Antonio Aradillas Besos y toqueteos
El obispos Michel J. Bransfield, conocido como "depredador de monaguillos norteamericanos", cometió abusos sexuales y de poder durante trece años
Quienes debieron adelantarse pedagógicamente a que tales escenas sucedieran, guardaron respeto, hipócritas y culpables
Los fallos fueron muchos, de muchos y todos ellos muy graves
Los fallos fueron muchos, de muchos y todos ellos muy graves
La sorprendente noticia se difundió en su día también en España, admirados muchos de que ella no fuera merecedora de un eco más ancho, tanto por el contenido como por sus protagonistas, en unos tiempos como los actuales visceralmente predispuestos y sensibilizados con abusos y abusadores eclesiásticos aún en altas esferas jerárquicas. Y esta es la noticia:
“Al menos nueve adultos denunciaron al obispo Rockefeller, Michel J. Bransfield, ex obispo de Wheeleeing- Charlestong, de la diócesis de Virginia, quien durante trece años cometió abusos sexuales y de poder, besando y “toqueteando” a seminaristas y a curas jóvenes, sin ahorrarse propinarles buenas dosis de opiáceos, como oxicodona y “azotes en el trasero”, que es propincua referencia de datos y detalles de información tan infeliz, punitiva y penitencial.
Las fechorías “clericales” del también conocido como "depredador de monaguillos norteamericanos", son merecedoras de multitud de consideraciones y no precisamente sólo las que se engloban en el nauseabundo marco de esta clase de “abusos”, una de cuyas acepciones académicas es exactamente la de “relación sexual mantenida con alguien en contra de su voluntad”.
De una u otra manera, y por multitud de razones, la fila de los flagelados-azotados y penitentes, que se dicen ser miembros de la Iglesia, es todavía larga y densa, tanto por acción como por omisión. Entre quienes pretenden satisfacer sus pasiones azotando traseros, los que debieron haberse adelantado pedagógicamente a que tales escenas hubieran sido desterradas con toda clase de procedimientos legales, divinos y humanos y quienes guardaron respeto hipócritas y culpables, para los que la sagrada liturgia debiera guardar en su ordenamiento institucional y purificador con actos devotos de arrepentimiento, con propósitos firmes de enmienda y las reparaciones debidas.
Hay pecados que hasta misericordiosamente se perdonan, pero que dejan surcos y crueles heridas
En el historial de estos abusos, ha sido, y es, largo y denso el silencio en unos y en otros. La vergüenza dolosa por consentimientos e irresponsabilidades crueles, por evitarse problemas personales, institucionales o de grupos que se dicen “piadosos”, por pretender vivir siempre en la “santa” inopia, a veces por la ciega obediencia a los responsables de tamaño desaguisado -”acción contra la ley o contra la razón”-, por rutinas, costumbres o por lo que sea, hediondos cenagales de impurezas han manchado y manchan la faz de la Iglesia, hasta hacerla irreconocible en cualquier cita evangélica de salvación y de vida.
El daño está hecho. A la Iglesia, -Nuestra Santa Madre la Iglesia- “le costará Dios y ayuda” resarcirse de situación tan soez, desprestigiada y desprestigiosa. Hay pecados que hasta misericordiosamente se perdonan, pero que por diversidad de circunstancias dejan surcos y crueles heridas…
La documentación judicial correspondiente avala y le confiere consistencia y veracidad a los hechos, sin tiempo y lugar a la duda. Los fallos fueron muchos, de muchos y todos ellos, muy graves. Hasta no pocos se permiten pensar que ni los más aviesos enemigos de la Iglesia hubieran podido idear procedimientos más satánicamente efectivos para provocar su destrucción y ruina…
La renuencia persistente con la que algunos miembros de la jerarquía reciben las advertencias restauradoras del papa Francisco en orden a “hermosear” a la Iglesia, es señal inequívoca del desacuerdo anti-conciliar que los sigue definiendo...
Menos mal que la prensa, aunque no precisamente la que se distingue por ser la más “religiosa”, abre, y abrirá, senderos de luz y de paz con la esperanza y la pedagogía de contribuir a que los infames y pecaminosos azotes se conviertan en flagelos penitenciales, que construyan la verdadera Iglesia de Jesús. La herencia pederasta y la de los abusadores indignos, difícilmente puede ser superada en hedor e hipocresías. ¿Exageraciones anticlericales, impías y blasfemas…? No. Hechos. Tan tristes como documentados.
NOTA: Aliento la esperanza de que el penúltimo y enfervorizado alegato del arzobispo don Braulio contra la pederastia sacerdotal, y las “exageraciones periodísticas”, vía “burofax”, o “por correo ordinario”, les lleguen a las víctimas aludidas en mi reflexión pastoral.