"Algunos profetas erraron 'en nombre de Dios'" Antoni Ferret: "En cualquier texto de la Biblia hay palabra de Dios, pero también palabra de hombres"
"Es escandaloso generalizar diciendo que toda la Biblia 'es palabra de Dios'"
"Estoy seguro de que la inspiración ascendente, en la práctica, ha sido o bien la única, o bien la preponderante"
"En general, en el Nuevo Testamento hay, sin duda, mucha más palabra de Dios e inspiración divina que en el Antiguo Testamento"
"En general, en el Nuevo Testamento hay, sin duda, mucha más palabra de Dios e inspiración divina que en el Antiguo Testamento"
| Antoni Ferret
Es una cosa absolutamente habitual decir que la Biblia «es» la palabra de Dios. Y no es nada correcto, decir esto. Lo correcto sería decir que «en» la Biblia «hay» palabra de Dios. Hay palabra de Dios junto con otros elementos culturales, sobre todo dos: la cultura del autor (o de los autores) y la cultura de la sociedad en la cual cada uno de los textos se pensó y se escribió. En cualquier texto de la Biblia hay palabra de Dios y palabra de hombres (en este caso, no podemos decir de hombres y de mujeres). Igual como el metal dentro de los minerales, donde aparece mezclado con tierra u otras sustancias.
Es y será siempre muy difícil dilucidar qué es palabra de Dios y qué no lo es. Pero sí que se puede decir que la palabra de Dios se encuentra en una proporción mucho mayor en unos libros que en otros (de los 70 libros que tiene la Biblia). Imaginemos: uno de los cuatro evangelios, una carta de Pablo, un texto de un profeta, un texto de los Proverbios y un texto de un libro histórico o legislativo. Me atrevo a decir que se encuentran 5 proporciones diferentes de contenido cuantitativo de palabra de Dios, progresivamente decrecientes. Diría que en un libro histórico (Jueces, Reyes, Macabeos...) de palabra de Dios hay muy poca o quizás nada. En un evangelio hay muchísima, probablemente todo el texto o casi todo.
Sobre todo, se tendría que evitar siempre la expresión «la Biblia "es" la palabra de Dios». Porque es faltar a la verdad, porque es inducir a confusiones que ocasionalmente pueden ser escandalosas (hay frases que sería impensable que fueran palabra de Dios, más bien del demonio, si existiera), porque es, incluso, quitar importancia a aquellas que lo son en un alto grado, si se generaliza tanto el concepto…
Uno de los cuatro evangelios, una carta de Pablo, un texto de un profeta, un texto de los Proverbios y un texto de un libro histórico o legislativo... Me atrevo a decir que se encuentran 5 proporciones diferentes de contenido cuantitativo de palabra de Dios, progresivamente decrecientes
Y ¿qué diremos de la inspiración divina de los autores bíblicos? Como se trata de temas muy delicados, procuraré tener cuidado. Imagino que puede haber dos tipos de inspiración divina: Aquella en que realmente Dios «hace que el autor (o una persona) piense aquello que Él quiere que piense». Lo denominaremos inspiración «descendente». Puede haber (seguro que hay) aquella inspiración de una persona que vive intensamente «identificada» con Dios, por el conocimiento que tiene de él (insignificante, pero algo), por la manera como está pendiente, como está pensando continuamente. Esta persona, más o menos (mucha atención a la expresión «más o menos»), tiende a pensar aquello que Dios piensa, o bien se aproxima mucho a ello. Lo llamaremos inspiración «ascendente». Estoy seguro de que la inspiración ascendente, en la práctica, ha sido o bien la única, o bien la preponderante.
Igual podemos decir que, como en el caso de la palabra de Dios, seguro que hay una diferencia enorme, en cuanto a la inspiración divina, si la hay, entre un libro doctrinal y un libro histórico o legal. Pero más incluso: el grado de inspiración divina, descendente o (generalmente) ascendente, de un profeta que vive, piensa y predica individualmente, empujado por su ideal, que a menudo critica incluso al rey, que a veces el rey lo hace perseguir, y el de un escriba que vive en la corte, o cerca de la corte, a sueldo del rey (¡incluso en el supuesto de que el rey sea muy piadoso!), no se pueden comparar ni de lejos. Así mismo, en general, en el Nuevo Testamento hay, sin duda, mucha más palabra de Dios e inspiración divina que en el Antiguo Testamento.
Y también aquí podemos decir que en un evangelio, en una carta de un apóstol, en un texto de un profeta, se encuentra el máximo posible de inspiración divina, de palabra realmente de Dios. Y, siempre, con la posibilidad de errores humanos. Pero es que, incluso, increíblemente, algo que nadie diría, en casos así se encuentran cosas que ya no son ni errores. Mencionaré dos considerables.
Ni uno se tiene que arrancar un ojo si lo escandalizan, ni tiene que poner la otra mejilla si le pegan, ni es más difícil que un rico entre al Reino que no que pase un camello por el agujero de una aguja
Cuando el profeta Isaïas (Isaïas, ¡eh!, el profeta más importante de Israel), en algunos momentos (contadísimos y excepcionales), empujado por un excesivo amor patriótico a su país, habla mal de algunos países vecinos y los amenaza (¡en nombre de Dios!!), y dice que Dios los destruirá... El otro caso es que, en el pasaje de Lucas 6, 20, Jesús dice: «Dichosos los pobres...». Y en el pasaje de Mateo 5, 3, dice: «Felices los pobres en el espíritu...». Son dos cosas muy diferentes, casi contradictorias. Porque si eres rico pero tienes «espíritu de pobre», ya va. ¿Qué dijo Jesús, realmente? No lo sabemos, pero hay una enorme cantidad de probabilidades que dijera la primera expresión. Entonces Mateo, que ya arregló el asunto del nacimiento en Belén y la intervención del Espíritu Santo en la concepción de Jesús, en esta tercera ocasión «adapta» las palabras de Cristo a la sensibilidad (e incluso a la existencia) de la gente rica.
Aún tendríamos que decir, para acabar, que el texto bíblico está lleno de exageraciones populares, puesto que eso era una costumbre característica de la sociedad israelí, en que, habitualmente, se decían las cosas exageradas para hacerlas más expresivas, situación de la que la persona receptora ya no hacía caso, porque él o ella hacían lo mismo cuando hablaban. Así, ni dio de comer a 5.000 hombres, sin contar mujeres ni criaturas, ni uno se tiene que arrancar un ojo si lo escandalizan, ni tiene que poner la otra mejilla si le pegan, ni es más difícil que un rico entre al Reino que no que pase un camello por el agujero de una aguja (que sí lo es, pero no tantísimo), ni se tiene que dejar de enterrar al padre para seguir Jesús más deprisa, ni, por más fe que tuviéramos, haríamos que una morera se arrancara de tierra y se plantara en el mar, y sí nos tenemos que preocupar por el que comeremos y beberemos (pero sin desesperarnos demasiado), etc. Todo eso no es palabra de Dios, sino costumbres populares en la manera de decir las cosas.
Tengamos una valoración de los textos bíblicos según aquello que son, y, sobre todo, saquemos de ellos un buen provecho.