"Necesita ir más allá del mantenimiento y apuntalamiento de la estructura heredada" Apuntes para esbozar un horizonte futuro de nuestra Iglesia de Navarra
No se trata de reinventar la Iglesia que nos hemos heredado, sino de expresar el Evangelio, que hemos recibido del Espíritu y que es la Buena Noticia de la Iglesia, en formas nuevas y de imaginar y soñar nuevas figuras al cristianismo en esta Comunidad Foral
Sancionar el final de esta figura de la Iglesia y renunciar a su restauración es el paso necesario para pensar en la Iglesia del futuro. Yo la intuyo como una Iglesia frágil y pobre, no por elección sino por fatalidad; una Iglesia despojada y desposeída, privada de sus bienes (económicos, financieros e inmobiliarios), pobre en recursos pastorales, privada de su influencia y de su poder
Como en el caso de los pobres será marginada, ya no será invitada a los lugares de poder, ya no será escuchada en los medios de comunicación, ya no será tenida en cuenta en los libros de historia, será objeto de burlas por sus opiniones. Es sobre esta realidad, que de una u otra manera ya está a nuestras puertas, sobre la que tenemos que reflexionar
Como en el caso de los pobres será marginada, ya no será invitada a los lugares de poder, ya no será escuchada en los medios de comunicación, ya no será tenida en cuenta en los libros de historia, será objeto de burlas por sus opiniones. Es sobre esta realidad, que de una u otra manera ya está a nuestras puertas, sobre la que tenemos que reflexionar
| José Ignacio Camiruaga Mieza CMF
¿Qué futuro para la Iglesia en Navarra? ¿Cómo "reinventar" una Iglesia en un contexto cada vez más cambiante y diverso? Nos encontramos ante la necesidad de elaborar, en un tiempo radicalmente nuevo, una figura inédita de la Iglesia. Se trata de hacer un acto de tradición, es decir, de expresar en formas nuevas lo que hemos recibido. No se trata de reinventar la Iglesia que nos hemos heredado, sino de expresar el Evangelio, que hemos recibido del Espíritu y que es la Buena Noticia de la Iglesia, en formas nuevas y de imaginar y soñar nuevas figuras al cristianismo en esta Comunidad Foral. La operación no es fácil de llevar a cabo y los desafíos de esta sociedad navarra plantean retos particulares.
Nuestra Iglesia vive hoy en el contexto de lo que se podría llamar como una tercera secularización, es decir, en un mundo en el que Dios ya no forma parte del horizonte de la vida y del discurso humanos. Nos contentamos con un mundo sin horizonte trascendente en el que nacemos, vivimos y morimos sin apertura al infinito. Es el rasgo de la cultura el que, en mi opinión, determina la situación actual.
Hay una figura de la Iglesia que pasa, que cae bajo el peso y en la ruina a causa de la falta de lucidez y determinación para proponer y realizar procesos verdaderos y auténticos. La reciente pandemia habrá tenido su margen de responsabilidad, ¿de culpa? pero no hay que atribuirle la totalidad de ello.
Una Iglesia frágil y pobre
Sancionar el final de esta figura de la Iglesia y renunciar a su restauración es el paso necesario para pensar en la Iglesia del futuro. Yo la intuyo como una Iglesia frágil y pobre, no por elección sino por fatalidad; una Iglesia despojada y desposeída, privada de sus bienes (económicos, financieros e inmobiliarios), pobre en recursos pastorales, privada de su influencia y de su poder. Como en el caso de los pobres será marginada, ya no será invitada a los lugares de poder, ya no será escuchada en los medios de comunicación, ya no será tenida en cuenta en los libros de historia, será objeto de burlas por sus opiniones. Es sobre esta realidad, que de una u otra manera ya está a nuestras puertas, sobre la que tenemos que reflexionar.
Entre los recursos a los que recurrir para pensar la nueva situación yo señalaría la figura evangélica del siervo, recordando Lumen gentium, nº 8 y Ad gentes, nº 5. Cristo no cesa, a lo largo de su ministerio, de formar a sus discípulos para que adopten otra perspectiva; no una visión de poder y de dominio, sino una perspectiva de servicio, de humildad, que incluye la marginación, la persecución, el ser condenado a muerte. Y los discípulos no comprenderán esta perspectiva hasta después de su Pascua.
Me viene a la mente la experiencia de los monjes trapenses en Argelia. Despojada, vaciada de toda pretensión de poder, la comunidad tuvo un resplandor espiritual más importante cuando pudo solidarizarse con el pueblo afectado por la crisis: la comunidad no tenía otro papel que el de ser un signo, un signo de comunión y de reconciliación en medio del pueblo.
Una Iglesia que debe redefinirse
He aquí, pues, una pista para pensar en la Iglesia cuando se vuelve marginal: debe redefinirse. Esta redefinición ya no se podrá centrar en lo que pierde en número, en obras, en prestigio social, sino que tendrá que formular positivamente un proyecto: ¿quiénes somos en este lugar? ¿A qué estamos llamados? ¿En qué podemos convertirnos? Si se confunden estas dos realidades -hacer números y ser signo-, los proyectos de evangelización suelen distorsionarse. No se puede pensar en este futuro de forma matemática, con los ojos fijos en las evoluciones demográficas, la curva de las prácticas religiosas y las estadísticas sobre el número de sacerdotes y de miembros.
"El proyecto de convertirse en signo no puede emprenderse a la ligera, sino que debe abrazarse voluntariamente, encontrando como San Francisco la alegría del Evangelio en la pobreza"
El proyecto de convertirse en signo no puede emprenderse a la ligera, sino que debe abrazarse voluntariamente, encontrando como San Francisco la alegría del Evangelio en la pobreza. Esto exige una conversión (ahora que estamos en Cuaresma cuando pienso y escribo estas líneas) ya que tal proyecto impulsa a esta Iglesia a desarrollar una verdadera solidaridad con el pueblo en el que se encarna y peregrina.
Esta solidaridad no consiste en dar algo, sino en vivir con el otro. No se trata simplemente de ser una Iglesia que da, manteniéndose en una posición de superioridad, sino de intentar ser 'una Iglesia pobre para los pobres', según la expresión del Papa Francisco. Por ello, debemos centrarnos en proyectos en los que creemos vínculos con los demás (individuos, colectivos, instituciones…), en lugar de hacer obras que exijan muchos medios.
E intuyo que esta Iglesia ya no será clerical sino que estará formada por comunidades diseminadas: será una 'Iglesia de barrio', una Iglesia mezclada, y no al margen, con la vida de hombres, mujeres, jóvenes y niños. Esto supone -como escribe el Papa Francisco sobre la parroquia- que esté realmente en contacto con las familias y con la vida del pueblo y no se convierta en una estructura prolija, separada de la gente, o en un grupo de elegidos que se ocupan de sí mismos. La comunidad cristiana es presencia eclesial en el territorio, lugar de escucha de la Palabra, de crecimiento de la vida cristiana, de diálogo, de anuncio, de caridad generosa, de adoración y de celebración.
En mi opinión la Iglesia de Navarra tiene futuro. No en la restauración del pasado, sino en el desarrollo de una nueva figura que represente un encuentro fecundo del Evangelio en la cultura y con esta sociedad. No sabemos en detalle cómo será la Iglesia del futuro. Pero lo que nos puede interesar más que las predicciones sobre el futuro es lo que ya está ocurriendo hoy en no pocos lugares de nuestra Diócesis.
Más policéntrica y sinodal
Desde el inicio de su pontificado, el Papa Francisco se ha comprometido a impulsar a la Iglesia, proyectándola hacia un mundo tan necesitado del Evangelio y apartándola de un enfoque "autorreferencial" sobre sí misma y sus propios problemas. El Papa imagina un discipulado misionero, capaz de combatir los "mitos de la modernidad" (el individualismo, el progreso indefinido, la competencia, el consumismo, el mercado sin reglas) y de llevar la buena noticia a las periferias, a todos los excluidos: los pobres, los emigrantes, los que sufren. Quiere que la Iglesia sea conocida no por lo que está en contra, sino por lo que está a favor, una Iglesia que construye puentes. ¿Cómo podría ser una Iglesia así?
Tal vez una Iglesia más policéntrica en una realidad tan compleja y diferenciada como es nuestra Comunidad Foral, más sinodal, es decir, menos orientada verticalmente. Esto significa una gobernanza más inclusiva de la diversidad. Con lo que se ha llamado un 'ejercicio de sinodalidad', a lo mejor en nuestras asamblea, consejos, etc., diocesanos se ha no ya de permitir sino de favorecer la presencia y reflexión de la diversidad sobre la futura misión de nuestra Diócesis. No sé, y tantas veces me lo he preguntado, si el sistema actual de nuestras asambleas y consejos eclesiales consiguen ser representativos de la pluralidad y diversidad de todas las voces eclesiales.
Esta Iglesia, que Francisco pretende hacer emerger, para lograr evangelizar las diferentes culturas en las que vive, debe inculturarse. En este sentido, y solamente como ejemplo, son significativas la elección por parte del Papa Francisco de cardenales procedentes de sedes no tradicionales y la inclusión de las voces de las conferencias episcopales regionales en sus cartas apostólicas, así como su insistencia en la "sinodalidad". No pocas de sus visitas pastorales han sido a las ‘periferias’ humanas y sociales de Roma, de Italia, y no pocos de sus viajes apostólicos del mundo han sido a lugares donde la fe cristiana católica es ampliamente minoritaria por no decir poco relevante y significativa: Albania, Armenia, Bangladés, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Irak, Japón, Jordania, Marruecos, Mongolia, Myanmar, Sri Lanka, Tailandia, Turquía…
Diaconado y ministerios laicales
El número de los sacerdotes va disminuyendo (además de que sus medias de edad van aumentando). ¿Cómo no abordar esta cuestión valorando el diaconado y repensando el seminario? Si se coloca a los seminaristas en estructuras exclusivamente masculinas y semiclaustrales, lo que da lugar a una formación por aislamiento, no se les prepara para afrontar los retos del mundo actual. Muchos de ellos tienen poca percepción de los retos de la vida familiar o de las relaciones de trabajo en igualdad con los ministros laicos. La madurez afectiva y psicosexual y el clericalismo son cuestiones cruciales que hay que abordar, como ha demostrado la crisis de los abusos sexuales. Por otro lado, ¿cuál es la realidad en nuestra Diócesis de los ministerios laicales, es decir, de aquellos servicios (ministerios) desempeñados por hombres y mujeres laicos?
No estoy pensando propiamente en seminarios mixtos, como la vida y la sociedad, sino propiamente hablando en la formación de nuevos sacerdotes capaces de dialogar. El mundo en el que uno podía imponer su visión ya no existe. Los días en que sólo podía imponer su visión moral a la sociedad a través de las leyes civiles -la antigua alianza entre el trono y el altar- han terminado en gran parte del mundo y, también, en nuestra Comunidad Foral. La Iglesia necesita dialogar con la cultura, aportando la contribución de sus muchos recursos personales e institucionales. Este es el camino que sigue el Papa Francisco, que pide un diálogo sincero con las instituciones sociales y civiles, con los centros universitarios y de investigación, con los líderes culturales, políticos, religiosos, sociales,…, y con todas las mujeres y hombres de buena voluntad, para la construcción en paz de una sociedad inclusiva y fraterna.
También debemos aprender a dialogar con las nuevas realidades que emergen, no digamos con aquellas que ya tienen carta de ciudadanía, en nuestra sociedad. También en esto la Iglesia puede ser profundamente innovadora. Es necesario darnos más cuenta de lo cierto que es que pensar que si nos quedamos quietos nos perjudicamos a nosotros mismos, perjudicamos a los demás, comprometiendo el presente y el futuro de esta sociedad y de esta Iglesia. Nuestra Iglesia puede aprender mucho. Dotada de un fuerte sentido de su misión evangélica y de los dones del Espíritu, esta Iglesia está llamada a ser una comunidad viva aunque necesita ir más allá del mantenimiento y apuntalamiento de la estructura heredada. Si a esta Iglesia se le puede seguir desando estar en contacto con su tradición histórica, no menos se le ha de invitar a profundizar en su dimensión social al servicio de la complejidad y riqueza de esta Comunidad Foral tratando de mostrar que las dimensiones más humanas y aquellas más divinas crecen recíprocamente, y no por oposición.
Que la reflexión eclesial, tanto con honesta sinceridad, como con creatividad e iniciativa, sobre el futuro y los desafíos nos ayude a alumbrar nuestra Iglesia de mañana en esta Comunidad Foral de Navarra.
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