuestos a ceder por las dos partes a cambiar con pequeños gestos, pasos, acciones. 

Lo que sí parece evidente es que el Sínodo ha venido a alterar un poco lo que se entendía por el sujeto “Iglesia” y que está pasando de ser una Iglesia cuyo sujeto principal son los obispos y cardenales a una Iglesia en la que todos pintamos algo, en la que ya no se nos llama colaboradores sino corresponsables, en particular a los laicos, una Iglesia que ha lanzado una consulta general, que ha logrado a muchos sentirse escuchados por su Iglesia. Por lo que quizá al cambiar el sujeto “Iglesia" algunas cosas puedan verse alteradas porque la Iglesia lo decide así. 

Y quizá, como dijo un obispo, el que no se sienta representado en esta Iglesia nueva quizá es porque se ha acabado su hegemonía. 

Es evidente que quienes son más partidarios de la opción de no “menear” mucho las cosas promocionarán los discursos más “conservadores” en el sentido de dejar las cosas como están; y quienes sientan que los nuevos tiempos exigen odres nuevos para el vino nuevo promocionarán discursos de cambios, de nuevas lecturas de la voluntad de Dios. 

La verdad es que ni unos ni otros tienen línea directa con la voluntad de Dios y la Iglesia siempre ha caminado intentando intuir esa voluntad divina, por eso en el Sínodo hay que dejarle espacio al Espíritu Santo y confiar en la oración de todos para que si bien no hayan sido los capacitados los elegidos sí al menos los elegidos sean capacitados para tomar las decisiones que marquen el rumbo de la Iglesia del Tercer Milenio, aunque ello implique desdecir afirmaciones firmadas por sumos pontífices anteriores, que tampoco sería la primera vez. 

Por lo tanto creo que lo más sensato y sereno es esperar. Esperar y orar por los frutos del Sínodo. Y después confiar, confiar que si del Sínodo se derivan cambios en algunos aspectos quizá ese sea el camino, y si se derivan reafirmaciones en algunos postulados actuales que así sea hasta una nueva revisión. 

Por otro lado habrá que tener en cuenta que la Tierra en toda su extensión no se encuentra en cada lugar en el mismo ciclo de cultivo de la fe. Mientras en algunos lugares hoy se recogen los frutos que sembraron otrora los misioneros, en otros como la Vieja Europa, tras un largo barbecho, la tierra se encuentra lista de nuevo para un Primer Anuncio como afirman algunos. Por eso ni la realidad de Europa debe condicionar a toda la Iglesia ni la realidad de otros lugares puede condicionar a la Iglesia que vivimos más cerca. 

Eso lo tendrá que tener presente seguramente el Sínodo y quizá el gran cambio es la aceptación de una evangelización en varias velocidades, y que la Amazonía viva su evangelización como mejor resulte para su realidad local, que África logre africanizar el cristianismo, que Asia vaya despertando cada día más en esa fe firme aunque en pequeñas comunidades y que la Vieja Europa vuelva a ser sembrada para dar frutos más adelante. 

Quizá esa sea la gran revolución de este Sínodo, dar paso a una Iglesia católica sí, pero realmente incardinada en cada lugar y cultura. Algo que con el Concilio Vaticano II en la mano seguro que es posible.